CULTURA

Una visión sobre el nuevo Chiclayo

El presente texto pretende explicar por qué aún muchos perciben a Chiclayo como con poca cultura y buena para la juerga, y cómo esta realidad está siendo cambiada por el talento de sus artistas y gestores culturales.

  |   Gerardo Carrillo   |   Septiembre 13, 2011


Por Gerardo Carrillo


"Ya estoy harto de los peruanos orgullositos y sus floros para avanzar. Se deben decir los defectos, no las cosas buenas. Yo soy chiclayano y digo con orgullo que Chiclayo es una mierda. Se come rico… sí. Se chupa como mierda… sí. Buen clima y sol… sí. ¿Pero algo más?"


Este es el mensaje que despertó mi interés en los últimos días. Y lo que sería una respuesta dentro del face, se convirtió en este texto que pretende responder a ese panorama perfecto para el hedonismo y no para la cultura. Y lo escribo con la autoridad de alguien que nunca dejó de cuestionar el espíritu de su tierra. Y la amó y la odió. Y se alejó y volvió. Tantas veces que al fin cree poder responder:


Sí, mi broder Malas. Sí, es cierto lo que afirmas con el usual furor con el que muchos mensajes en el face son escritos, casi escupidos. 


Recuerdo que alguna vez denominé a Chiclayo como El Infierno, o Ciudad Perdición. Un SOL tan soberbio que solo la soberbia de nuestro reconocido Gran Viento es capaz de mitigarlo. Playas a solo 15 minutos (a 10 o a 7 en alta irresponsabilidad y según la hora), con la suficiente arena como para correr, armar castillos y ver las armónicas chicas amantes del bronce cancerígeno que regala el violento Dios Sol en estos reinos del loche. El calor conduce a destapar un par de cervezas heladas y ese par se convierte fácilmente en una caja (y con tortitas de choclo para resistir las angustias del alcohol). Y claro, es casi un ritual acompañar las chelas con el mejor ceviche fresco que encuentras por toda la ciudad. Y si prefieres chelear en casa, incluso el pescado de Santa Rosa o Pimentel llega hasta tu puerta para que juegues al chef. Afuera aún escucho a Alfredo Huamanchumo, aquel viejo pescador que â€”a veces con su esposa, a veces solo— desde hace 12 años recorre las bellas calles empedradas del centro con una canasta en la mano, y con su voz le canta a la tradición: Lleeevoo Toooyo, Sucoo, Bonitoo…


Es cierto que Chiclayo es buenos precios, gente autodenominada como amigable y la mejor comida del Perú. Por aquí la mayoría de broders, empresarios, profesionales y obreros están dispuestos a todo y a distancias realmente cortas. Más de un empresario y político me ha comentado que grandes tratos lo cierran siempre en una buena comilona con mucho alcohol (y no pocos con sus respectivas líneas). En estos lares un dealer está a menos de cinco minutos de tu extinción, y hay huecos que se mantienen abiertos "aunque pasen los años" (y los gobiernos y Ollanta y el dedo acusador). El buen San Pedro y chamanes por aquí y por allá; con más devotos en el pueblo que muchos más santos y farsantes de distintas religiones. 


Cumbia por todos lados y no solo los fines de semana; por ende, chicas acaloradas que las migraciones han regalado a esta tierra bien ubicada y de numerosas universidades  (con muchos alumnos promedio, aptos sobre todo para la juerga). Chicas de Cajamarca, de Jaén, de Pacasmayo, de Trujillo, de Sullana, de Piura, de Tarapoto, de Rioja. Tantas afincadas acá en prendas cortas que varios periodistas han resaltado el cuerpo perturbador de las lambayecanas sobre las de otras regiones, obviamente porque están bien papeadas como dicen algunos excitados observadores foráneos y locales. 


Un punto aparte son las kermeses, tan populares y esperadas. La del `Sanjo´ o del San Agustín; la del Santa Angela o la del Reina. Y la más esperada, la del Pardo, que siempre parece desbordarse. En cambio, los recitales en el ex INC o en Café 900 solo juntan lo suficiente para armar un equipo titular de fútbol, sin suplentes; tan mínimos que cualquier pollada o parrillada del barrio supera ampliamente las angustias de Vallejo o los rechazos de Artaud. 


No son pocas las historias de mujeres que huyeron para salvar a sus esposos del alcoholismo y el trampeo a toda hora. Tengo una tía y una amiga que huyeron llevándose al ser amado para evitar su corrupción ("En Chiclayo no lo dejo ni loca", me dijo una desesperada que tomó el primer trabajo que pudo).


Y todo esto en una región que siempre se caracterizó por una triste realidad cultural, salvo por Sipán y los museos; una región que necesita de sus muertos para al menos brillar con su oro y su historia. Recuerdo que una amiga de la Católica (y juré que lo mencionaría algún día) tildó a Chiclayo como "ese pueblo al lado de la carretera", y yo me ofusqué tanto como los vientos que remecen los techos y ventanas de nuestra tierra. Mi ira se convirtió en vergüenza cuando recordé a varios chiclayanos y a mí mismo renegar por esta tierra y decir con la furia del amor: que era un pueblo sin cultura y vivir aquí era sumergirise en el atraso cultural, sin todo el arte y la educación que a lo mucho aterriza y respiras en Lima, a nuestra Roma Chola,  mas no a provincias. ¿Qué haces allá mierda? Vuelve a Lima, Chiclayo no vale la pena, más de un amigo trató de salvarme de mi perdición intelectual y artística cuando decidí, hace medio año, volver. Pero soy de los que cree que el escritor se hace en cualquier lado. Mientras todo esté en contra, MEJOR.


Pero más allá de este panorama peligroso y vacuo para algunos (y excitante para otros), desde hace un par de años observo a un entusiasta contingente de chicos de 18, 20, 22 o 24 que laten con el hambre de la revolución cultural, económica y política. En estos ámbitos el lambayecano joven y adolescente va asimilando las formas del ciclón, con la fuerza para transformar esa realidad deprimente que con justicia y dureza describes, mi broder Malas.


Y soy más periodista-sociólogo-antropólogo-escritor que un amante de Lambayeque y su loche (un lochero, según el nuevo sinónimo que se respira en el mundo virtual) cuando te hablo de estas luces que no solo vienen del sol, ni de las tumbas moches que siguen descubriendo. Dejo de lado mi sentimiento-de-autoctonía cuando confieso que hoy en estas tierras se juega a ser director de cine, actor, diseñador o pintor. 


Y no solo lo digo por Nelson Mendoza, director chiclayano que el mes pasado ganó con su corto en el importante Festival de Cine de Lima. Ni por la creativa diseñadora Sandra Fernández del Río, quien el año pasado participó en el Flashmode junto a los mejores diseñadores jóvenes del Perú. No solo por los promisorios actores Luis Fernando Arenas (Sin tetas no hay paraíso, La Gran Sangre) o Miguel Vergara  (`Panchito´ en Al fondo hay sitio). Ni por Omar Benel, corresponsal en Miami de El Mundo de España, o por Álvaro Díaz Dávila, que hasta hace poco fue redactor en la famosa revista Etiqueta Negra (ambos colaboradores de Locheros, por cierto). Tampoco por Guillermo Chávez y sus ya respetados lienzos. Solo por mencionar algunos.


No, no solo por ellos es que creo en este cambio, en este Chiclayo mejor. Sino por muchos otros que respiran historia y trabajan seriamente para ser escritores, músicos, fotógrafos o poetas de trascendencia. Hoy existen felizmente más productores de eventos culturales y de programas de tv sobre cine y música local. Bandas que actualmente graban videoclips de calidad y piensan en ser las estrellas de la globalización (saben que están a un clic de que el mundo conozca su talento). Y un huevo de chicos aprendiendo las recetas de la mejor comida del Perú. Te lo juro por el arroz con pato, el cabrito o las panquitas de life.


Hoy hay gente convencida de liberar a `María´, y con argumentos ante cualquier frente (incluso otros, como Vargas Llosa, creen en la legalización para acabar con el narcotráfico). Hoy existen más universitarios y jóvenes redactores con las poses y las venas abiertas del periodista; unos más bohemios, y otros respetables conservadores. Más artesanos, punks o rastas que bajan a Pasaje Woyke, ese perfumado lugar de espíritu contracultural y libre que se resisten a dejarlo morir. 


Felizmente también sobrevive la vieja guardia, esa que desde siempre ha peleado sin tanto eco para desarrollar culturalmente la que algunos consideran como una región fenicia (todavía con mucha razón). Y locos, felizmente algunos locos en las islas del arte, que van en trance por las calles recitando versos de Whitman o Baudelaire. Y lo sabes.


Y si no lo crees, te lo digo con la convicción de un caballito de totora cuando enfrenta al mar, como David a Golliat. 


No es el mismo mi broder Malas, Chiclayo es mejor ahora. Es cierto que Chiclayo aún conserva su pinta de urbe mal hecha y sin gusto, con poca cultura, pero estoy convencido de que existen creadores en formación y otros que ya están escribiendo la revolución cultural de esta ciudad.


Sí, revolución cultural. Con respeto a la democracia.

Y tú, lector, eres parte de esto.

 

 Foto: Alfredo El Malas. (Apocalipsis, sugerente nombre de uno de los tantos bares y restaurantes en las afueras de Chiclayo).

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