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Ceniza

  |   Poesía y narrativa peruana / Moscas de bar   |   Noviembre 19, 2013


Ceniza

Define el porqué de nuestros nombres al lado de una pausa,

¡Cómo grita mi alma!,

Lágrima en neblina, acuarela perdida.


Congeladas en una risa helada de comedia europea veo tu cara…

la mía…

Tu par de ojos de ceniza 

transparentados en el humo de un café de madrugada

me sabe a entierro absoluto e inminente afrodita;

tras la ventana dos desaparecidos somos.


Tu espalda: un tierno papel en blanco a quebrarse en desvaríos, 

soporta ingenuo los caprichos míos, 

las delicias y sodomías de todos los mundos, en todos los tiempos.


Mira cómo agonizan los verbos y el sexo en un punto y aparte.

¡Dolorosa carne!


Y hoy que la luna nos ha vuelto caníbales de vidas pasadas:

Despójate de esas sandalias, tu yugo al piso 

y ábrete fuerte a mi ser imprudente.


Oscuros tus vestidos regresan esta noche para el Leteo de mi mundo, 

un mar de hieles y juego de piernas.

¡Carne perfecta!

¡Magra!

¡Bestia!


Tu rostro asoma arrogante por el hombro cansino de la tarde,

Por sus horas mansas y su cielo de infinito naranja, 

seduciendo pervertido las horas de un hastío.


Convídame a tu muerte hermano de ayeres,

Que sea yo quien eleve de tu lecho los ruiseñores

Que sea yo quien calme a la bestia y aplaque la muerte

con un soplido sacro y fuerte.


De noche: la flor en cenizas amarga el ritual de tu cuerpo

De día, el mar y el alma renacen en tu par de ojos yertos.



Réquiem a orillas de un río en La Luna


Nunca me pidas madrugada dejar tus labios cenizos, 

Tus ojos mansos,

Tu ser cansado,

Tu silencio sacro.

Recuéstate sobre mi falda y escuchemos explosionar la mañana

de cánticos y trinos, 

cada vez en celeste,

 tú y mi cuerpo tenue.

Y para que no te agote el camino, sembré pinos verdes.


Deleita tu mente que sobre el lecho me vuelvo fuerte,

Así parece…

¿Oyes? ¿Hueles? Es la plena densidad de la muerte

La nobleza absoluta del penitente.

Río, lloro, mantengo una mueca helada

Y así, posas tus manos hormigueándome la frente.


Oh! Cadáver excluyente, mi sombra, mi boba!

¿Alguna primavera habrá venidera

donde haya dos soles hembra y macho; 

donde Perséfone reine eterna?


Más allá me va llevando una dama con cara de luna llena, 

Preciosos lirios he encontrado, lejos, un olor a camelias

y el dolor en la almohada me ha olvidado.


Sigo, estandarte arriba, cerca de mi cima, 

mi quiebre... y, otra vez,

¡mi dolor!

La hoja fina de una espada ¡ha roto mi corazón!

La niña… oh sí… una niña esconde la faz de mí.

Logré verla: Fui yo!, soy ella y no lo soy.


¡Nunca más Primavera!, 

déjame otra vez madrugada bajo el aullido de la luna 

(sí, he descubierto que aúlla) 

y no vuelvas a encantarme que es tiempo de mi réquiem, 

tiempo de ir tras esa niña.

 


Cuando el horizonte es un cadáver en tu cuerpo


Aquel día mordimos el sol y lo devoramos como una manzana,

Cansados los labios de tanto ardor

Afiebramos la paciencia en lo obtuso de la noche;

Migramos complacencias a otros cuerpos,

Quizá etéreos, definitivamente ajenos,

Expandiendo eternidades como ecos en montañas.


Y, de pronto, bajo sombras… ahogadas soledades en tu pecho.

Déjame tocar aquel acorde de tu cuerpo

Donde se rompe un abismo y regresa en beso.


Más allá, en la franja del horizonte

Nace un cadáver o un cuerpo celeste

Déjame contarte que,


Era un ave… silenciosa, piadosa, 

divinamente monstruosa

Quizá un hada, sin nombre…

Quizá una sierpe embriagada por el Leteo

Un sueño irreparablemente mío… Tres…

Tres puntos suspensivos… sucesivos de muerte.


Farewell

Penitentes ojos de callada mujer,

De hojas de olivo se ha hecho su vestido 

y al pasar los rayos del alba la han vuelto un hada,

que come sólo de la higuera que crece en la huerta.


No me has convidado mujer,

de aquel riachuelo perverso similar a un cóctel de besos.


Ya puedes mirar el pórtico de la casa 

por donde el sol se mata a sí mismo,

cada tarde,

cada viernes.


Entonces ensayas a describir su deceso 

como plañiría un violín.


De repente me ausente

de tus alas de gaviota, 

de tu risa estridente

y en mi gaveta te dejé

mi voz ambarina, 

mi tonada alegre.



Autora: Marie Linares (Chiclayo, 1984)

Foto: Zoom, Arte y Fotografía. 

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