CULTURA

Jaque frustrado

Diario de iluminaciones   |   Gerardo Carrillo   |   Noviembre 19, 2015

Había terminado de jugar unas partidas de ajedrez con el pintor Simendez y con el escritor Alexievich, cuando recibí la llamada de otros amigos que me recogerían en la puerta de la casa de mis padres, en pleno centro de Chiclayo. Decidí esperarlos a media cuadra del refugio familiar, exactamente al frente de los grafitis que hace unos meses pintaron algunos artistas de colectivos locales y nacionales, y en el que sobresale la imagen del loco más famoso de esta ciudad del viento: 'Chete'.

Parado al borde la vereda, fumé un cigarrillo mientras mis pensamientos revoloteaban por la sensación de agilidad que te deja esa guerra intelectual que se desata en el tablero del deporte ciencia. De pronto desvié mi mirada hacia el lado izquierdo, por donde vendría la camioneta de mis amigos, y observé a diez metros una moto estacionada con el piloto protegido por su casco y sobre el timón otro casco que colgaba.

Entonces, como si fuese un alfil que viene desde atrás dispuesto a pasar al caballo (representado por la moto), observé a un veinteañero de baja estatura, delgado, de tez trigueña que caminaba por la vereda y, al encontrarse con mi mirada, fingió entrar a una tienda, pero se detuvo en la puerta. La asociación de elementos no se hizo esperar en mi mente y, al recordar que llevaba una laptop y trabajos de mis alumnos en un maletín que colgaba de mi hombro izquierdo, comencé a caminar lentamente hacia el lado opuesto a ellos, como si fuera un rey que se repliega en busca de un lugar seguro lejos del jaque mate. Caminé sin despegar la mirada de ambos mientras pensaba que no era seguro ni siquiera pararme en la puerta del hotel al lado de la casa de mis padres, en donde en ese momento conversaban el recepcionista y el administrador como todas las noches. “Si tienen armas nadie nos podrá defender y hasta una desgracia puede ocurrir”, me dije a mí mismo a la vez que recordaba varios asaltos que habían ocurrido desde hace meses a amigos, turistas y vecinos.

Decidí que lo mejor no solo era pararme en la puerta principal sino ir hasta el tercer piso y guardar mi maletín. Mientras llegaba a la puerta del primer piso, el alfil cambió su movimiento previamente planificado, se acercó al caballo y conversaron mientras yo dejaba atrás la escena de la que estaba seguro sería un asalto. Luego por la ventana vi como ambos se marcharon y celebré ese mundo de posibilidades que este maravilloso juego de ataque, defensa y prevención deja en la mente de quien lo practica.

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