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La rosa púrpura del Cairo: loca evasión

| César Vargas / Muchas películas | Diciembre 20, 2012
¿Dónde comienza la realidad y dónde la ficción? Establecer lÃmites entre estas dos abstracciones es un asunto que ha recibido la atención de cientÃficos durante largo tiempo con resultados variados y disÃmiles. Cuando ha sido el turno del arte para hablar de ello, los resultados han sido igual de variados pero mucho más gratos de mencionar.
"La rosa púrpura del Cairo" (1985), de Woody Allen, es una de esas tantas ocasiones. Significativo que el cine –“el arte del siglo XX†como fue llamado en algún momento– se ocupe de estos lÃmites, que son también los propios. Las ficciones del interior de la pantalla, ¿pueden o no ir más allá? Puede un producto de la ficción trascender sus propios lÃmites y afectar la realidad. Como las lecturas del quijote Alonso Quijano o la transmisión radiofónica de “La Guerra de los mundos†hecha por Orson Welles, ello depende en gran parte de la disposición de los espectadores –lectores, oyentes, etc.– y de su sensibilidad.
Desde los créditos iniciales de la pelÃcula estamos ingresando a una ficción, al compás de “Cheek to cheek†interpretada por Fred Astaire, conocemos también el interior de Cecilia (Mia Farrow). Ella, pese a su difÃcil situación personal (un matrimonio y una situación económica inestables), encuentra en la sala de cine de la ciudad un refugio. Más adelante podrá encontrar aquello que no le puede dar la realidad. Ante una crisis, y nuevamente refugiada dentro de la sala del cine, la ficción que tanto le fascina llega a su rescate. Uno de los personajes de la pelÃcula que está viendo –y que ha visto hasta cinco veces en menos de una semana– sale de la pantalla en su auxilio. A partir de este momento todo será una grata ficción.
Ficción y realidad. Ambas se necesitan. La pelÃcula habla acerca de esa relación. Se pone de manifiesto en la relación de Cecilia y su esposo. Él, con su actitud hostil, estólido, manifiesta las caracterÃsticas de la realidad, mientras que la buena intención de Cecilia, su sensibilidad y carácter dócil y de tendencia optimista la asemejan a las cualidades de las ficciones de las que tanto disfruta. En otro plano, Cecilia junto a Tom Baxter, el personaje que ha escapado de la ficción hacia la realidad. Ahora ella desde el lado de la realidad, pero con una actitud cálida, que permite la existencia de la ficción de Tom Baxter y le proporciona una dimensión emotiva que le permite proyectarse fuera de la pantalla de cine.
La época en la que se desarrolla la pelÃcula no es casual. La década de los treinta, pese a la crisis económica mundial y a la proximidad de un nuevo conflicto bélico de escala mundial, es uno de los periodos más interesantes en la historia del cine americano. Otros directores de la generación de Woody Allen, como Bogdanovich o Scorsese, también han hecho referencia a esta época de una manera entrañable y satÃrica. Ante la crudeza de la vida en ese momento de la historia, el cine se convierte en el medio de evasión por excelencia. Es una época de grandes musicales, historias de amor y superación personal. Como la pelÃcula que tanto fascina a Cecilia –que, por cierto, se titula también "La rosa púrpura del Cairo"– hay un espÃritu triunfalista generalizado en el cine de aquella época. Este es un periodo histórico, también importante por el nacimiento y fortalecimiento de ideologÃas polÃticas. Sobre ello, la pelÃcula bromea, al considerarlas como ficciones caprichosas también evasivas de la realidad aparentemente inmutable.
Woody Allen consigue de manera única en su extensa filmografÃa, equilibrar drama y comedia, sátira y homenaje. El apartado técnico también es destacable en los cambios de fotografÃa de blanco y negro a colores, en la dirección de arte que recrea dos modos distintos de una misma época y en el uso de efectos especiales sencillos pero eficaces.
Al final, para esta pelÃcula –y tal vez, para el arte en general– no importa tanto establecer lÃmites entre ficción y realidad. Ambas coexisten, las personas van de un lado a otro sin ningún inconveniente. El plano final, con el rostro de Cecilia –de vuelta al cine después que su propia ficción ha terminado– aún optimista, aún sensible ante su propia situación. Como en los años treinta, se pone en primer lugar a la superación personal y al éxito, aunque estos terminen cuando se apague el proyector de la sala de cine.
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