CULTURA

"El lector de círculos", ¿la historia detrás de esta historia?

FedeRatas   |   Antonio Salerno   |   Agosto 02, 2015

Es verdad que muchas obras maestras de la literatura están escritas gracias a la “materia viva” que sus autores han utilizado para construirlas. Sin embargo, no siempre la utilización de experiencias o personajes de la realidad en la creación de una “cuasificción” ha dado buenos resultados. Para lograr un resultado creíble, lo primordial es salir del punto ciego en que todos nos encontramos cuando somos parte de una vivencia. En caso contrario, lo ideal es optar por producir una obra autobiográfica en donde lo afectivo y lo intrínseco sea expuesto sin rubor ni pacatería.

El lector de círculos, entre otras falencias, da la impresión de ser una obra autobiográfica que pretende enmascarar la realidad que a trompicones nos relata su autor. La novela está narrada en primera persona por Cristóbal, un joven sin vida sexual ni interés aparente por el sexo opuesto, siempre dedicado a atender las necesidades afectivas de su mejor amigo, Ismael Guerrero. La trama de la historia es algo difusa: por un lado están los problemas mentales del amigo del personaje-narrador y su atropellado amorío con una jovencita que parece más sacada de una telenovela mexicana que de la realidad, y por el otro la presencia innecesaria de la hermana de Cristóbal, que entorpece el desarrollo de las acciones y solo sirve de escudo a una “amistad” con tufillo a romance.

¿La historia detrás de esta historia?

Una de las razones que Cristóbal da sobre su amistad con Ismael, es textualmente esta: “Me fascinó siempre escucharlo” (p.16). Esta admiración casi enamoradiza se repite en situaciones y diálogos a lo largo de la novela. Incluso, frente a la relación de amistad establecida entre Felisa (su hermana) y su amigo, refiere: “… a veces sentía ciertos celos fraternales por los dos, entonces para enmendarme me unía al diálogo.” (p.50)

No pasaría a mayores la suspicacia de que este narrador-personaje estuviera secretamente enamorado de su mejor amigo, si no fuera por la siguiente escena: “…yo lo abracé potentemente. Lloramos demasiado y fue el momento cuando comprendí que ese es el verdadero amor, no importa el tópico, radica en ser uno solo en el otro.” Líneas más abajo continúa: “En este punto debo decir que ese abrazo fue como una comunión entre el abismo y las rocas. Como dos yunques fundidos en un mismo fuego. Me apretujó tan fuerte que parecía que eran varias almas las que me abrazaban, o mejor, abrasaban. Sus manos se empuñaban robustamente, agarrando mis hombros.”  (p.53)

De manera romántica, y hasta un poco cursi, Cristóbal evoca la noche que pasaron juntos: “Yo observé la ciudad e Ismael la luna…. Nos pusimos de pie y nos apoyamos sobre la ventana…. Lo abracé y lo convidé a dormir.” (p.55) Llegado a este momento, un lector aguzado se cuestiona la génesis de todas estas situaciones y diálogos. No se tiene que hacer mucho esfuerzo para deducir que se trataría de un diario transfigurado, forzado, heterosexualizado de manera torpe. Absurda.

Incluso cuando lo escrito es ficción. Como cuando Maira, la enamorada de Ismael, le habla a Cristóbal: “...siempre menciona tu nombre con una ternura que a veces me causa celos.” (p.64) O cuando ambos se reencuentran y este escribe: “…corrí llorando a abrazarlo sin correspondencia alguna.” (p.73) Para rematar más adelante: “…me besó la frente.” (p.88) Sin echar de menos una de las escenas más absurdas e impuestas, en las que le reclama al amigo: que “Fue demasiado cobarde que no haya tenido usted los pantalones para decirle las cosas cara a cara.” (p.95)

Es, sin duda, un pésimo intento de argumento el que Álvarez-Galeano garrapatea en El lector de Círculos. Parece ser una novela forzada, impuesta por unas ganas tontas de contar una experiencia personal sin las armas del descaro. Me atrevo a decir que esta sería una excelente novela de género si su autor no tuviera reparos en escribirla.

Desarrollo deficiente del personaje principal:

Álvarez-Galeano, sin ningún conocimiento aparente de psicología ni psiquiatría se aventura a diagnosticar y medicar a Ismael, uno de sus personajes. Los síntomas que le atribuye son: Pérdida de consciencia y alucinaciones (p.74), Miedo, desconfianza y felicidad al mismo tiempo (p.75), Lamer ladrillos (tipo de fagia), Carencia afectiva (p.77), Crisis traumática y Trastorno psicoafectivo  (p.79), Trastorno depresivo agudo (p.81), Trastorno del estado de ánimo con episodios psicóticos y ataques de ansiedad (p.87).

Aunque la muestra más saltante de su inopia en este punto radica en los medicamentos que su personaje utiliza: Serotonina (p.80), Haloperidol (p.84), Clonazepam, Escitalopram, Ácido valpróico (p.87). Pareciera, a simple vista, que el personaje del cual se trata no es un simple joven depresivo y psicótico, sino un bipolar peligroso, una persona que vive fuera de la realidad, incapaz de participar en una vida social.

A pesar de los errores de argumento, la falta de veracidad en el autor de esta novela y una incapacidad para alejarse de los hechos que lo inspiran, se puede encontrar un intento eficaz en algunas líneas que ciertamente motivan y dan peso al monólogo del narrador-personaje. Aunque no es suficiente. He ahí el por qué de mi sugerencia de volver a escribir esta historia. Pero sin subestimarnos como lectores y contándonos una ficción real. Engañándonos con una creación bien pensada. O, de no ser posible, dejándonos conocer la verdadera historia detrás de esta historia. Sin temor y como se deben escribir las obras autobiográficas: sin verecundia, sacudido de cualquier pudor.

Ítem más:

Entre los desatinos más saltantes, para ser breves, debemos mencionar las muletillas “a causa de,  a la sazón de, por causa de” (pp.13, 14) Y por supuesto, los deslices de puntuación: “Soy un lector sencillo, amo…” (p.14), en vez de “Soy un lector sencillo. Amo…"; “En Colombia, no hay…” (p.14), en lugar de “En Colombia no hay…”.

Cómo no resaltar las repetitivas erratas de orden gramatical: “Luego de Ismael analizarlo, y sin yo preguntarle, inquirió” (p.15), en vez de “luego de analizarlo, sin que se lo preguntara, Ismael inquirió.”, “Cuando fue a comprarse un café mientras me pidió que lo esperara, Mariana…” (p.22), en lugar de “Fue a comprarse un café y me pidió que lo esperara; mientras tanto Mariana….”. Los desfases de tiempo: “Me refirió que es egresado de Filosofía” (p.22), por no decir “Me refirió que era egresado de Filosofía”, “Me confesó que lo único ahora que le pedía a la vida es…” (p.59), a diferencia de “Me confesó que lo único que ahora le pedía a la vida era…”, “Procedieron a tratar de sacar” (p.42), por “trataron de sacar…”.

El abuso de los adverbios en: “…le apretujé el hombro solidariamente con mi mano. Me miró y sonrió delgadamente.” (p.33), “…los leyó mentalmente y posteriormente…” (p.87). Los errores ortográficos: “…a dariolemos” (p.27) (Darío Lemos), “vicisítudes"  (p.39), “CD” (p.39),  “supera/lo que al final sucedió.” (p.44), “…el amenazó con expulsarme…” (p.51), “Demantdas” (p53), “…que sea lo que tenga qué ser” (p61), “Él le grito” (p86). Las redundancias como “…estuviera tan repleta de rebujos.“ (p.45). Las formas gálicas: “Pletórico confort” (p.69), etc.

Ficha bibliográfica:

Libro: El lector de círculos.

Autor: Manuel Felipe Álvarez-Galeano (Colombia, 1987).

Editorial: Prometeo Desencadenado.

Año: 2015.

 

Antonio Salerno (1989) es un joven narrador chiclayano. Estudiante de Sociología en la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo. Ha escrito las novelas La cama miserable, La casa de los cuervos, Huelga y La Joya y el eunuco, esta última recientemente publicada por la Editorial Prometeo Desencadenado.


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