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Lima la Horrible

  |   Andrés Noria / En Sepia   |   Mayo 18, 2011

El autobús avanza lentamente por la gran avenida Javier Prado. Una fina garúa cae copiosamente sobre la ciudad, difuminando levemente la visión a través de los cristales. 


La pista número siete ha comenzado a sonar, y con ella también ha comenzado el letargo y este diáfano sopor que tanto bien me hace. A vista de bus, Lima la Horrible - ¿en qué estaría pensando Salazar Bondy cuando la etiqueto así? - se ve bella e imponente, no con la belleza burguesa y esteriotipada de la modelo del spot publicitario de Saga Farabella que está en cada paradero, sino con la belleza abstracta de una gran cosmopolis que alberga las intrínsecas vidas de mucha gente.


Cada persona que sube y baja del autobús es una historia diferente, una valiosa y enigmática parte de este precioso y abigarrado mosaico llamado Lima. Todos son potenciales candidatos para una gran historia, el mismo cobrador del bus es para mí un best-seller anónimo que quizá nunca se escribirá. El bus entra ahora por la Av. La Marina, la gente continúa subiendo y bajando, y yo sigo ensimismado, con la mirada pegada en la ventana, mirando a la bella Lima pasar ante mis ojos.


- En la esquina bajo - grito desde mi asiento.

- Feria bajan, avance, avance, pasaje en mano - responde el cobrador.

Lucho por abrirme espacio entre tanto best-seller anónimo, inevitablemente oliendo axilas muy de cerca, punteando y siendo punteado, atento a no ser bolsiqueado por algún inescrupuloso personaje.

- Entra entra, pégate pégate. Bajando.


Feria Internacional del Libro se lee en el frontis de la feria. Cruzo la pista cautelosamente para no ser disparado al aire por alguna combi asesina, mi pulso se acelera y el bochorno me atrapa. Prendo un cigarro para matar la ansiedad antes de entrar.


Unas lindas anfitrionas reciben al público en la entrada, le pido un afiche del evento a una de ellas para mi colección, y un mapa del recinto. Están presentes las más prestigiosas editoriales, Alfaguara, Norma, Planeta, Grijalbo, La Universidad Católica, La de Lima, San Marcos, entre otras. Pienso en Aníbal, en lo feliz y ansioso que estaría si estuviese ahora aquí conmigo. 


Albergo la esperanza de encontrarme con algún gran escritor del Boom, pedirle que me autografíe mi afiche y quizá entablar una buena conversación de escritor a escritor. Pero luego recapacito, me doy cuenta que son muy públicos y pudientes como para estar buscando libros en una feria. No sé por dónde empezar, el lugar está dividido en tres largos pasillos formados por cuatro largas columnas de stands. Veo todo tipo de intelectuales devorando libros, desde los más pulcros y formales hasta los más undergrounds que haya visto. Mis autores preferidos están por todos lados, y los celos me matan cuando los veo en manos de cualquier tinterillo. De pronto algo me detiene abruptamente, es el rostro de Sábato ocupando toda la tapa: “Sábato, el hombre“, se lee en el título. Es una minuciosa biografía del escritor hecha por una coterránea suya, pienso que sería un excelente regalo de despedida para Aníbal, pero me doy cuenta de que sesenta nuevos soles es mucho para mí actual presupuesto. En fin, sigo caminando por los pasillos abarrotados de gente. Una trilogía fantástica está causando gran interés, así como las novelas de la Chilena Isabel Allende. Me quedo con Isabel extasiado unos minutos; unas hojas me bastan para comprobar que los míos son los que novelan vidas, los cazadores de momentos, la criogenia de sentimientos en blanco y negro, y no la literatura de doctrina y dogma, o aquella que su valor está en relación directa con las regalías.


Leo todo lo que puedo, el tiempo vuela; mataría por llevarme cientos de libros conmigo. La rabia y la impotencia de no poder comprar nada es tal, que no puedo dejar de pensar en el estupendo trabajo que realiza la piratería: filántropa altruista educadora de masas.


Me he pasado semanas corrigiendo y ultimando los detalles de mi novela y aún no puedo decir que está lista para ser impresa. La reviso pensando en que diría Marco Aurelio Denegri si la tuviera entre sus manos; encuentro más y más errores en ella cada vez que lo escucho criticar los libros de otros ya consolidados escritores. Si no es la temática de los diálogos, es la gramática de los párrafos, o la cronología de los hechos; es una tarea de nunca acabar, a veces pienso que nunca estaré satisfecho de ella y tendré que publicarla al final porque simplemente ya no puedo dilatar más todo esto.


A pesar que Luciana no ha leído ni siquiera el título de la novela, este último trecho del camino ha hecho que ya la odie antes de haberla publicado. Yo siento como si la novela fuese mi próxima hija que está a punto de nacer, la cual ella odia por sospechar que es producto de una relación anterior a la suya. Y es que en parte es así.


- En la dedicatoria figurará mi nombre al menos ¿no? - me dijo un día por teléfono, aparentemente celosa por las prolongadas horas que le dedicaba a la novela.

- No te prometo nada Luciana, menos aún ahora que me lo has pedido deliberadamente. La dedicatoria es algo muy subjetivo y personal, y no soporta presiones de esa naturaleza - le respondí antes de que me colgara estrepitosamente el teléfono.


A veces me pongo en el lugar de ella y me doy cuenta que no es fácil ser la mujer de Andrés Noria, menos aún para una mujer tan sensible y emocional como lo es ella; mi racionalidad la mata, mis esquemas verticales la abruman, mi egolatría y confeso narcisismo la llenan de impotencia. Sí, quizás yo sea el que alimenta su gastritis crónica como ella dice, el culpable de su reiterada bulimia y de todas sus desgracias, pero la amo, y eso creo es lo que cuenta al final.

Después de un caluroso intercambio de puntos de vista, he conseguido doblegar la voluntad de Luciana y hacerla que me acompañe. Esta vez la he traído hasta Free Town; así solía llamar Luciana con algo de sarcasmo al acogedor distrito de Pueblo Libre. Después de unas botellas de vino en la Taberna Quierolo, nos hemos sentado en el parque Bolívar. Irónicamente la única banca libre es la que utilizaba hace unos años para leer y corregir mis borradores, mientras esperaba a Elvira que saliera de la capilla María Magdalena. A no ser por la pequeña alameda que están construyendo a espaldas de la taberna, nada parece haber cambiado por aquí, todo sigue en el mismo sitio donde lo dejé la última vez que anduve por aquí. Muchas cosas de antaño vuelven a mi cabeza por el simple hecho de estar aquí sentado: los días de ensueño junto a Elvira, mi primera borrachera por decepción amorosa en el bar Jacarandas, las innumerables noches bajo la luz amarilla de los faroles...


- Hay excremento de paloma por todos lados- protesta Luciana.

- Está seco, no hay problema, ya no mancha- respondí como consolándola.

- No sé para qué nos quedamos aún aquí, ya te tomaste tus dos botellas de vino, ya nos podemos ir ¿no?

- ¿No te gusta esto?- le pregunto. Si te refieres al parque, hay mejores. Pero ahora no me refiero al parque en sí. Hablo de la escena en conjunto, de estar aquí sentados, de la pileta, los transeúntes, la taberna en la esquina, del sonido de las palomas en los árboles, el aroma de la brisas marina.

Saca un papel de su bolsillo y lo coloca para sentarse.

- Yo solo veo un parque y huelo a caca de paloma. Esta brisa que dices, primero recoge todos los olores de Magdalena y luego llega hasta aquí. Esto ya no es brisa. Miraflores también tiene buenos bares y está más cerca al mar, no necesitabas venir hasta aquí para tomar vino y respirar brisa marina.

- En tu distrito es diferente Lu, allí las cosas simples y bellas de la vida se han perdido o las han prohibido. Por tu casa los vecinos no permiten kioscos ni informales, menos palomas justamente por su excremento, el serenazgo está al tanto de todos tus movimientos, y en algunos parques hasta han cometido el crimen de quitar las bancas.

-Creo que ya te agarró el vino amor. No puede ser que pongas en tela de juicio las bondades de las buenas costumbres y del saber vivir. Si hubiera bancas en el parque de mi casa, estarían llenas de fumones como Aníbal y quizá las parejas hasta tendrían sexo ahí mismo. En cuanto al serenazgo, te diré que solo la gente que no cumple las leyes y normas está en desacuerdo con este. Además, no seas tan demagogo Andrés. Si te gustan tanto los lustrabotas, las palomas y los borrachines, ¿qué haces viviendo en San Isidro?, múdate al centro de Lima o aquí mismo sonriendo con aires de triunfo.

- Yo no discuto si está mal o si está bien. Simplemente pienso que en lugares como estos la vida es más real y fidedigna, aquí puedes aprender cosas que en otros sitios no, aquí te das cuenta por ejemplo qué es y quiénes son el Perú realmente.


Luciana sonríe resignada y como buscando olvidarse de las palomas y de tanta sociología norista. Se acerca y me da un beso que me saca del estado de sopor y me lleva tiernamente a su diáfano mundo por unos minutos. Luego se para y comienza a hacer equilibrio en la pileta que está a unos pocos metros; pareciera que tratase de hacer que cada momento se me quede grabado de por vida, de hacerlo memorable. Viéndola jugando ahí como niña, me doy cuenta que es una parte muy importante de mí y que realmente la voy a echar de menos. Saco mi cámara y le tomo una foto, ella se voltea y empieza a modelar para mí, no le importa la gente que pasa, ni el silbido de los transeúntes y canillitas.


Le prometo llamarla desde el otro lado del mundo todas las semanas, ella sonríe más de nervios que de gusto. El busto del gran Simón nos mira de forma macabra e inquisitiva a la vez. Son momentos como este cuando odio más al Perú y a su triste realidad, la cual será la causante de nuestra separación. La tarde es fría y húmeda, una típica tarde de julio en esta Lima gris que entristece mi corazón, quizá sí, en esta Lima la Horrible...


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