CULTURA

La gesta de un primer poemario


  |   Feliciano Mejía   |   Marzo 14, 2014


Una noche, después de la presentación de uno de mis poemarios, en este mismo local de la Casa de la Literatura Peruana, luego de haber declarado, en esta misma mesa que yo iba a las presentaciones de libros por dos motivos: por saber cuántas copas de vino podía quitarle a los mozos en el menos tiempo posible, uno, y dos, conseguir el libro gratis o en su defecto hacer todo lo posible para robármelo. 

Una noche así, repito, nos fuimos con unos compañeros de letras a homenajear a nuestro poeta comunista e inmortal César Vallejo en uno de sus aspectos: Su culto al HIERRO CURALISIO. Y recalamos en Don Juanito o Don Ciro o, simplemente, la Rockola.

Se supone que esa noche de la que les hablo conocí a Luis Grover González Gallardo, el autor de este poemario que nos congrega. Él me lo afirma. Pero yo no me acuerdo de esa noche, a partir de la 9:35 p.m., absolutamente nada. A causa del Hierro Curalisio vallejiano.

A César Vallejo, la burguesía le oculta siempre su militancia comunista en partidos comunistas europeos y nunca mencionan que él fue el poeta que formó la primera célula clandestina del Partido Comunista del Perú en París, luego que nuestro José Carlos Mariátegui lo fundara en Perú. Y oculta en Vallejo su alegría de vivir y su risa de sol entre sus amigos. Y le oculta su culto fraterno al Hierro Curalisio.

Pero, ¿qué es el Hierro Curalisio?

Seré infidente: esas dos palabras, inventadas por César Vallejo, se referían al yonque norteño o caña o aguardiente o, por extensión, al Pisco o Ron, o al no tan famoso “Chanka Kichachik” de mi Abancay natal. César Vallejo, en cualquier reunión de encopetados de su originario Santiago de Chuco, o en Trujillo o ya en Lima, miraba con fina alegría en los ojos a sus amigos íntimos y entre sus labios finos, sin casi abrir la boca, les decía con sonora claridad: Hora es de ir a ver el Hierro Curalisio. Y solo los íntimos y confiables amigos comprendían que tenían que retirarse con sigilo y cortesía e irse a encontrar los sitios privados, como la Rockola, para rendir culto al dios Baco hasta decirle “papá al perro” en un alba nuevo.

Bien. Esa noche de la cual no tengo ningún recuerdo a partir de la 9:35 p.m., ya en La Rockola, Grover, nuestro homenajeado, me cuenta que en determinado momento yo leía sus poemas en silencio y a cada momento decía, como saboreando delicias del paladar, a manera del empresario de la cocina peruana Gastón Acurio: Hummm, bueno, buen poema, hummm, qué bueno, etc. Eso dice Grover, que estaba atento a una opinión sobre su obra inédita, pero yo no me acuerdo absolutamente nada por culpa de mi amor a César Vallejo y a su bendito Hierro Curalisio de su bohemia cerril.  Yo, normalmente y por respeto, jamás opino sobre los poemas y la poesía ahí contenida de cualquier autor que me pide opiniones, pues, a pesar de mis 48 años de trabajo en la literatura y la poemática, y 14 libros publicados, no sé lo que es la poesía. Pues la intuyo es un ARCANO.

En resumidas cuentas, al siguiente día, ya en casa, después de haber bien dormido y haber calmado los ardores “que tormentosos crecen” en el estómago y en el hígado, luego de una noche vallejiana e hirrocuralisiana, con abundante agua con hielo en una jarra en el escritorio de mi oficina de escritor profesional, vaciaba mi maletín e iba encontrando, como siempre: publicidad en papel, poemarios dedicados con cariño, papeles con nombres y teléfonos y correos, y todo ello que se acumula en una noche de escritores sedientos. Y de pronto, vi una setentena de hojas bond, con su cubertura de plástico transparente y un esmerado anillado. Tenía como título: MANANTIAL EN EL ESPEJO, y como autor un nombre totalmente desconocido para mí: Luis Grover González Gallardo. Lo peor era que no podía relacionar ese nombre con ningún rostro de los compañeros de oficio y los nuevos conocidos de esa noche vallejiana. Leí rápido algunos versos, trillando las hojas: para saber que un libro es bueno, basta leer algunas líneas o algunos versos. Eso me ha enseñado la experiencia. Y los poemas eran endiabladamente buenos. Pero mi asombro se calmó. “Hágase la luz en mi cerebro, me dije, y la luz se hizo”. Porque con una escritura de lapicero Bic pouch, en una de las primeras páginas, había escrito un pedido de lectura y opinión, de manera humilde y respetuosa dirigido a Javier Garvich Rebatta aquí presente; y a este señor de la sociología, la novela y el cuento, que se niega a publicar, sí lo conocía y sí lo recordaba de la noche anterior de la Rockola y del bendito Hierro Curalisio. Y vi con alivio anotado un teléfono fijo, un número celular y un E-mail, todos de Grover González. Pero a la vez me sentí un intruso. ¿Qué hacía en mi maletín un documento valioso de alguien al cual no recordaba, texto dirigido al compañero de ruta Javier Garvich, con comunicaciones particulares no dirigidas a mí? ¿Qué hacía con todo ello? Cavilaba.  Opté por enviarle un correo a Grover. Y él me contestó presto con amabilidad y cariño, y me decía que podía quedarme con la copia. Y si tenía tiempo, que le diera una opinión de sus poemas.

Yo soy reacio a opinar sobre la obra de otros, sobre todo de los poetas que se inician. Pero cada vez que encuentro poemas de autores que considero valiosos, me callo la boca y pugno porque publiquen, porque a mi criterio, EL ÚNICO JUEZ O CRÍTICO PARA UNA OBRA ES NUESTRO PUEBLO, y para ello hay que publicar, y, antes que un libro, que cuesta su dinero (en el Perú ninguna editorial publica poemas a no ser a cuenta del autor, es decir, con plata del autor), me parece práctico publicar volantes y plaquetas de poesía, que son baratísimos y se difunden masivamente. Eso lo digo por mi experiencia. Diez años volanteé mis poemas antes de publicar mi primer libro. Y siempre lo hago antes de dar a luz un libro, para compulsar el libro con mi auditorio. Y eso hice con MANANTIAL EN EL ESPEJO y Grover González Gallardo. Le propuse publicar una selección apretada de sus poemas en una revista CÍRCULO DE FUEGO que fundé y manejo. Y así fue. Salido el número de Grover, lo presentamos oficialmente en uno de los VIERNES LITERARIOS que maneja tesoneramente Juanito Benavente. Y, en la parte de la Internet, con un clic, en versión Ibuk, en programa PDF, lo difundimos en el mundo virtual a cerca de 1200 personas en el mundo, en los cinco continentes, que eran y son mis contactos. 

Y luego, conocido ya el autor, ubicado su rostro dentro de mi marco profesional, le alenté, con la terquedad chanka que tengo, a que sacara su libro.

Narrar las peripecias de dar a luz un libro, aún con tu propio dinero, es un capítulo que no quiero tocar en este caso. Solo quiero decir que la Editorial Pasacalle se ha superado, con esta publicación, a años luz de calidad de sus primeros libros. Gran calidad. Y aquí quiero destacar algo más: La intervención del escultor Alberto Cuevas Vásquez, hombre de tersa voz, humor fino, mosto curalisio y pluma de velados y sorprendes trazos, que ha dado ocho de sus dibujos para iluminar la publicación de Grover incluyendo la carátula; un escultor de una modestia excesiva y labor callada, de paciencia proletaria, que acaba de ganar un premio de escultura. Hombre con el que tuve conocimiento y contacto esporádico desde hace veinticuatro años, y que ahora resulta que era y es tío carnal de Grover González. ¡Cosas de la vida!

Pero, hasta aquí, para un autor, según pienso, es solo la mitad del trabajo.

Yo conceptúo, y Grover Gonzales felizmente, por convicción ideológica, está de acuerdo conmigo: que el poema y el libro son armas de combate. Que una vez la obra publicada, tiene que cumplir su tarea: dar luz y alegría a nuestro pueblo. Para ello el autor, en este caso poeta, que no es sino un escritor especializado en poemas, debe hacer llegar a nuestro auditorio, a nuestro pueblo, su obra. La radio, la TV, los periódicos, los críticos literarios, los colegas de arte, son algo necesario, pero para mí no es importante, no es lo principal. Lo fundamental, lo esencial es llegar a nuestro verdadero auditorio: nuestro pueblo, la gente humilde, la gente, niños, adolescentes, padres, madres no acostumbrados a leer. Y estar, como autor, al lado de sus luchas y sus aspiraciones no con panfletos, no con declaraciones, no con presencia personal –que es muy válido– sino con nuestras obras. Para lograr el cambio total, el Pachakuti, que ya se avizora en Perú y América del Sur. Solo ahí dar a luz un poema o un libro y noches de Hierro Curalisio tienen sentido: Si no todo sería divertimento y pérdida de tiempo, egolatría pura y banalidad. 

¿Cómo hacerlo? Ahí está la chicha, ahí está el problema, o como decía Cantinflas, “ahí está el detalle”.

Tiempo, experiencia y canas, me han permitido aprender algunas formas de hacerlo. Y he invitado a nuestro nuevo autor, Grover González Gallardo, a servir de esa manera con su obra a nuestro pueblo.

 

Feliciano Mejía. Es un escritor de nacionalidad peruano-francesa, nació en Abancay en 1948. Estudió en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Le-Mirail de Toulouse, La Sorbonne de París y la de Caen. En once giras internacionales ha participado en diversos encuentros y certámenes como los festivales de Utrech, (Holanda), Hessen (Alemania), Los Angeles (Estados Unidos), Rodez y Toulouse (Francia),Corumbá (Brasil). Por las rutas del poeta (Chile), Vuelven los Comuneros (Colombia). Como autor posee una extensa lista de publicaciones impresas y virtuales.Tiene una veintena de obras inéditas de cuento, teatro y poesía.

Foto: portada del libro "Manantial en el espejo", el mismo que fue presentado hace unas semanas.

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