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Lambayeque en tiempos de crisis

Lluvias, inundaciones, desbordes de ríos también forman parte de la historia trágica y dolorosa de nuestra región. Revisemos algunos momentos de crisis que generaron estos fenómenos naturales, y que lamentablemente hasta la fecha â€“autoridades y ciudadanía– poco hemos aprendido a estar prevenidos ante los desastres.

  |   Gerardo Carrillo   |   Abril 20, 2012  

Cuando revisaba entre algunos libros de autores lambayecanos y otros foráneos –que se asentaron en Chiclayo y el resto de Lambayeque– encontré datos que demuestran lo mucho que hemos sufrido por las lluvias, desbordes de ríos e inundaciones, y lo poco que hemos aprendido y preparado los lambayecanos para afrontar esos históricos embistes de la naturaleza. Basta recordar como en el último verano (que no se va) la lluvia generó diversos y terribles problemas a nuestra región. 

En el libro Chiclayo: espacio y tiempo (1983), de Antonio Serrepe Ascencio, encontramos los siguientes pasajes referidos a desbordes y lluvias: “En el año 1578 el valle de Chiclayo sufrió una de las más torrenciales lluvias de la costa norte. Fueron destruidos los cauces y los canales, desapareciendo el antiguo Taymi de Túcume. Para repararlos, trabajaron más de tres meses cerca de mil indios al mando del corregidor de Zaña don Juan Conroy”. (Pág. 60, 61).

El otro pasaje detalla que “Ya en pleno siglo dieciocho, exactamente el 15 de Marzo de 1720, la vida política y económica cambió radicalmente, al producirse la destrucción de Zaña por las inundaciones de su río y la intensidad de las lluvias. Habiendo sido arrasada la ciudad, los habitantes se trasladaron a las ciudades vecinas, principalmente a Lambayeque y Trujillo”. (Pág. 70).

El trujillano –pero lambayecano de corazón– Teodoro Rivero-Ayllón, en Lambayeque, sol, flores y leyendas (1976), anota: “vendrían después las lluvia del 15 de marzo de 1720, los desbordes del río Zaña, que dejaron definitivamente en ruinas a la opulenta villa de Santiafo de Miraflores de Zaña” (pág. 31). Más adelante, habla sobre el mismo día: “producida la inundación de Zaña en la madrugada del 15 de marzo de 1720, destruida la ciudad en menos de cuatro horas, prodújose el éxodo de sus pobladores hacia Trujillo, hacia Lambayeque…”. (Pág. 33).

“Como Zaña y Lambayeque –las dos grandes ciudades de la Colonia– Ferreñafe sufrió vicisitudes que retardaron en muchos años su progreso. A 28 años de su fundación española, fuertes lluvias cayeron sobre ella, destruyéndola en gran parte y pereciendo el 75% de la población indígena. Un siglo después –a comienzos del siglo XVII– los indios comienzan a emigrar, víctimas de hambre…”. (Pág. 36).

Más adelante, Rivero-Ayllón detalla la participación que tuvo José Balta para afrontar inundaciones en Chiclayo entre 1864 y 1865 (liderazgo que no vemos en las autoridades actuales):

“El libró por ejemplo, a  la población de una de las catástrofes a que nos tienen ya acostumbrados los desbordes aluvionales de nuestros ríos en meses de verano. En aquella época cuando era sub prefecto, creció el caudal de los ríos; se repetían las inundaciones en las haciendas vecinas, y estaba Chiclayo en peligro inminente. Balta –hacendado de Lurifico– tenía práctica en cuestiones agrícolas y tomó la iniciativa. Dejó la subprefectura en manos del gobernador Bonilla, y se puso al frente de un contingente de comuneros. Con diligencia, entusiasmo y energía, dirigió la labor de limpieza del cauce, desde Tambillo hasta la desembocadura en el mar: con ello había desaparecido la inundación en Chiclayo…”. (Pág. 115).


Las lluvias del 25


De vuelta al libro de Serrepe, encontré este párrafo sobre las lluvias de 1925: “Y llegamos a 1925, año de abundantes lluvias y grandes avenidas de agua, que produjeron pánico entre la población por violencia de los fenómenos naturales. Las lluvias causaron muchos destrozos, mencionamos algunos de ellos: fue destruida la mayoría de casas de material débil de los pueblos lambayecanos; fueron arrasadas las tomas del Chancay, Lambayeque y Reque; así como el divisor de la Puntilla, las tomas de Pucalá, Tabernas y Calupe. Fueron destruidas las tomas de Tumán, Jarrín, Conchucos, Luya y Reque y la quiebra de Charrascape, cerca a Pátapo. Se inundaron varios pueblos como Eten, Puerto de Eten y Pimentel; Zaña, Lambayeque, Ferreñafe, etc.; las acequias de Chiclayo se descausaron inundando sus calles. Se formaron grandes lagunas y las poblaciones tuvieron que soportar plagas, epidemias y molestos charcos y barrales, ya que por entonces, la mayoría de calles sólo eran `afirmadas´. En fin, la agricultura perdió muchos de sus sembríos y en Lambayeque la destrucción y la pobreza campearon nuevamente entre los sectores populares…”. (Pág. 129, 130).

Ya casi al final del libro, en la página 143, Serrepe detalla lo que sucedió en el verano de 1983 y hace un pedido que hasta ahora resuena fuerte y que las autoridades –y la comunidad– no logran entender ni aplicar: prevención.

“Particularmente para el departamento de Lambayeque, el verano de 1983 se ha presentado por desastres ocasionados por las lluvias, desbordamiento y descauce de ríos y acequias; además, plagas y epidemias y tormentas atmosféricas. Las aguas de los ríos arrasaron medio pueblo de Túcume e invadieron por dos veces la ciudad de Eten, borraron del mapa al pueblo de Chóchope, destruyeron las cosechas de varios distritos, etc. Los daños son cuantiosos y hasta el 6 de Abril de 1983, las pérdidas sumaban cincuenta mil millones de soles. Todos los pueblos han sido afectados y son cientos las casas desplomadas; carreteras y caminos cortados; miles de familias damnificadas; carestía y escases de los artículos de primera necesidad; etc. Tal, el cuadro desolador que presenta nuestro departamento, donde ha faltado previsión de parte de los organismos estatales y de las poblaciones afectadas. Pero, los lambayecanos, que en otras ocasiones de desastres pluviales, se han rehabilitado, están haciendo lo mismo en esta oportunidad. Esperamos que con experiencia que nos ofrece la historia, se evalúen los daños y se prevengan los desastres. Confiamos en la fortaleza moral de los lambayecanos.”.

 

Foto: Joy Paz

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