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Poemas inéditos de César Boyd

César Boyd Brenis (Ferreñafe, 1981) es profesor de Lengua y Literatura. Miembro fundador del Grupo Literario Signos. Colaborador del diario La Industria. Ha sido ganador de distintos premios de poesía, cuento, ensayo, dramaturgia y epístola. Ha aparecido en antologías de ámbito nacional. Su último libro lleva como título El ojo indubitable

  |   Poesía y narrativa peruana / Moscas de bar   |   Abril 04, 2021

Elegía de la normalidad

El sendero de los días comunes

 

1

 

Yo aguardaba la sentencia en el desierto, junto 

al espejismo y la Promesa agreste. 

No era culpable de estar solo. Solo estaba solo 

en mi palabra y comenzaba el Día. 

Un robusto tronco apoyaba el cuerpo esperanzado.   

 

Había una luz de juicio.

Había un viento de perturbación. 

 

Me señalaron el camino al pronunciamiento, 

donde el caudillo más célebre se mirará al espejo

en su propia cúpula, para sentenciarme.   

Llegaron las palabras y rodearon mi universo.

Luego apresaron mi cuerpo y mi alma vagó.

El robusto tronco fue talado frente a la justicia. 

 

La justicia del desierto: una rutina de la eternidad,

un dicterio provocado por el mundo transparente.  

 

La Poesía debía defenderme 

cuando caí en manos de la culpa. Y no lo hizo.

Nadie sale de la Caverna de Platón sin ser culpable. 

 

Armé rituales para mis conmociones

y esperaba un rayo del cielo que partiera la infamia. 

 

El nuevo día redefinió mi concepto agudo: 

del centro de la tierra emergía un viejo mundo 

y la pena de muerte era inevitable. 

 

Me quedé porfiando el día atroz

para reconstruir los hechos uno a uno:

desde las cenizas de un tronco hasta la influencia del sol. 

 

Habían regado la sangre de mi primer poema

para escarbar mi verdad que suponían infinita.

 

 

2

 

Un día normal expande toda su potencia, y me despierto 

para recordar un sueño, una vida perdida 

que se eleva 

para iniciar la mañana en furor Impresionista. Ahora canto. 

 

Por el aire recorro las avenidas y todas llevan mi camino, 

un lugar de memoria y un futuro que raspa. 

El sol reconoce que no soy ave ni rayo trasmutado:

me da la forma de la sombra 

que desconoce el vértigo y el ala, la caída libre y el maltrato.  

 

No bebo. Mi vuelo rompe la física de la batalla,

excepto para reponer el universo

en un trazo del camino profuso. 

 

La tarde se reduce a un accidente aéreo.

No he podido tropezar mejor con otro sueño: 

un accidente y el cero absoluto,

un accidente y la deidad del sol caído,

un accidente y el pretérito pluscuamperfecto sin dilación.

 

Un bocado me repone el espíritu del planeta 

donde los oraciones se dilatan hasta perdonarse; donde

van las maravillas

a buscar su estrella, a mentir su cuerpo.

Y despierto en los aeropuertos de la cama oronda.

 

Llegada la noche hay una estela, mi rostro

en fotografías nítidas,

en vecindarios del Crepúsculo o el ruido:

¡cuánta paz hay en una guerra ganada! 

Y veo al hombre perfecto atravesar el mundo, llegar 

a lo inminente.

 

Me veo a mí, arriesgando la penumbra. 

 

Un día normal concluye a pesar de su potencia dirigida 

al mismo sitio: 

estoy listo para importar, Importar, IMPORTAR.

 

Y no importa la llegada.

 

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