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¿Violadores asesinos o víctimas del sistema?

Moisés Muñante Ortiz no sólo es un padre que acaba de violar a su hijo para acto seguido intentar asesinarlo. Asimismo es el reflejo de la feroz realidad que viven tantos sujetos condenados a la extrema pobreza y la falta esencial de educación.

  |   Alex Neira   |   Septiembre 02, 2011  

Por Alex Neira


¿Podría haber mayor aberración que la de violar a un hijo de 8 años, y luego intentar matarlo para que no dé las quejas a su madre?

Claro que sí; por ejemplo en este caso, el del joven Moisés Muñante Ortiz, pudo todavía ser la noticia más impactante.

Este violador y seguramente asesino (sino lo fuera al menos quiso serlo cuando le cortó la yugular a su hijo) podría no provenir de un Pueblo Joven, de un arrabal, de un paupérrimo escenario, y ser en cambio de una zona residencial, hijo de padres empresarios que recibió formación esmerada, desde los 4 años en un colegio privado y de reconocimiento internacional. Claro que bien podría haber sido el caso, entonces habríamos sentido mayor asco y enojo.


Aunque el común de las personas no lo intuya objetivamente, el hecho de saber que este “hijo de puta” proviene de una marginal y mísera periferia, indirectamente conlleva a reafirmar un distanciamiento contra los menesterosos, de asentamientos humanos (por su falta de educación y envidia dicen los diversos Estrechos de Conciencia), y, a la vez resaltar un mal del cual parece nunca estarán libres nuestros infantes.


Ahora bien, recordando que este violador de su propia prole ha padecido carencias básicas tales y como un correcto vestido, alimentación tres veces al día, intercambio de afectos basados en el amor, estímulos de solidaridad y camaradería entre chanzas y tolerancias… De hecho, no sería una exageración afirmar que él y sus amigos cuando discutían acalorados, de pronto en el fragor de la confrontación, no se carajeaban o se mentaban la madre como tanto urbano hijo de vecino, sino rompían una botella y con un pedazo de vidrio se afrentaban. (Hemos escuchado cosas similares desde tiempo atrás, por qué negarlo).
Se sabe que en aquellos lugares duermen en un solo camastro la nueva unión y el hijo de ella como la hija de él, y la tía y el primo; ¡por favor!, que ser pobre de solemnidad en el Perú es “cosa brava”. Las casas no son de ladrillo sino de chatarras, su tamaño y ambientes conforman menos de lo imprescindible. Las imágenes lo dicen todo. Desde luego, por eso mismo sorprende cuando nos encontramos con gente “de origen difícil”, muy limitada social como económicamente, y que goza de una alegría inusitada, de una ingeniosidad chispeante, de una honradez implacable y de una energía de chiquillo inquieto; personas emprendedoras y de corazón blanco, que las hay, ¡no faltaba más!


Pero esos casos no dejarán nunca de ser extraordinarios. Cuando la sociedad golpea es inclemente. La pobreza y la ignorancia mientras existan tan drásticamente serán un cargo de conciencia contra la ciudadanía que fue a la escuela y tuvo pese a diversas limitaciones la oportunidad de una educación superior.


El joven Moisés Muñante Ortiz es un violador, claro que lo aguarda la cárcel por abusar de su hijo e incluso intentar matarlo. Con todo, los Administradores de Justicia no podrán pasar por alto que es además un sociópata. Ningún juez podría olvidar que por provenir de donde proviene, por las ingentes adversidades de su desarrollo, por la marginación y discriminación inherente a su formación educativa, la pena será menos dura.


Así pues como ellos, no debemos olvidar jamás: al margen de la negra cólera debe primar la indignación entre nuestros encontrados sentimientos. Después de todo, la indignación es fuente nutriente de actos y no de furias infértiles como el enojo en sí, que hace vociferar a tantos en contra del violador en cuestión, por decir un ejemplo, sin oír más razones, pregonando inclusive que si fueran familiares cercanos lo matarían con sus propias manos; quizá se enfurecen tanto por llamar la atención dado que sensaciones como esas en principio son de lo más comprensibles, pero no estamos implicados y debemos aspirar a ver más allá por el bien de todos como el nuestro mismo, pensado en lo mejor para la comunidad partiendo de lo mejor para nosotros, que no somos iguales a nuestros verdugos si fuera el caso. Como sea, recordemos que la Democracia no existe en donde hay miseria e ignorancia, o sea no se le puede exigir a un ciudadano maneras de conducta social si no ha formado parte de la sociedad salvo para ser sobajado, humillado, ignorado y aplastado.    


De igual manera, no podemos considerarnos demócratas (o peruanos o cristianos o de espíritu noble para explicarme en términos amplios) mientras no actuemos en función de minorizar tales taras.


Oki doki: es inevitable que hallan jardineros o empleadas domésticas que por su trabajo reciban realmente lastimosas monedas, a regañadientes quizá, pero aceptable que no se pueda erradicar ni alterar grandemente su realidad actual. Lo que sí debe quedar en cada uno es la convicción de que se hará lo posible para que sus menores estudien, reciban apoyo del Estado y de particulares en la misma senda como nosotros, crezcan en un colegio normal, con falencias y vacíos pero ya con la posibilidad de no tener el mismo destino que sus padres, y de seguro demás familiares, cómo no.


La sociedad necesita ser de todos, no de los que tienen bienes para aprovecharse de aquellos que no cuentan ni con lo mínimo, accediendo a subempleos porque precisan sobrevivir. Y tantos otros que sin lo básico no encuentran para colmo un poco entre la nada; ni tienen mucho que dar cuando les entablamos conversación, más que fijo por el hábitat decadente en donde han crecido, la ausencia de juego familiar, diálogo y empatía. Luego roban, matan, violan… ¡pero vamos!, la culpa no es de ellos, al menos en gran medida no solamente de ellos.


Foto: Alex Neira.

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