CULTURA
¡Su majestad... Fiodor Dostoievski!
Existen variopintos escritores geniales a lo largo de la historia, pero ninguno que haya rozado tanto los extremos del alma como Dostoievski. Escritor sacrÃlego para bastantes, santo hijo del señor para muchos más.
| Alex Neira | Enero 07, 2012
Por Alex Neira
¿Qué serÃa de Dostoievski si fuera chiclayano y estuviera vivo, si ese su inefable corazón aún latiera, si esa su entrecortada voz todavÃa modulara palabras, si en definitiva hoy discurriera por este putrefacto ambiente de filisteos y fenicios?
¿En qué bar, cantina o chicherÃo irÃa a matar las penas o a reÃr con delirio enfermizo, a salirse de sà mismo para verse y ver el mundo mejor, o en todo caso desde otros ángulos?
¿Cuáles casinos frecuentarÃa más, o acaso rondarÃa varios como tanto soñaba en esos dÃas febriles y lacerantes que lo arrastraron hasta fuera de su patria?
¿HabrÃa pasado ya por un álgido, decadente y abandonado calabozo, con grilletes de 5 kilogramos colocados en sus brazos y piernas y con únicamente la biblia para leer por orden de sus verdugos durante 4 larguÃsimos años, tal y como alguna vez le sucedió en Siberia?
¿A qué familias ya totalmente derrotado les habrÃa barrido el piso como tantas veces hizo por uno o dos copecs, para antes de llenar el estómago vacÃo volver a la ruleta en busca de una fortuna tan lejana como el sol de la tierra?
¿Cuánto dolor cargaba en el pecho aquel muchachuelo sin madre que desde los 15 años fue, y el cual para colmo de los colmos tuvo que soportar a un padre no solamente alcohólico sino cruel y lujurioso, a tal punto que sus propios siervos asesinarÃan?
¿Quizá también visitarÃa a deshoras hospitales miserables para intentar paliar sus crisis nerviosas que continuaban ya varios dÃas después de los repentinos ataques epilépticos que lo asechaban siempre más temprano que tarde?
Ay Fiodor, mi amigo y amigo de tantos… Ay Fiodor, ¡Fiodor Dostoievski!
Cuánto desierto y desventura rodearon tu existencia. Tu hermanito que se fue al otro barrio tan joven, dejándote a cargo sus vástagos, a ti que no te alcanzaba el dinero ni para los tuyos, a ti que no podÃas ni contigo mismo. Esa primera esposa que tanto amaste y que asimismo feneció, y en las peores condiciones encima, de una enfermedad tan lenta como dolorosa…
Tú… que debiste aceptar contratos leoninos, feroces, abyectos, y por irónicamente textos tan profundos y humanos que sin lugar a dudas se olvidarán sencillamente cuando desaparezca la humanidad.
Tú… que al margen de tanta pobreza y desgracia, de tanta dolencia y abandono, tuviste que escribir durante 8 horas seguidas cuando menos, como una bestia de carga de la intelectualidad, o ahora que lo pienso, justamente por eso debÃas exigirte a tales extremos, porque fuiste un hombre que no pudo olvidar las necesidades de su parentela.
Qué habrÃa sido de mà y de tantos otros sin tus luces y sombras, sin tus obras que tanto hacen reÃr como llorar, que han hermanado a seres tan diferentes y lejanos como la brecha misma que separa la vida de la muerte.
En una carta a su hermano MijaÃl en mayo de 1859 confesó: «(…) de sobra sé que yo no escribo tan bien como Turguéniev; pero la diferencia realmente, no es tan grande, y espero, con el tiempo, escriba también como él. ¿Por qué estando tan apurado me avengo a cobrar 100 rubros por pliego, mientras Turguéniev, que posee dos mil ciervos, cobra 400 rubros? Pues por eso mismo que soy pobre y tengo que trabajar a toda velocidad y por el dinero; asà que todo lo echo a perder». Pendejadas de la vida: en ese entonces Fiodor Dostoievski terminaba de componer la monumental novela Crimen y Castigo.
Tensión y angustias, sufrimiento al rojo vivo y desesperación polar, y no obstante tanto arte, tanta hondura en las debilidades y grandezas humanas. Pero como alguna vez escuché, tal cual las ostras con sus dolencias, hizo de sus aflicciones e impotencias joyas, joyas que se ensartaron en la memoria y las entrañas de generaciones, tanto ayer como hoy, y como mañana, desde luego.
Foto: (http://lahierbaroja.wordpress.com). Los hermanos Karamazov, novela considerada por Sigmund Freud y Stefan Sweig —entre otros— como la más grande de la historia universal.
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