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La historia prisionera: los estudiantes y el Movadef

| Alfredo Vanini / Viento Norte | Julio 15, 2014
La historia es, en el Perú, el patrimonio más deficientemente explorado. Existe una fórmula muy conocida que reza: “Conocer el pasado para comprender el presente†o, de forma más extendida y bajo un matiz utilitario, esta variante: “Conocer los errores del pasado para no repetirlos en el presenteâ€. El enunciado es positivo y pocos lo discutirÃan como falso. Pero estas frases, repetidas acaso demasiado a la ligera, llevan en sà un imperativo, un mandato. Una exigencia de movilización. “Conocer la historiaâ€, en efecto, implica una vuelta a los lugares prohibidos, a los momentos de angustia y tristeza, a rostros que hubiéramos querido frecuentar más.
Y estos hechos, aterradores y repugnantes, al confrontarnos de manera directa, nos fuerzan a mirar a otro lado, a taparnos ojos y oÃdos. Si esperábamos reencontrar en nuestro viaje al pasado instantes gloriosos a todo color, héroes épicos de cine hollywoodense, la realidad nos desengaña reponiendo delante nuestro, como una pelÃcula gore de serie B, primeros planos de muerte, crueldad y dolor, todo ello con una fúnebre melodÃa de fondo: gritos ahogados, lamentos desconsolados, llantos interminables. Pronto nos damos cuenta que esta secuencia de hechos infaustos se repite y repite, por horas, dÃas, años. Nos arrepentimos entonces de nuestro “viaje al pasado†y nos alejamos sin mirar atrás, tratando de convencernos que, después de todo, “ya lo pasado, pasado†y que de alguna forma esto no volverá a repetirse.
Pero la historia no es un museo de horrores que podemos evitar visitar. Es una materia viva y cambiante que debemos (y podemos) instalar no en una pelÃcula de héroes y villanos, sino bajo los objetivos márgenes metodológicos de una ciencia, la ciencia de la historia. Y nombrarla, sobre todo nombrarla, colocar palabras encima de cada acontecimiento, palabras que formarán axiomas, axiomas que explicarán luego las causas de ese suceso histórico. Y la responsabilidad de esta labor no debe endilgarse a tal o cual gobierno, a tal o cual partido polÃtico, a tal o cual historiador o analista polÃtico. Es una responsabilidad de memoria individual, suma de memorias individuales, ergo, de memoria colectiva. Porque si ese pasado infausto es común a más de una generación ¿por qué no construir una memoria común, con los matices que sin duda incluirán las memorias individuales, que nos permitan darle su nombre verdadero a cada cosa del pasado y saber asà nombrar los ecos que nos llegan de ese pasado? Es porque no hemos sido capaces de construir un relato común del pasado, es porque no hemos sido capaces de impedir que tal o cual grupo polÃtico secuestre y encierre con éxito nuestra memoria colectiva, que ahora estamos indefensos y temerosos frente a un pasado que, ingenuamente, creÃamos que jamás volverÃa.
La existencia del MOVADEF es innegable. Y que representa un peligro social es una verdad que no necesita mayor demostración. La existencia de tal movimiento es sin duda prueba que hay en la historia interacción de fuerzas, factores sociales y relaciones de poder que la modifican y tergiversan. Todo esto instala una serie de falsos tópicos, lugares comunes que son aprovechados por intereses particulares, a menudo subalternos. La existencia del MOVADEF ha potenciado, dirÃamos que incluso exacerbado, una instrumentalización de la historia reciente por parte de estas fuerzas, viejas fuerzas, que desean solo una cuota de poder. Y esta ambición tiene como carnada e instrumento a una gran parte de la juventud universitaria peruana, sobre todo aquella de universidades nacionales. Decir que los jóvenes del MOVADEF son “tontos útiles†o decir, por el contrario, que son “terroristas preparándose para retomar la lucha armada†son los dos lados de una falsa moneda, engañosos lugares comunes. Si he dicho, lÃneas arriba, que representan un peligro es precisamente porque su existencia pone en una encrucijada un perÃodo de nuestra historia que ha sido negado, mal explorado, dejado en manos de los sectores más reaccionarios, nocivos, corruptos de la polÃtica peruana, cada vez más degradada en sus usos y comportamientos. Y es ese el verdadero peligro. El MOVADEF es la consecuencia, no la causa, de este gran error. Es el diagnóstico, no la enfermedad, de un trastorno social que todos hemos dejado, irresponsablemente, diseminarse.
Demonizar al estudiante universitario, como idiota o criminal, solo servirá a los intereses de aquellos para quienes la verdad histórica no debe ser un bien colectivo sino institucional, oficial, un dogma privado y privativo. No es asà como se podrá combatir al MOVADEF. Se le combatirá mejor dotando a las universidades públicas de una educación de altÃsima calidad regional, de un presupuesto consistente, nutriendo sus bibliotecas, mejorando su infraestructura, financiando los proyectos de investigación y promoviendo becas. Esto sin duda provocará el nacimiento de una cultura polÃtica joven desde la juventud misma. Muy sano serÃa para el paÃs que la indignación y la rabia juveniles, esencialmente universitarias, se canalicen por medio de protestas articuladas a un bien común, de renovación partidaria, de creación de colectivos, y no sean atomizadas por algún caudillo sectario que lleve nuevamente a nuestros hijos (y con ellos a todos nosotros) por los senderos del dolor y la muerte en su búsqueda por “darle la vuelta al mundoâ€, frase que solo disfraza su apetito de poder.
Y se le combatirá al MOVADEF, sobre todo, liberando la historia de aquellas manos que la tienen prisionera, de aquellos tentáculos de Sendero Luminoso que desde dos prisiones, paradójicamente, pretenden denominar con falsos nombres lo que toda la sociedad en su conjunto, incluyendo a los jóvenes, debimos hace ya casi tres décadas empezar a decirlas con nombres de verdad.
Ilustración: Arturo Belano.
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