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CHICLAYO SUPER STAR

  |   Andrés Noria / En Sepia   |   Junio 12, 2011

Víctima de mi telurismo debo decir que vivo consagrado a la admiración y deleite de esta mágica tierra. Así como muchos, he sido marcado por el estigma de Chiclayo: “Oh Chiclayo que exquisito eres; tu esencia es mi canto y tu relajo mi zozobra”. Y  es que no puedo evitarlo; cerveza negra con culantro, chicha de jora con loche,  verdes poncianas, frondosos algarrobos, gloriosas mañanas, melancólicas tardes, noches sabáticas de aquelarre… 

¡Y sus mujeres!,  cuántas veces han hecho gritar Dios mío a este agnóstico blasfemo; tan ricas y picantes como sus tortas de choclo con ceviche, tan ardientes como el afrodisiaco sol que a diario gratina nuestras sopóricas cabezas,  brujas hechiceras,  hadas serafinas. Y es que ésta tierra es así; privilegiada en mujeres, sofisticada  en comidas y envidiable en clima;  con un bosque seco al este y un malecón cuasi Caribe al oeste. Chiclayo y su gente es contraste de mixturas y extremismos.  


Como dije, he sido marcado de por vida por las cosas y vivencias que esta mágica tierra me dio. De niño mis juguetes predilectos fueron iguanas arborícolas y loros multicolores,  como los tigres a Borges, ellos me hipnotizaban siniestramente al punto de olvidarme del espacio tiempo. La brujería y el chamanismo fueron mi bautizo pagano ya adolescente; por algún tiempo una inescrupulosa virgen del sol me dio sangre de menstruación mezclada con mermelada de membrío sistemáticamente para caer en su fascinación. O cuando ya de joven volví a ver los hermosos colores de las iguanas y pericos en la pared de mi habitación gracias a una infusión de misha rastrera, ese día sentí la paz del nirvana.

A menudo también sueño que estoy en el bosque seco nuevamente, es de noche, no puedo ver nada, solo atino a mover mi cabeza  hacia donde provienen los ruidos, golpeo mi machete en una piedra deliberadamente para avisar que estoy armado a lo que sea que me acecha…el bosque y sus espíritus, dicen los lugareños.  Esos animales que aparecen de la nada y te miran fijamente a los ojos  por algunos segundos,  para luego desaparecer en el bosque. Me sentía a gusto entre tantos traficantes de leña, huaqueros, criadores de cabras, apicultores e invasores;  siempre tan pero tan hospitalarios, tan altruistas, simples  y genuinos,  que era imposible no tenerles empatía a esa gente.  Sí, Pomac fue mi Macondo por algunos años;  nada como unos días internado en el bosque para escapar… de qué?,  no lo sé.  

Tal es la nostalgia por estas cosas que siempre cargo con mis maderos de palo santo a donde quiera que vaya; limpian los espacios de malos espíritus, elevan el alma a un nivel místico, disimulan olores prohibidos.  

Por estos lares los baldes de pintura se llenan con galones de chicha de jora,  en los cordeles se cuelga carne cruda para mosquearla un poquito, la papa a la huancaína se machuca previamente, y el secreto de tu huarique preferido es usar una mano de muerto seca para mezclar el ceviche. Los verdaderos Hanks están aquí; bohemios duros de manos, nariz e hígado; inalterables en décadas; kamikazes endemoniados. 

Mi Chiclayo Underground, mi Chiclayo Swinger, mi Chiclayo Pop, mi Chiclayo Grunge, mi Chiclayo Light, mi Chiclayo Santería, mi Chiclayo Bit, mi Chiclayo mío, mi Chiclayo…

 

Foto: Joy Paz

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