Política
Reflexiones antes de la segunda vuelta
| Alex Neira | Abril 27, 2011
Por Alex Neira
Se acerca el momento de optar por uno de los dos finalistas a la presidencia del paÃs (aunque al decirlo pareciera estoy refiriéndome a un espectáculo, a un nocturno y sabatino espectáculo televisivo antes que a un suceso polÃtico-social de envergadura para cualquier peruano).
El hecho de ir a votar con determinación es un deber con el Perú, no con un familiar, o con un amigo, o por intereses económicos, como tanto se ve entre muchachos recién egresados y hasta en octogenarios nada jubilados; más aún, si vemos el asunto con perspectiva, un único voto no determina un triunfo presidencial, pero sà el tipo de relación ética que cada quien tiene consigo mismo, asà sea en la intimidad de una cámara secreta que nadie podrÃa abordar.
Bien mirado, ni el más perspicaz pareciera darse cuenta que nuestros representantes son hermanos gemelos en cuanto a escasez de espÃritu cÃvico con muchos de nuestros vecinos, conocidos, amigos, o inclusive seres más cercanos. Diversos de nuestros conciudadanos, al menos en lo que se refiere a placeres y debilidades, son idénticos a nuestros grandes protectores del bienestar general; se trata ya de escalas, para precisar un poco el punto.
Por lo demás, la polÃtica se encuentra tan corrompida que un mar de personas incrédulas de los presentes “finalistas del baile†—que de “candidatos†tienen menos, seamos francos— deberemos votar por necesidad; ciertÃsimo que ahora se elegirá entre lo que no se quisiera elegir pues de lo contrario sobrevendrÃa, ya reconsiderando, ¡para colmo de los colmos!, algo aún peor.
Con todo y eso, asà nos haya hecho maldecir a gritos en donde se ha venido a parar esta especie de encrucijada, pasada la tormenta tenemos que “elegir†en toda la extensión de la palabra, como ciudadanos convencidos de la autenticidad y relevancia personal de nuestra participación, una participación regida antes que por gustos por la razón. No como fanáticos ni resentidos, o simples pasotas caprichosos, sino como ciudadanos con identidad, capaces de respaldar pareceres y polÃticas diferentes si se respetan la libertad y economÃa que garantiza un nivel pluralista e igualitario de vida, es decir, con tal que estén acorde con los parámetros de la democracia. ¡Al final de cuentas aún somos y serÃamos libres!, quizá no como en una “consolidada democraciaâ€, pero algo libres para resolver qué camino tomar, para alcanzarla con una actitud de dÃa a dÃa como se ve en otros paÃses. Todo antes que esclavos de un sistema impositor hasta de qué se deberÃa pensar.
Nuestra constitución acaso no sea la ideal ni estarÃa bien tampoco jamás fuera perfeccionada, pero ella evita posibles excesos de parte de quienes mandan, los coloca bajo ciertos principios, dentro de normas restrictivas supranacionales. En dos palabras nos protege del domino de cualquier totalitarismo, de esos tan diversos por aquà y por allá, y respalda los Derechos Humanos y las garantÃas sociales, civiles y polÃticas. Al final nuestra Carta Magna es un logro multidimensional, una muestra transparente de nuestro avance como sociedad, por encima de los infructÃferos que son distintos decretos y reglas, o lo mal llevados a la práctica éstos, y al margen de la impunidad atacando la legalidad y legitimidad del sistema jurÃdico desde todos los flancos, igual sabemos lo que ya poseemos (y que no podemos darnos el lujo de perder).
A tal punto que inclusive se debe pensar qué hacer en caso el próximo presidente (o presidenta) decide patear el tablero, nada poco probable por lo que se ve, y entonces ¿hasta qué punto indignarnos?, ¿qué involucra vivir bajo un sistema dictatorial? No estarÃa mal desde ya plantearnos algunas preguntas, pues como ciudadanos democráticos, como polÃticos que somos todos, resulta urgente reflexionar por qué estarÃamos dispuestos a protestar y hasta qué punto serÃa una obligación hacerlo.
Vamos, recordemos que, al margen de optar no participar en polÃtica, en realidad se participa igual, haciéndolo desde nuestra libertad democrática que justo posibilita decidir decir “noâ€, pero se participa por último, aunque ya a través de otro, fijo un ladrón sin escrúpulos como tanto se ha visto, ese que al final se aprovecha del aislamiento de muchos para decidir en su lugar.
Foto: Los Simpson
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