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Fuera del closet

  |   Diego Lorren / Fuera del closet   |   Marzo 15, 2015


Ya no era un niño tímido que se escondía de la gente, ahora me sentía como toda una celebridad.  Me puse mi mejor camisa y un jean ajustado, esas zapatillas Converse que tanto me gustaban y salí dispuesto a matar la inocencia que quedaba. 

Tomé el primer taxi que vi, le di la dirección y el chofer se rió de una forma burlona… yo solo sonreí mientras subí. El taxista sabía a donde iba y  podía ver esa cara perversa y picara,  esa que muestran todos los chicos "heteros" cuando saben que hay un gay al frente de ellos.

Me miraba por el espejo del retrovisor con sus ojos de serpiente esperando que yo dijera algo, pero mis ojos solo se limitaron a mirar por la ventana, a través de la cual vi gente sedienta que salía de noche como buscando algo, algo que yo también buscaba.

Quería llegar a mi destino, quería ver a gente viva bailando y sudando, rozándose entre ellas mientras sonreían por sentir el placer de sentirse libres, vivos.   Llegué a la disco gay. El taxista estaba excitado al ver una discoteca de "cabros",  yo por dentro reía, eso era pan de cada día: mirar a los chicos "heteros" asombrarse de la homosexualidad sabiendo que inconscientemente también quieren follar. Bajé del taxi y caminé por la calle cruelmente. Recuerdo que fueron  pisadas fuertes y decididas, al menos eso creí en ese instante. Entré al club y los rostros desconocidos comenzaron a mirarme mientras dos dragqueen estaban bailando sexymente, retorciéndose al compás de la música mientras que en un estrado vi a un stripper sacándose poco a  poco la ropa; los aplausos y ciertos gritos se escucharon sin reparos en distintas zonas del ambiente. 

Dos chicas celebraban con besos apasionados en un rincón, como impulsadas por la energía desenfadada de gente que normalmente vive muy reprimida o dentro del closet. Salvo en noches como esas, donde la libertad se dibuja en los cuerpos.

Conforme caminaba vi que el lugar era un nido de criaturas extrañas, algunos vestidos muy femeninamente y otras vestidas masculinamente, pero ambos tenían algo en común: ¡me miraban! , les gustaba ver a un adolescente perderse en esos lugares, en sus ojos se notaba que deseaban un espectáculo que, sin necesidad de tragos ni de calentamientos, yo les daría.

Me dirigí al centro de la pista de baile, cerré mis ojos y dejé correr el fuego interior.
Sentí la música penetrando por mis oídos, comencé a menear mi cabeza mientras que las luces decoraban mi cuerpo. 

Estuve en ese estado de trance por varios minutos hasta que sentí una respiración que oscilaba entre lo suave y lo agitado detrás de mí. No me importó, o debo decir, me importo más. Solo sé que seguí  moviéndome lentamente, meneando mi trasero, recostándome, doblegándome sexymente sobre ese desconocido. 

Volteé con estilo y encontré a un chico delgado, de ojos grandes y traviesos, labios carnosos y cabello corto. Me sonrió y, así de la nada, como si fuera un juego de roles, lo tomé del cuello mientras bajaba al compás de la música. De pronto, él cogió fuertemente mi cintura, me apretó contra su miembro erecto mientras mis ritmos lo masturbaban lentamente. 

Nuestro baile llamó la atención. Sentí como las miradas penetraban  mi cuerpo y eso me excitó más. No sé cuánto tiempo permanecí con los ojos cerrados siendo dominado. El extraño se sintió libre de tocarme y yo me sentí libre de ser tocado. Me besó el cuello y yo respiraba su perfume tan masculino tan sublime:

–Vamos a mi departamento, la pasaremos bien –agregó. 

Yo lo miré, sonreí y le dije: 

–Está bien, pero me tengo que ir primero al baño. Ahorita vuelvo –respondí.

Desorientado y  borracho de placer, me dirigí a la salida mientras todos los chicos me miraban con ansias y placer por el menudo show que había dado.

Salí de la discoteca y nunca más volví a ver a ese chico.

 

Foto del blog:  Mauricio Gómez.

Foto del relato: Olga Elizabeth Escurra.

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