CULTURA
La certidumbre de la incertidumbre
| Marcoantonoio Paredes | Mayo 14, 2014
Sócrates, es el filósofo más conocido sobre el proceso de la incertidumbre en el conocimiento humano (“Yo sólo sé que no sé nada. De hecho, nadie sabe nada, y lo peor es que no lo saben. Yo soy quien debe decÃrselo, ya que yo lo sé... pero, se supone no sé nada, lo que me lleva a deducir que yo no soy nadieâ€). Tener la certidumbre sobre la verdad, el amor, el hombre, la belleza, el arte, la muerte, etcétera, eran menesteres fundamentales en la existencia humana hace casi quinientos años antes de Cristo; todo ello, partiendo de la idea a priori de la certeza de nuestra existencia interna (Esencia, Alma). Con el devenir del tiempo, la idea, la efigie del mundo que nos rodea se ha ido condensando de tal modo que la ontologÃa, con menoscabo de ella, para el estudio y análisis de la existencia del Ser, fundamenta el mismo a través del entorno o el espacio exterior, llevando esto a que, aparentemente, se tenga certeza del hombre a partir de la convicción de la realidad imperante, variando el orden fundamental del estudio del ser humano. Es decir, el hombre existe, porque existe la realidad que nos rodea.
Idea nada menos falsa, pues es relevante comprender que lo que nace en el tiempo, muere en el tiempo. Tener certeza de lo que somos a través de lo que muere en su tiempo (aunque esta dure mucho, incluso más que la existencia humana), es la mayor incertidumbre nunca formada, pues ello demuestra la banalidad y la superficialidad en la que ha caÃdo el individuo actual. En cada instante de nuestra existencia nos están diciendo, nos están ordenando, nos están convenciendo y persuadiendo, que no podemos existir y tener certeza de lo que somos sino es a través de lo que nos rodea.
Con la justificación de la globalización (unas cuatro décadas atrás) se perdió del espectro social la expresión “Alienaciónâ€, que se usaba como termino para indicar, básicamente, el comportamiento enajenante y de imitación, de un individuo, con relación a una costumbre, idea, forma, etcétera, que no era la suya. Ahora, el efecto “alienante†se ha convertido en un sÃndrome autorizado para existir en la época, y tener certeza de que somos.
Ser, a través de los que nos rodea, es pues el “mayor logro†del mundo moderno. Esto nos lleva a concluir realmente que ya nadie tiene certeza de nada, pues lo que ves hoy, mañana puede que no este. Esta humanidad lo único que tiene realmente es la certidumbre de la incertidumbre. Basta con que nos propongamos preguntar, o preguntarnos, sobre cuestiones o planteamientos más allá del celular, la computadora, el plasma, el led, el internet, el cable, etcétera, etcétera, para obtener las respuestas más inciertas, desproporcionadas, efÃmeras, vaporosas, gaseosas, que finalmente nos llevan a solo, precisamente, continuar en la incertidumbre.
Por mucho tiempo, hemos vivido de las apariencias, y no es que hemos dejado de hacerlo, nos hemos dado cuenta de ello, pero es tal la dependencia que se ha creado en nosotros del mundo externo, imperante, que nos rodea, que resulta vital no dejar de proporcionárnoslo, como si fuera la panacea que nos puede hacer eternos, aunque eso solo signifique lo que dure nuestra certidumbre, pues, evidentemente, lo único que tiene como cierto hoy por hoy el individuo, aunque viva en el fondo, negándosela durante setenta años, es la muerte, que para ello también ha fabricado lo imperecedero de la memoria, es decir, que se le recuerde ante lo que hizo, como paliativo ante su mortal devenir.
Al individuo actual ya nada le resulta cierto más allá de lo que no sea concreto. Creemos que eso nos da certeza de lo real, sin darnos cuenta que el eterno retorno es una ley a la que estamos sometidos, mientras que continuemos albergando la idea, el concepto equivocado, que existimos o somos, porque existe o es, lo de fuera. Ese cÃrculo a la que hemos sido sometidos y auto-sometidos solo se puede trascender, ante todo, si negamos lo que somos y que realmente no existimos, y no somos nada. Mientras que continuemos siendo dependientes de lo de fuera, de lo que nace y muere en el tiempo, y con ello pues que no podamos negarnos, la afirmación de lo que realmente somos, de nuestro ser individual, en lo profundo de nuestro interior, es casi un imposible, lo que evidentemente nos somete a la incertidumbre total. Postreramente, solo puedo decir que, “yo no sé nada, obviamente, no soy nadaâ€. Quizá. Por el momento.
Imagen: escultura "El pensador" de Auguste Rodin.
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