Política

Los peligros de la segunda vuelta para la democracia liberal

POLÍTICA DE MIÉRCOLES   |   Jorge Luis Vallejo Castello   |   Abril 28, 2021

El contexto de estas elecciones nacionales ha puesto en evidencia la fluctuante adhesión que los peruanos muestran hacia las instituciones democráticas y a los derechos de una democracia liberal, o a cómo esta funciona o “debe funcionar”. ¿Por qué? ¿Acaso se ve que dicha democracia beneficia sólo a unos pocos? Se confunde así la inoperancia de pasados gobernantes, su corrupción y desórdenes con un “sistema” de garantías. El sistema de instituciones existe, el problema son sus operadores. Este descrédito se ve acentuado por mandatarios populistas que durante los últimos años han vivido en una continua lucha de verborrea entre Ejecutivo y Legislativo, con abusos de ambos poderes y de “interpretaciones” desde la llamada “negación fáctica de confianza” que permitió disolver el Congreso, hasta las causales de vacancia presidencial. ¿Alguien ha resuelto estos dilemas más allá de la vocinglería que en su momento generaron?

Todos estos años enrevesados, en verdad, no han llevado a un despertar “democrático” sino más bien a un despertar furibundo, en el cual varios medios de comunicación también han tomado parte. ¿Qué hemos recibido diariamente durante los últimos años? Espacios a través de los cuales fluyen las medias verdades o los “análisis” simplistas en su mayoría con diatribas y eufóricas voces que viajan ya no en marchas, sino en “gritos” que se disparan detrás de computadores o pantallas de celular. ¿Se nos ha explicado acaso cómo funcionan las instituciones, tan atacadas? Durante estos últimos años, ¿los peruanos han entendido cómo operan las instituciones democráticas más allá de adjetivaciones e insultos? ¿Se está buscando un “que se vayan todos” como señal de protesta? ¿Quién quedará a cargo? Y lo más importante aún: ¿hasta qué punto usted amigo lector está dispuesto a entregar sus libertades personales? Ojo, no hablo aquí sólo de libertades de mercado de grandes empresas, sino sus libertades individuales cedidas al gobierno de turno para que “resuelva” como por arte de magia los problemas nacionales. ¿Es eso posible? 

Recuerden que, luego del 5 de abril de 1992, el apoyo fue masivo para cerrar el Congreso y ganó el discurso de la “antipolítica” contra los viejos políticos llamados “tradicionales” (odiosa muletilla que se repite hasta el cansancio hoy en día). Tras la disolución con amago constitucional en 2019, creo que muchos amigos constitucionalistas explicaron desde sus propias adhesiones lo ocurrido y difícilmente desde objetividades, y ninguno trajo a colación el Diario de Debates de la Constituyente de 1993, un texto que es público, y en el cual los constituyentes que redactaron la Carta Magna del 93 debaten sobre qué quieren decirnos con “incapacidad moral”, pero en ningún medio de comunicación se vio a los entendidos expertos debatir con dicho documento en mano. 

En 1992 fue con tanquetas, en 2019 con “negaciones fácticas” legales. En un próximo desencuentro entre Congreso (con 11 bancadas, que seguramente se irán subdividiendo por su débil coherencia interna) y el Ejecutivo, ¿el pueblo peruano apoyará a su Congreso? A ese Congreso, sí y remarco el “suyo”, elegido por el propio pueblo. ¿O estará firmándole un “cheque en blanco” al nuevo mandatario o mandataria hasta que sus libertades individuales se vean amenazadas?

Creo que los votantes han tomado partido demasiado pronto en lugar de exigirles más garantías a ambos candidatos y subirles la barrera para que lleguen a convencer, ojalá no haya arrepentimientos próximos. ¿Quién los defenderá en ese momento? ¿Serán nuevas marchas? ¿Los ciudadanos que protesten serán reprimidos y acusados de desestabilizar al gobierno elegido? ¿Quién velará por las garantías de todos?

Una democracia liberal es garantía de renovación periódica de gobernantes mediante elecciones transparentes y competitivas. ¿Ambos candidatos nos manifiestan ello? Aquellos que se sienten “grandes políticos” nacionales, ¿son conscientes que un mal paso en este punto los sacaría de cualquier carrera futura?

Una democracia liberal también se basa en la división de poderes y un sistema de pesos y contrapesos, porque no se busca un monarca absolutista sino un presidente de la República que no interfiera en el mandato de la representación nacional en el Congreso, ni que se entrometa con las cortes judiciales, ni con los demás organismos constitucionales autónomos. Eso ya lo hemos vivido. ¿Estamos libres de repetirlo? Usted amigo lector, seguramente dispuesto a criticar estas líneas (aunque yo no tenga modo de hacer réplica a ello), reírse (porque ahora el lenguaje del emoticón sobrepasa todo), puede hacer todo ello gracias a la democracia liberal, o sea, sí le sirve.

Decía el golpista presidente Manual Odría “la democracia no se come”. ¿Es eso lo que seguimos pensando? La democracia es algo etéreo que tal vez no se termina de entender, pero que sí nos garantiza estabilidades cuando es conducida con firmeza, sin privilegios sino con mérito ganado, y sin aplastar a opositores democráticos. Estamos confundiendo el mal manejo que se ha hecho de dicha democracia liberal por los malos operadores de esta, despilfarradores del tesoro público que no ha llegado a todos los peruanos, pero elegidos por la propia población que también debe asumir esa facilidad de autoengaño o de fácil ilusión mesiánica. 

Las brechas sociales y la pobreza no resuelta no es responsabilidad de la democracia liberal, sino de la mala capacidad negociadora de gobernantes. ¿O es que el Estado ha cumplido eficientemente su rol regulador en la economía, por ejemplo, en la provisión de nuestros servicios básicos tan deficientes? Es responsabilidad de autoritarios de turno que se sienten salvadores y luego acaban solos y vapuleados, sea cual sea su tinte. Para superar la pobreza necesitamos libertades democráticas, necesitamos focalizar el gasto público hacia el cierre de brechas sociales, necesitamos que los tres niveles de gobierno elegidos por la población (nacional, regional y local) funcionen, y necesitamos una ciudadanía y sociedad civil fortalecidas (más allá de una publicación de Facebook o un tuit), atentos para reaccionar cuando el gobernante vulnere libertades individuales. Necesitamos ciudadanos en la máxima expresión de la palabra y de tiempo completo, no sólo electores que se ilusionen cada 5 años (o quien sabe cuánto en el futuro).

Ilustración: politicos.com.ar

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