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Los fabricantes de ilusiones

El fallecimiento de Ray Harryhausen (1920–2013) marca el cierre de una época en que el cine se podía percibir a partir de elementos tangibles, pero igual de fantasiosos como los efectos visuales digitales de la actualidad. Revisaremos algunos de sus películas más conocidas, que lo mantenían vigente, a pesar de su retiro hace tres décadas. 


  |   César Vargas / Muchas pelí­culas   |   Mayo 28, 2013

El cine como expresión humana es, en principio, resultado del desarrollo tecnológico. Al mismo tiempo, las nuevas tecnologías implican la creación y reinterpretación de códigos de comunicación.

Desde sus inicios, se identifica la diferenciación entre “lo real” y “lo fantástico”. Del primer caso, están Edison, Lumiérè, Zecca, entre muchos otros que buscan capturar sus respectivas realidades para la posteridad. En el segundo, la presencia más importante es Méliès, cuyo trabajo con efectos de trucaje, edición y montaje marca el inicio de una larga dinastía que ahora llega –como es de esperarse– con los nuevos soportes tecnológicos de la ilusión generados por computadoras.

Durante este recorrido, la lista de “ilusionistas” es vasta y diversa. Willis O’ Brien, Byron Haskin, George Pal y sobre todo, Ray Harryhausen. Su presencia vista desde la distancia del tiempo transcurrido significa el punto de quiebre entre la ilusión tradicional, casi artesanal y bienintencionada y los impresionantes despliegues de efectos especiales de todo tipo.

Ray Harryhausen se acerca al trabajo de trucaje y efectos especiales como asistente en la versión original de “King Kong” (1933), de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. Allí conoce a su maestro, Willis O`Brien quien le presenta los trucos artesanales y entonces fascinantes que permitían que extintos dinosaurios y descomunales insectos y otras bestias interactúen con seres humanos actuales, persiguiéndolos incluso hasta las grandes ciudades de edificios modernos.

Esta fascinación por el gigantismo, obtenido paradójicamente, por miniaturas y marionetas de apenas unos cuantos centímetros, constituye una etapa noble y emotiva en el desarrollo de los efectos especiales. Platillos voladores pintados con aerosol, muñecos de alambre, etc. –que se movían a la velocidad del cuadro por cuadro– marcaron una época y principalmente la infancia de una generación que décadas después rescataría a Hollywood de sus innumerables crisis y trasmutaciones. Spielberg, Lucas, Jim Henson, James Cameron, Peter Jackson, entre muchos otros reconocen en la obra de Harryhausen la fuente de inspiración de su vocación como cineastas.

Su filmografía es abundante al igual que el medio millar de criaturas a las que dio vida. Sin embargo, destacan notoriamente tres títulos por motivos muy distintos. “Jason y los argonautas” (1963), tomado de la mitología griega, representa un logro del oficio de cineasta. El viaje en busca del vellocino de oro abunda en monstruos, seres bizarros y de movimientos torpes pero entrañables. Sin lugar a dudas, la escena icónica de la película y de todo el cine de Harryhausen es la pelea de Jason con los esqueletos. 

“El valle de Gwangi” (1969) resultó un fracaso en la taquilla, y aunque no es una película a destacar por su factura narrativa, resulta en su totalidad un digno homenaje para el maestro O’Brien. De hecho, esta película constituye un proyecto nunca realizado por el creador de “King Kong”; su discípulo Ray fue el encargado de darle vida a esta imposible conjunción entre vaqueros gringos y dinosaurios, “el lejano oeste más salvaje que nunca”. Sin embargo, y como explicación de la escasa recepción del público, eran tiempos de viajes espaciales y de la llegada del cine fantástico a las grandes ligas de Hollywood, como lo demuestran en esa época los estrenos de títulos como “El planeta de los simios” de, Franklin J. Schaffner, o “2001: Odisea del espacio”, de Stanley Kubrick.

“Furia de titanes” (1980) es el regreso final y definitivo a la mitología griega, que es una referencia central de la obra de Harryhausen. Además de significar el retiro del cineasta de la actividad profesional, marca muchos de los recursos utilizados en toda su filmografía. La propia visión de los dioses griegos, acomodados en el Olimpo, manipuladores de sus propias marionetas humanas y bestias, sujetas a su capricho, recuerdan la propia labor del artesano de los efectos especiales, representada como un juego de niños grandes, de sueños inacabables y enormes.

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