Política

Reflexiones antes de la segunda vuelta

El 45% de electores peruanos que no votaron en primera vuelta por Ollanta Humala y Keiko Fujimori, se verán obligados a elegir entre ellos, el voto blanco o el voto viciado. Una encrucijada a la que muchos nunca quisieron llegar. A partir del 5 de junio sabremos que sucederá con el destino del Perú.

  |   Alex Neira   |   Abril 27, 2011


Por Alex Neira


Se acerca el momento de optar por uno de los dos finalistas a la presidencia del país (aunque al decirlo pareciera estoy refiriéndome a un espectáculo, a un nocturno y sabatino espectáculo televisivo antes que a un suceso político-social de envergadura para cualquier peruano). 

El hecho de ir a votar con determinación es un deber con el Perú, no con un familiar, o con un amigo, o por intereses económicos, como tanto se ve entre muchachos recién egresados y hasta en octogenarios nada jubilados; más aún, si vemos el asunto con perspectiva, un único voto no determina un triunfo presidencial, pero sí el tipo de relación ética que cada quien tiene consigo mismo, así sea en la intimidad de una cámara secreta que nadie podría abordar. 

Bien mirado, ni el más perspicaz pareciera darse cuenta que nuestros representantes son hermanos gemelos en cuanto a escasez de espíritu cívico con muchos de nuestros vecinos, conocidos, amigos, o inclusive seres más cercanos. Diversos de nuestros conciudadanos, al menos en lo que se refiere a placeres y debilidades, son idénticos a nuestros grandes protectores del bienestar general; se trata ya de escalas, para precisar un poco el punto. 

Por lo demás, la política se encuentra tan corrompida que un mar de personas incrédulas de los presentes “finalistas del baile” â€”que de “candidatos” tienen menos, seamos francos— deberemos votar por necesidad; ciertísimo que ahora se elegirá entre lo que no se quisiera elegir pues de lo contrario sobrevendría, ya reconsiderando, ¡para colmo de los colmos!, algo aún peor.

Con todo y eso, así nos haya hecho maldecir a gritos en donde se ha venido a parar esta especie de encrucijada, pasada la tormenta tenemos que “elegir” en toda la extensión de la palabra, como ciudadanos convencidos de la autenticidad y relevancia personal de nuestra participación, una participación regida antes que por gustos por la razón. No como fanáticos ni resentidos, o simples pasotas caprichosos, sino como ciudadanos con identidad, capaces de respaldar pareceres y políticas diferentes si se respetan la libertad y economía que garantiza un nivel pluralista e igualitario de vida, es decir, con tal que estén acorde con los parámetros de la democracia. Â¡Al final de cuentas aún somos y seríamos libres!, quizá no como en una “consolidada democracia”, pero algo libres para resolver qué camino tomar, para alcanzarla con una actitud de día a día como se ve en otros países. Todo antes que esclavos de un sistema impositor hasta de qué se debería pensar.

Nuestra constitución acaso no sea la ideal ni estaría bien tampoco jamás fuera perfeccionada, pero ella evita posibles excesos de parte de quienes mandan, los coloca bajo ciertos principios, dentro de normas restrictivas supranacionales. En dos palabras nos protege del domino de cualquier totalitarismo, de esos tan diversos por aquí y por allá, y respalda los Derechos Humanos y las garantías sociales, civiles y políticas. Al final nuestra Carta Magna es un logro multidimensional, una muestra transparente de nuestro avance como sociedad, por encima de los infructíferos que son distintos decretos y reglas, o lo mal llevados a la práctica éstos, y al margen de la impunidad atacando la legalidad y legitimidad del sistema jurídico desde todos los flancos, igual sabemos lo que ya poseemos (y que no podemos darnos el lujo de perder).

A tal punto que inclusive se debe pensar qué hacer en caso el próximo presidente (o presidenta) decide patear el tablero, nada poco probable por lo que se ve, y entonces ¿hasta qué punto indignarnos?, ¿qué involucra vivir bajo un sistema dictatorial? No estaría mal desde ya plantearnos algunas preguntas, pues como ciudadanos democráticos, como políticos que somos todos, resulta urgente reflexionar por qué estaríamos dispuestos a protestar y hasta qué punto sería una obligación hacerlo. 

Vamos, recordemos que, al margen de optar no participar en política, en realidad se participa igual, haciéndolo desde nuestra libertad democrática que justo posibilita decidir decir “no”, pero se participa por último, aunque ya a través de otro, fijo un ladrón sin escrúpulos como tanto se ha visto, ese que al final se aprovecha del aislamiento de muchos para decidir en su lugar.

 

Foto: Los Simpson


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