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Más allá de la ficción: la necesidad (o no) de los géneros cinematográficos

  |   César Vargas / Muchas pelí­culas   |   Junio 25, 2013

El cine como arte, industria o fenómeno social, es un agente dinámico. Es cierta la influencia en sus años iniciales de otras disciplinas como las artes escénicas, la dramaturgia y la literatura. De ahí que muchos elementos (el concepto de actuación, las estructuras narrativas, la puesta en escena, etc.) hayan sido trasladados directamente al nuevo soporte sin considerar todavía la posibilidad de un nuevo lenguaje. Entre las primeras “vistas” de los hermanos Lumière y las películas imaginativas de Méliès, pueden hallarse los primeros rastros de diferenciación. El retrato directo, tal cual, del mundo y las fantasías, impostaciones incluso delirantes. Las primeras nociones de documental y ficción tienen algunos primeros referentes en la primera década de la historia del cine.

¿Dónde comienza la ficción y dónde el documental? Las fronteras entre ambas se han puesto en debate principalmente a partir del tratamiento de determinados asuntos de interés social y con los periodos de entreguerras cuando la propaganda y los noticieros de cine era tan creíbles como ver a King Kong trepar los rascacielos de Nueva York. Esta ética en el cine que trata sobre la veracidad de lo mostrado, dada su repercusión en la sociedad, realiza un aporte importante: la idea preconcebida del documental como estructura rígida, seria, aburrida y de la ficción como medio práctico y eficiente de contar historias.

Esta preconcepción, evadida tantas veces por los vanguardistas franceses de los años veinte, el “cine ojo” de la escuela soviética, los autores de la nouvelle vague, entre mucho otros ha permitido la creación de estilos que están de camino entre documental y ficción. Nombres diversos y rarezas totales, las vanguardias y la experimentación, el cine no narrativo y no figurativo, etc. son resultado de las múltiples revisiones del lenguaje cinematográfico. 

Casos puntuales como el de los cineastas Vincent Moon y Apichatpong Weerasethakul, dos gratas coincidencias en Chiclayo, realizadores de gran importancia en el panorama cinematográfico actual.  El francés Vincent Moon persigue los sonidos, la música y a sus ejecutantes. Es una búsqueda personal y libre. De esta forma, la fuerza de la imagen se constituye en una creación total y espontánea. Las imágenes se construyen con la totalidad de los sentidos, con la idea de la fusión como una constante. Sus piezas audiovisuales son cortas pero concentran esa energía que irrumpe entre el óxido de los géneros establecidos.

En una línea similar, el cine del tailandés Apichatpong Weerasethakul apuesta por la construcción total de las imágenes. La imagen no transmite emoción, la imagen es emoción en sí y así va y viene entre la percepción de cada persona, en la multiplicidad de interpretaciones y entendimientos adquiere trascendencia. Los símbolos  de la obra de Weerasethakul surgen de lo cotidiano y también de lo invisible. La materia es una entidad no permanente, espontánea como los actores no profesionales que aparecen en sus películas.

La irrupción entre los géneros responde además al trabajo interdisciplinario, siempre presente en la historia del cine, pero que ahora ha decidido explotar todo su potencial, aquel que permite la creación de obras tan diversas como “Accidentes gloriosos”, “El espacio entre las cosas”, “This is not a film”, “Sans soleil”, “Tropical Malady”, “Instant Stuff” que hacen ver la idea de mockumentary –falso documental– como un juego de niños.

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