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Combatir la corrupción desde uno mismo
| Álvaro Díaz Dávila / Criaturas extrañas | Octubre 14, 2014
Según una reciente encuesta, casi la mitad de peruanos votarÃa
por un candidato que «roba, pero hace obra». Sentimos tanto hartazgo de los
gobernantes ineptos y además corruptos que preferimos ser prácticos y hacernos
los “distraÃdos†con los que al menos hacen algo. Sin embargo, ser tolerantes
con la corrupción significa que esta será cada vez más ambigua y relativa y eso
sà es peligroso.
Pero, ¿por qué ponemos en duda la eficacia de la honestidad
para gobernar? Si hemos sido educados desde niños para ser honrados, ¿en qué
fallaron entonces los padres, los colegios y las religiones? Quizás uno de los
problemas es que no se ha entendido a la corrupción desde una dimensión Ãntima
y personal. La vemos solo desde una superioridad moral cuando en realidad se
trata también de algo inherente a nosotros: un recurso de supervivencia
negativo pero al cual todos recurrimos cuando nos vemos en aprietos. La
calificamos como dañina, pero también es necesario aceptarla como un fenómeno
complejo cuyas raÃces nacen y se fortalecen en la responsabilidad individual.
Solemos pensar que cuando se trata de corrupción, los
culpables siempre son los demás. Los polÃticos, los funcionarios, los
poderosos, los policÃas. Los otros, nunca nosotros mismos. Nos quejamos de
ellos para fijar un lÃmite moral a nuestras propias inmoralidades. Por ejemplo,
solemos pensar que pasarnos la luz roja o haber coimeado a un policÃa no
significa nada si lo comparamos con lo que roba un alcalde. Y asà vamos
limpiando nuestra conciencia, evadiendo nuestras pequeñas responsabilidades,
creyendo que los que tienen que cambiar son los otros, no uno.
Me parece que ese comportamiento individual tiene un enorme
costo social y polÃtico. Si hay algo de verdad en eso de que tenemos los
gobernantes que nos merecemos, es porque en ellos se refleja algo de cada una
de las personas que lo eligen y eso incluye la doble moral. Por eso la
corrupción es tan complicada y difÃcil de combatir. Porque, me parece, las
personas olvidan y perdonan los actos de corrupción de los polÃticos de la
misma manera que olvidan y perdonan sus propios y pequeños actos de corrupción.
Es más conveniente vivir con una moral dividida cuando la vida te enfrenta a
sus ambigüedades: una persona puede ser infiel a su esposa pero también es un
padre de familia responsable con sus hijos. Un trabajador puede aprovecharse de
su empresa pero también trabaja horas extra que no le pagan. Tiramos muchas
veces basura en las calles, pero también pagamos los arbitrios. La vida real
está llena de exigencias y dilemas morales que tratamos de resolver de la mejor
manera, siguiendo nuestros principios, pero también fallándoles. Y si uno se
perdona a sà mismo, ¿por qué no hacerlo también con nuestros gobernantes? Ellos
también son unos equilibristas en su vida polÃtica. Asumen amistades, tienen
que devolver favores, intentan sobrevivir en un cargo. Pueden tener buenas
intenciones con la sociedad, pero sus ambiciones personales también están
sopesando la balanza.
¿Significa eso que tenemos que quedarnos con los brazos
cruzados y aceptar resignadamente sus contradicciones, de la misma forma que
nosotros aceptamos las nuestras?
No, claro que no.
Para empezar, es necesario ser más exigentes con nosotros mismos. Solo si nos esforzamos en hacer las cosas correctas en nuestra vida privada podemos ser más exigentes y menos tolerantes con nuestros polÃticos. No estarÃa mal sentirnos un poco culpables y dejar de ser cÃnicos cuando cometemos un error.
Significa también que la
valla moral debe estar mucho más alta para las personas que aspiren a un cargo
público. Un polÃtico que quiera gobernarnos tiene que aspirar a ser “mejor
personaâ€, incluso mejor que la mayorÃa. Y no es poca cosa, se necesita más que
solo buenas intenciones. Se trata de una ambición exigente que requiere mucha
inteligencia, coraje y vocación. Pero por eso los elegimos, porque creemos que
de millones de personas, solo una puede hacerlo.
Esta columna fue publicada en la
revista Locheros, edición número 3 (octubre). La revista la puede adquirir en
quioscos del centro de Chiclayo, en la Alianza Francesa (Cuglievan 644) y en Mr
Rock (Lapoint 619).
Ilustración: Arturo Belano
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