Política

Lecciones democráticas del 2021

CONCIENCIA CRÍTICA   |   Miguel Ángel Huamán   |   Junio 08, 2021

Las comunidades humanas se diferencian de las de otras especies, también en cierto grado sociales e inteligentes, en su capacidad para el aprendizaje. Esta cognición simbólica nos posibilita, gracias al lenguaje, crear nuevas formas de existencia y no adaptarnos a lo dado en el entorno. La dimensión imaginaria de las palabras constituye el secreto de nuestro dominio y sobrevivencia histórica hasta el presente. Sin embargo, esto no garantiza que así sea siempre, pues nos exige una evaluación permanente ante cada nuevo acontecimiento. Por ello, apenas concluido el proceso electoral se impone establecer las lecciones que nos ha dejado. Las siguientes líneas pretenden propiciar dicha reflexión.

En primer lugar, debemos de entender que la única manera de abordar los problemas de nuestra nación es a través del diálogo. Al decir que las elecciones deben ser libres, se está afirmando que deben responder a las opiniones de cada ciudadano que requieren ser autónomas, es decir, libremente formadas. Si las opciones se imponen y se coartan las opiniones, estas no serán libres. Un pueblo sin opiniones propias y soberanas que no tiene nada que decir de sí mismo, es un pueblo manipulado y controlado, no por coacción física ni fuerza material, sino por lo que define a la actual forma de sociedad: la información. Esa población manejada por lo que cree es información confiable termina asumiendo una realidad falsa que siempre concluye en forma crítica y violenta. En el Perú y en el mundo lamentablemente hay muchas constataciones al respecto, antiguas y recientes.

Por democracia entendemos el gobierno del pueblo sobre el pueblo. Este aparece en parte como gobernante y en parte como gobernado. Es gobernante cuando vota, que se produce cada cierto periodo de años, pero es gobernado la mayor parte del tiempo. Para cautelar que exista equilibrio entre ambas posturas, que es lo deseado, hay dos alternativas:  la democracia por prescripción racional que establece y resguarda idealmente su naturaleza en constituciones y leyes; y la democracia descriptiva realista que busca corregir permanentemente la práctica y la aplicación de sus normas para mejorarlas. La primera protege lo que es la democracia, a la segunda le interesa cómo funciona. Existen a partir de lo indicado dos tradiciones democráticas que podemos denominar de forma sencilla la racionalista o ideal y la pragmática o realista.

Ambas se apoyan en la opinión pública, es decir, en una opinión que surge del seno de los públicos que la expresan. Lo que significa que las opiniones en el público tienen que ser también opiniones del público, opiniones que en alguna forma o medida el público se forma por sí solo de modo permanente durante los ejercicios de cada mandato electoral. En tal sentido implica por parte de la ciudadanía un seguimiento constante, un control cotidiano basado en el diálogo que debemos practicar siempre, no solo en los periodos previos a las elecciones. Se vuelve tan indispensable como trabajar el involucrarse permanentemente con el país, esto implica abandonar la comodidad de nuestra situación personal o familiar. El delito de omisión no se elude al afirmar de los adversarios que “son unos ignorantes”. Hay que conversar, hablar con gente que no piensa como uno. Y, con la familia y los amigos, la importancia del uso de la palabra radica en que nos permite mantener el vínculo con la pluralidad de personas que caracteriza al Perú y que solo así se constituye en una fortaleza, no en una debilidad.

En los anteriores procesos electorales, pero sobre todo en este 2021, se ha apreciado un manejo de la prensa y los medios de comunicación en forma sesgada y direccionada a favor de la misma candidata, cuyo programa respalda los intereses y opiniones de las empresas privadas, los entes bancarios y financieros, así como consorcios y corporaciones de los grupos económicos nacionales e internacionales. Un buen porcentaje de estos medios periodísticos están comprometidos en serios, millonarios, negocios corruptos e ilegales. El que su candidata en este proceso 2021-2026 haya suspendido el juicio donde se le acusa de liderar una organización criminal demuestra que se trata de hechos objetivos, sin criterio impresionista ni falaz. Por lo tanto, se debe garantizar que el uso de un bien público, como son las señales de transmisión, implique imparcialidad, equidad e información veraz.

Un segundo punto es la persistencia del caudillismo en nuestra práctica política. Cada nueva convocatoria a elecciones presidenciales implica la aparición de líderes improvisados o ya conocidos en quienes se encarna, se personifica, se hipoteca la supuesta solución de nuestros males o dificultades como nación. Este caudillismo que rige una democracia tutelada por patriarcas o adalides carismáticos despliega dos estrategias simultáneas con el objetivo de encandilar a la gente y aprovecharse de su inocencia e inmadurez que entrega por promesas y dádivas el futuro personal y colectivo del país por los próximos cinco años. 

Los estudiosos han establecido al populismo como la ideología “de sentido común”, que por delgada o superficial se adapta a las más variadas tendencias ideológicas, para dividir a la sociedad en dos grupos homogéneos y antagónicos: “la gente trabajadora honesta” y “la élite ociosa corrupta”. La intención de esta estrategia política es reforzar la pasividad e irresponsabilidad de una mayoría. En lugar de propiciar el esfuerzo por comprender y participar activamente, se vende la idea que el nuevo presidente elegido se encargará de todo, con lo que mantiene la creencia que el nuevo jefe y su grupo representan a todos los ciudadanos.

De esta manera, se niega la legitimidad al resto de contendientes para contribuir al ejercicio democrático del poder. Este discurso se basa en argumentos que apelan a la emoción y al sentimiento, que despiertan ciertas ideas o valores. Frente a este planteamiento, las evidencias basadas en los datos científicos tienen poco que hacer. De nada sirve demostrar la equivocación de un planteamiento cuando se topa con un prejuicio que –como decía Albert Einstein– “es más difícil de destruir que un átomo”. Vivir en democracia demanda necesariamente el conversar con el que discrepa e intentar con toda sinceridad el llegar a un acuerdo o consenso.

Hay que entender que la democracia electoral representativa elige a quienes van a decidir las cuestiones del gobierno democrático. La debilidad de este tipo de sistema radica en que está conformado con públicos votantes que no siempre son lo suficientemente autónomos ni están suficientemente bien informados como para saber escoger a los mejores que decidirán precisamente sobre su futuro. Por ello, frente a este existe una democracia de participación que pretende elegir a un grupo de ciudadanos con experiencia y conocimientos previos que decidan hasta qué punto las medidas aprobadas son posibles y beneficiosas. Esto se concreta en la bicameralidad: diputados y senadores. El problema consiste en la existencia de una relación inversa entre la eficacia de la participación y el número de participantes, pues muchas veces ampliar la participación no conduce a la eficacia, sino a lo contrario, porque es conceptualmente peligrosa ubicar la participación sobre la representación. Resulta un error proponer a ciudadanos que viven para servirse de la democracia, en lugar de una democracia que existe para servir a los ciudadanos.

El tercer punto de aprendizaje o lección podemos presentarlo como una pregunta: ¿Por qué no aprendemos de las sucesivas elecciones en el Perú? Es increíble que en tres ocasiones la misma candidata haya utilizado igual campaña y lograra tanto respaldo en una población amnésica. Parte de la respuesta la encontramos, siguiendo a Sartori, en el tipo de tradición democrática que hemos heredado. Esta se corresponde con la francesa o racionalista que nace de una ruptura social y busca definir qué es la democracia, con el deseo de borrar el pasado absolutista. En el proceso de su desarrollo, esta óptica implica una disputa entre los contendores políticos para interpretar y establecer dichos ideales, que generalmente aparecen como abstractos y ajenos a la propia dinámica de la colectividad. Esto lo diferencia del realismo de la tradición anglosajona, que considera prioridad la autonomía de lo político, que no obedece a la moral, por lo que debe orientarse en la realidad factual –lo acontecido en los gobiernos– al estar más interesado en cómo debería funcionar la democracia, cómo debe mejorar. Esto permite su corrección en el proceso histórico.

Lo señalado nos permite comprender la polarización de la población electoral peruana en dos sectores, cuyos argumentos responden a estas dos tradiciones que conviven en nuestra formación por su raigambre cultural. ¿Cómo era posible que sectores capitalinos y urbanos justificaran su voto como defensa de la democracia ante el peligro del supuesto régimen comunista que estaría encarnado en el candidato opositor y, simultáneamente, los sectores provincianos y rurales negaran el más mínimo apoyo a la candidata enjuiciada por ser la líder de una organización criminal que encubría a la corrupción y el narcotráfico? Podemos explicar esta contradicción paradójica entre los partidarios de la candidata y los del candidato, por la visión dogmática de los primeros y por el pragmatismo de los seguidores del segundo. Ambas posturas, la dogmática y la pragmática, son consecuencia de las dos tradiciones antes explicadas que conviven y explican la imposibilidad de diálogo y acuerdo entre ambas.

La fácil manipulación del polo defensor del modelo económico, régimen democrático e ideal racional se debe a que estos obviaron, por falta de cultura o afán de defensa abstracta del qué político de la nación. Es decir, la elección presidencial define al mandatario del Ejecutivo no al Legislativo, ya establecido en la primera vuelta electoral. Son los congresos ordinarios o constituyentes aquellos que tienen la potestad de fijar la naturaleza de la democracia nacional. Esta confusión promovida a propósito fue usada como argumento falaz para lograr por miedo o pánico votos contra el candidato presidencial de izquierda, cuyo partido solo había conseguido un porcentaje bajo de parlamentarios y era imposible que lograra cambiar o reformar la Constitución en su mandato. Asimismo, los partidarios de la otra tendencia electoral, básicamente pertenecientes a la población rural andina, cuya resistencia cultural pragmática les ha permitido sobrevivir a tantas frustraciones y agresiones, se adscribían a la tendencia preocupada de cómo funciona mejor la democracia y, para esta óptica, el grave problema de la candidata era su pasado vinculado a la corrupción y el narcotráfico. Es decir, intentaban resolver problemas distintos sin escucharse mutuamente.

Esta precisión nos permite explicar cómo el Perú se ha dividido en dos polos irreconciliables: urbanos-capitalinos-realistas vs. rurales-provincianos-pragmáticos. Lamentablemente, la falta de conversación entre ambos bandos, alimentada por operadores políticos cínicos y oportunistas, ha significado un retroceso para el país porque nos ha regresado al siglo XIX cuando existían un Perú oficial y uno profundo; es decir, retrotraer a nuestra democracia al pasado, la obsolescencia y el atraso. Debemos rechazar esta escisión tan nefasta y absurda, así reconstruir el diálogo y la unidad nacional indispensables para lograr estabilidad, madurez y desarrollo sostenible. 

Las elecciones del 2021, en sus dos fases de abril y junio, nos permite señalar una cuarta lección: como sistema de gobierno, nuestra democracia es vertical en tanto estructura jerárquica. Es decir, el voto otorgado por la mayoría se transforma en mando, hasta en dictadura, de una minoría. Esta paradoja en democracia, que tendría que ser un gobierno de la mayoría y en cambio es gobernada por una reducidísima minoría, que en realidad elimina la democracia. Preservarla exige que en el proceso democrático nunca se otorgue todo el poder a alguien o a un grupo. Sin embargo, la experiencia de los últimos congresistas elegidos, por el contrario, en lugar de repartir equitativamente entre mayorías y minorías el mandato para que se alternen, asumen el criterio mayoritario como único y cerrado. Así, se producen absurdos como la designación para comisiones de ética o de fiscalización a congresistas descalificados para tal fin, por su conducta corrupta previa. Proceden así para garantizar paradójicamente impunidad o encubrimiento a los acusados en nombre de la democracia. En tal sentido, la lección que deberíamos asumir, ante este problema, consiste en establecer la unanimidad para la conformación de los integrantes de algunas comisiones estratégicas. 

Recordemos que como país nuestra tradición democracia es joven, porque la vida de la nación ha sufrido desde su independencia de constantes interrupciones, revueltas y golpes militares. Ha sido hace solo treintaicinco años que se produjo el primer cambio democrático de gobierno; es decir, un presidente elegido recibió el mandato del país de otro también elegido. Por ello, en su gestión interna la democracia peruana adolece, como otras instituciones de la nación de improvisación, oportunismo y autoritarismo. Esto le otorga un rasgo inmaduro por el cual transita reiterativamente hacia lo contrario a la democracia: a una autocracia donde los integrantes de la clase gobernante se asumen como hereditarios y proclaman que pueden investirse por sí solos de poder. De lo señalado se desprende la importancia de la permanente participación y movilización de la población para corregir, enmendar y cautelar el ejercicio de su función legislativa, así como el papel fundamental de la prensa libre y alternativa para dicha función.

Para concluir, el presidente que resulte ganador tiene la responsabilidad de buscar el diálogo, para establecer acuerdos y consensos que reconcilien al país. Asimismo, el perdedor debe evitar la actitud obstruccionista y el rencoroso desquite con la impostergable obligación de poner por delante el futuro de la nación para superar la pandemia, enfrentar la crisis económica y combatir el calentamiento global, en defensa de nuestros recursos naturales. La tarea de todos los ciudadanos que realmente amamos al Perú radica en aprender a poner por encima de todo a las generaciones del mañana que merecen heredar una comunidad imaginada igual a la del pasado prehispánico, que asombró al mundo por su solidaridad, cooperación y creatividad.

Ilustración: andrelimahuanacuni.blogspot.com

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