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Mamá Olinda

| Alex Neira / Sentimiento de autoctonía | Enero 31, 2012
aparecen despavoridos los insomnios
las lágrimas
los pesares en punta
aúllan los recuerdos
los anhelos
las ganas de volver a bromear con ella
abrazarla
abrazarla fuerte
fortÃsimo
esperar esclarezca otra vez los ojos empañados
avalancha de arrepentimientos golpeando la conciencia
sopla la brisa negra de la alquitranada noche del adiós sin decir adiós
la pérdida del camino seguro: es la partida de Mamá Olinda otra vez
confirmación de que la sal resulta agria
que el azúcar irrita el paladar picando
saber que nada se encuentra ya en su lugar: que a donde arribe el alma sosiego no hallará
locura delirio desvarÃo desierto desgana griterÃo pesadumbre aflicción miseria miseria
abulia rencor gusanera abandono insanÃa reguero desesperanza miseria miseria miseria
m
i
s
e
r
i
a
¡El infeliz no entiende
es un malnacido
deberÃa morirse
no sirve para nada
no se ubica en nada
la vergüenza más grande!
«¡No escuches hijito
nunca dejes que sus palabras siquiera rocen la superficie de tu corazón! »
p
a
z
Ahora otra vez...
crespúsculos ciegan como amaneceres o mediodÃas
fantasmas del sueño pesado despiertan con entusiasmo
por qué
por qué
por qué
por qué
por qué
por qué
por qué
por qué
por qué
por qué
por qué
por qué
por qué
¡dónde estabas cuando te esperaba tranquila en su sillón!
en dónde se esconden sus manos
a quién hablará hoy su arenosa voz
«hubo un niño sin consuelo y asustado y moribundo como un pez puercoespÃn en tierra firme»
«hubo un hombre que aprendió a volar lejos muy lejos de las denominaciones los tÃtulos y los honores»
«que no tenÃa miedo de los normales y capaz de aspirar a lo imposible riendo»
«que podÃa acariciar a alguien en especial cuando todo se chocaba con la realidad y entonces volar y volar y volar más alto»
Y el maldito aprendió a escribir poemas...
no tenÃa miedo ni del demonio o algún dios
se percibÃa tan seguro que ni siquiera usaba sus alas
pero como cualquier ave de rapiña una noche aprendió a cazar
a olvidar y a seguir con la ingratitud de horizonte estrellado
ahora no es de sorprender su pecho sea un gorrión
pequeñÃn sin nido a cual volver
un ave asustada tiembla en su centro:
ya sólo un bÃpedo mojado y sin aliento
nada hay sobre este universo que pueda desplegar sus brazos
salvo recordarla
evocarla con alegrÃa y ternura e inconmensurable tristeza y remordimiento
***
Es de madrugada, el sujeto no ha escrito su mejor poema.
Ahora la gente duerme y él aún intenta trazar palabras capaces de sensibilizar.
Armar una historia versificada que refleje su amor y su pesar por alguien en particular.
Hacer entender que los muertos no mueren en algunas ocasiones.
Que ella vivirá en su mente y en sus libros y que el mundo aprenderá a quererla.
A amarla por páginas copadas de verdades y revelaciones maravillosas.
Pero ya nada importa de alguna forma, ella no los leerá.
Ella nada sabe del discurrir, del sendero que se sigue por su ausencia repentina.
Foto: Doña Orfelinda Samamé Montenegro posando antes del desayuno. Murió repentinamente el 3 de febrero del año pasado; su vinculación con el autor fue determinante en su formación, mucho más de lo que se pudiera suponer.
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