CULTURA

El “loco afán” de Pedro Lemebel (o la balada sidática de una voz travestida)

FedeRatas   |   Antonio Salerno   |   Septiembre 02, 2015

Las voces contemporáneas de la literatura Latinoamericana se caracterizan por buscar la peculiaridad, por romper con lo preestablecido, por ser parricidas. Sin embargo, en esta pugna por demostrar quién es más singular, quién destaca por innovar en técnica y estilo, los temas tornan a individualizarse. Y las nuevas voces de la narrativa política solo nos están dejando un sinsabor a conservadurismo contrarrevolucionario, a eco, a prejuicio.

Uno de los escritores que ha distinguido en el cogollo es Pedro Lemebel. Su prosa está escrita con una mano templada, pero que siempre sabe a dónde va. Una mano que no tiembla y que escribe los adjetivos y los sustantivos precisos. Esa esencia amarga que nos hace seguir leyendo no serviría de nada si en cada una de las crónicas de Loco afán, no se deslizara con sutileza la ideología de un comunista sin partido. El izquierdismo de un Lemebel que se siente excluido, doblemente marginado.

 

El travestismo como alegoría y no como argumento

No dudo al afirmar que Loco afán, crónicas de sidario no es una obra de género, sino que se trata de un libro muy bien encaminado en la exposición de argumentos sociopolíticos. Así, en La noche de los visones se lee en la descripción de tres personajes principales: “Esas… las mismas locas jai que odiaban a Allende y su porotada popular. Ellas, que derramaban chorros de perlas lagrimeras porque a la mamá los rotos le habían expropiado el fundo”. Y después de un relato embellecido por una alegoría travesti, en la que “las locas” asisten a una fiesta, Lemebel añade: “Por todos lados, las locas juntaban huesos y los iban arreglando en la mesa como una gran pirámide, como una fosa común que iluminaron con velas. Nadie supo de donde una diabla sacó una banderita chilena que puso en el vértice de la siniestra escultura”.

Se trata de una imagen muy bien pensada, expuesta con genialidad, en la que se contrapesan dos poderes contrarios y con causas divergentes: “Como si el huesario velado, erigido aún en medio de la mesa, fuera el altar de un devenir futuro, un pronóstico, un horóscopo anual que pestañeaba lágrimas negras en la cera de las velas, a punto de apagarse, a punto de extinguir la última chispa social en la banderita de papel que coronaba la escena”.

Del mismo modo en que comienza, esta crónica termina dejándonos imágenes entrelazadas, como si el poder y la muerte tuvieran un mismo sentido. Lemebel sentencia: “La Chumilou murió el mismo día que llegó la democracia, el pobre cortejo se cruzó con las marchas que festejaban el triunfo del NO en la Alameda. Fue difícil atravesar esa multitud de jóvenes pintados, flameando las banderas del arcoíris, gritando, cantando eufóricos, abrazando a las locas que acompañaban el funeral de la Chumi…Como si aún se escuchara la voz moribunda de la Chumi, cuando supo el triunfo de la elección. Dénle mis saludos a la democracia, dijo. Y parecía que la democracia en persona le devolvía el saludo, en los cientos de jóvenes descamisados que se encaramaron a la carroza, brincando sobre el techo, colgándose de las ventanas, sacando pintura spray y rayando todo el vehículo con grafitis que decían: Adiós Tirano. Hasta nunca Pinocho. Muerte al Chacal. Así, ante los horrorizados ojos de la mamá de la Chumi, la carroza quedó convertida en un carro alegórico…”.

En La Regine de Aluminios El Mono, se nos relata una historia de amor, que sirve a la perfección de excusa para entablar una crítica a la milicia dictatorial. En uno de sus párrafos se lee: “Fue el único que se quedó con ella después que se acabó la dictadura. El único pelao flaco que la Regine apadrinó como su amante oficial, después de pasarle lista a la tropa completa. A las hileras de conscriptos que entraban en su ano marchando vivos. Y salían tocados levemente por el pabellón enlutado del SIDA”.

De este modo se refiere Lemebel a Sergio, el amante de Regine, la madama travestida de Aluminios El Mono: “Era el único que no tomaba pisco y fumaba y fumaba con rabia, mascando el humo, llenando todo de humo para nublar los cuadros eróticos que desfilaban en los sillones de la Regine. Como si no quisiera ver, como si quisiera tapar con humo la capilla sixtina de la sodomía. Como si quisiera evitar la tentación de los culos rosados tragándose las bayonetas. Porque el Sergio nunca quiso hacer el servicio militar, odiaba a los milicos y estaba en esa sólo por obligación”.

En una conversación utiliza la sutileza para dejar entrevisto el tema de su crónica: “Usted no entiende. ¿Y qué tendría que entender, Ah? Las cosas que están pasando. ¿Qué cosas?. Yo veo que todo está bien. Yo estoy super bien. ¿No me encontrai regia? La Regine amasaba su pezón afeitado. Le estoy hablando de otras cosas. Qué cosas po, a ver dime. Al Sergio se le atragantó la voz, y no pudo contestar esquivando la punzante mirada de la Regine. Dime po, a qué le tenís miedo. Qué te pasa. Cuéntame, yo soy tumba. Venga, le dijo el Sergio arrastrándola hasta la ventana, hasta el alfeizar enrojecido por el neón de Aluminios El Mono... A la distancia, resplandores de fogatas desahuciaban la noche protesta. Detonaciones, disparos y ladridos de perros, rompían el peso plomo del aire. ¿No se da cuenta?, preguntó el Sergio apuntando con los ojos el horizonte insomne por el tamboreo de la balacera”.

En La muerte de Madonna tampoco deja de puyar en la temática del libro: “Nunca le tuvo miedo a los pacos. Se les paraba bien altanera la loca, les gritaba que era una artista, y no una asesina como ellos”. En esta crónica la censura juega un doble papel. Vemos cómo la narración de sucesos que a simple vista resultan jocosos y hasta insustanciales, tienen como fin dejar abierto el camino para una reflexión del vedo como instrumento segregador.

“Pasó el tiempo, vinieron los cambios políticos y la democracia organizó la primera muestra oficial del arte negado por la dictadura”, escribió Lemebel. Para dar paso a la descripción de una muestra en vídeo de una travesti desnuda: “…el paneo de la cámara por el cuerpo depilado de la loca; su perfil nativo, sus hombros helénicos, apretados en el gesto tímido de la ninfa, sus pequeños pezones abultados al juntar los brazos. Y los brazos, y su estómago plano donde la cámara resbala como en un tobogán. Y todos acezantes, los péndex agarrándose sus tulitas verdes. Los más grandecitos sofocados por la excitación de la cámara bajando en silencio por esa piel del vientre. Los pantalones cortos de los scouts levantando la carpa del marrueco, casi al mismo tiempo que el ojo de la pantalla aterriza en los pastizales púbicos. Todos en silencio, apretados de silencio, pegados a la imagen recorriendo esa selva oscura, ese pliegue falso, esa hendidura de la Madonna conteniendo el aliento, sujetándose la próstata entre las nalgas, simulando una venus pudorosa para las bellas artes, para la cámara que hurga intrusa sus partes pudendas. Entonces, el elástico se suelta y un falo porfiado desborda la pantalla. Casi le pega en la nariz al jefe de brigada. Y en un momento todo es risa y aplausos de los péndex, todo es sorpresa cuando el desborde genital, de la Madonna se convierte en un grito morse que escandalea la sala”.

Muestra que resulta censurada por “(…) Nemesio, que nunca había visto el video, y después de conocer a la Madonna con su títere juguetón, dio orden de cortar la cinta. Y dando disculpas, dijo que en ese caso era aplicable la censura (…)” a pesar de encontrarse en tiempos de democracia.

El último beso de Loba Lamar es una sátira de la defunción. Es así que “El sida, para la Loba trastornada, se había transformado en promesa de vida, imaginándose portadora de un bebé incubado en su ano por el semen fatal de ese amor perdido.” Lemebel mezcla con maestría la lírica, la narrativa y la crítica en sus crónicas neobarrocas. En este punto no desaprovecha los recursos que la muerte socarrona de ofrece para escribir sobre los afeites al cadáver de Loba Lamar: “Un pañuelo bien grande que alcance para subirle el mentón y amarrarlo en la cabeza. Amarillo no tonta porque es desprecio. A lunares tampoco porque parece mosca pop, y la Lobita nunca se lo hubiera puesto. Verde menos porque odiaba a los pacos”.

En Nalgas lycra, Sodoma disco no deja de embestir contra “…los templos homo-dance”, quienes, según refiere, “reúnen el gueto con más éxito que la militancia política, imponiendo estilos de vida y una filosofía de camuflaje viril que va uniformando, a través de la moda, la diversidad de las homosexualidades locales”.

Pero las crónicas con más sabor a reclamo son las tituladas Carta a Liz Taylor Y Y ahora las luces. De la primera me basta citar lo que sigue: “Que los cheques para la causa AIDS, que tú regalas con tanta devoción, se quedan enredados en los dedos que trafican la plaga.” Mientras que en la segunda “El sida vende y se consume en la oferta de la chapita, el póster, el desfile de modas a beneficio, la adhesión de las estrellas, los números de la rifa, y el superconcert de homenaje post mortem, donde el rockero se viste por un rato de niño bueno, luciendo la polerita estampada con el logo fatal”.

Para Lemebel “La plaga nos llegó como una nueva forma de colonización, por el contagio." Y en “Los diamantes son eternos" se desarrolla un diálogo que lo da por hecho: “-¿Hablas inglés?/ -El sida habla inglés./ (…) /-¿Y si encuentran el remedio?/ -Me muero igual, porque de aquí a que llegue a Latinoamérica, y a qué precio. ¿Te imaginas lo que va a costar? Como siempre, se salvan las ricas primero”.

No obstante, las páginas más geniales y que reúnen la razón de ser de esta obra, son las que contienen el  Manifiesto (Hablo por mi diferencia). Aquí el autor se pregunta por el papel de su comunidad, a quienes “la causa” ha  marginado. Se plantea: “…la dictadura pasa/ Y viene la democracia/ Y detrasito el socialismo/ ¿Y entonces?/ ¿Qué harán con nosotros compañero?/ ¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos/ con destino a un sidario cubano?”

Persiste en plantearse: “¿Existe aún el tren siberiano/ de la propaganda reaccionaria?/ Ese tren que pasa por sus pupilas/ Cuando mi voz se pone demasiado dulce/ ¿No habrá un maricón en alguna esquina/ desequilibrando el futuro de su hombre nuevo?/ ¿Van a dejarnos bordar de pájaros/ las banderas de la patria libre?”

Lemebel reniega del Partido: “La izquierda tranza su culo lacio/ En el parlamento/ Mi hombría fue difícil/ Por eso a este tren no me subo/ Sin saber dónde va/ Yo no voy a cambiar por el marxismo/ Que me rechazó tantas veces/ No necesito cambiar/ Soy más subversivo que usted/ No voy a cambiar solamente/ Porque los pobres y los ricos/ A otro perro con ese hueso”. Para cerrar su Manifiesto con una estrofa magistral en la que resume el porvenir de un gueto excluido: “Hay tantos niños que van a nacer/ Con una alíta rota/ Y yo quiero que vuelen compañero/ Que su revolución/ Les dé un pedazo de cielo rojo/ Para que puedan volar”.

Es, sin duda, una pieza lírica que deja a la luz el estructuralismo que los comunistas no han podido dejar de lado, quien sabe esa adhesión parsoniana tan incongruente en los marxistas. Esa homofobia ideológica que Pedro Lemebel ha expuesto como nadie.

Como colofón a la obra está Loco afán, en donde se hace énfasis en que “la revolución sexual hoy reenmarcada al estatus conservador fue eyaculación precoz en estos callejones del tercer mundo y la paranoia sidática echó por tierra los avances de la emancipación homosexual. Ese loco afán por reivindicarse en el movimiento político que nunca fue, quedó atrapado entre las gasas de la precaución y la economía de gestos dedicados a los enfermos”. Y “Lo gay se suma al poder, no lo confronta, no lo transgrede. Propone la categoría homosexual como regresión al género. Lo gay acuña su emancipación a la sombra del «capitalismo victorioso». Apenas respira en la horca de su corbata pero asiente y acomoda su trasero lacio en los espacios coquetos que le acomoda el sistema. Un circuito hipócrita que se desclasa para configurar otra órbita más en torno al poder”.

Loco afán, crónicas de sidario no es un simple libro que recopila más de una treintena de crónicas brillantes, sino que representa el nuevo ideario de una minoría pensante, de una nueva generación desconcertada por el sida colonizador, por los estereotipos esnobistas de un vasallaje homosexual. Pedro Lemebel es un genio de la narrativa política, un genio de voz original, fresca, que prevalecerá por sobre los clásicos del boom, que rebosará esa lava anacrónica y conservadurista que hasta hoy prevalece gracias al artificio editorial.

Ficha bibliográfica:

Libro: Loco afán, crónicas de sidario.

Autor: Pedro Lemebel (Chile, 1952).

Editorial: LOM.

Año: 1996.           

A mis lectores:

Entiendo la crítica como un juicio razonable, técnico y profesional. Y agradezco el interés que mis lectores muestran por los libros que selecciono cada semana. Del mismo modo los insto a conocer el trabajo de Pedro Lemebel. Una manera de acercarse a este autor, en vista de que sus libros no son tan difundidos en nuestro país, es asistiendo al Destiny Fest, una fiesta-homenaje, en donde se presentará un performance sobre su obra. El evento se llevará a cabo este 5 de septiembre en el local del restaurante D`Casa (Ex Crustáceo Cascarudo), Av. Grau 446, a las 7:30 pm. Espero que esta sea la ocasión de divertirnos y conocer un poco más el trabajo de un genio extinto de la narrativa. ¡Los espero!

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