Política

Prejuicio, representación e identidad nacional

CONCIENCIA CRÍTICA   |   Miguel Ángel Huamán   |   Junio 22, 2021

En la reciente campaña electoral 2021, el país se ha divido en dos bandos irreconciliables por razones ideológicas y éticas respecto al futuro de la nación. Ambos se arrogan la verdad de sus fundamentos y la representación legítima del Perú. Sin embargo, el uso recurrente del término “Perú” por ambos grupos enfrentados, así como de sus símbolos e imágenes (bandera, camiseta, héroes, emblemas, etc.), ha pasado desapercibido en su condición imaginaria, sintomáticamente asumida en forma excluyente, segregacionista y dogmática.

La nacionalidad peruana, como cualquier otra, es conflictiva y difícil de definir porque no existe en términos empíricos discernibles dada su naturaleza imaginaria. Constituye una construcción simbólica en el marco de un proceso histórico, cuya naturaleza precaria y progresiva en la actualidad de un mundo globalizado pareciera perder vigencia, pero paradójicamente resurge como síntoma insistentemente. El escenario planetario es el de una diversidad de naciones que luchan tecnológica, comercial, militar, comunicativa y políticamente entre sí por el mercado mundial, sin atender al cambio climático y el calentamiento global, la crisis poblacional y sanitaria, el incremento exponencial de la violencia y la imposición de la primitiva lucha por la sobrevivencia del más apto. 

El hambre, la enfermedad, la desnutrición, la contaminación, el deterioro de la naturaleza y el sufrimiento no hacen distinciones entre los seres humanos por edad, lengua, género ni pasaporte. El nacionalismo en este siglo XXI, cuando la ciencia nos ha ubicado como una solitaria conciencia asombrada frente al cosmos y sus misterios, se muestra como una rémora propia del infantilismo de nuestra especie o como un síntoma esquizofrénico de nuestra sociedad. En el caso peruano, la manipulación de los medios de comunicación social, controlados por los grandes grupos económicos, ha inundado los titulares de diarios, revistas y materiales impresos, los programas radiales y televisivos, los videos y mensajes de las redes sociales de internet con juicios como estos:

“Ayacucho merece ser destruido, Apurímac, Cajamarca, Cusco, Huánuco, Puno. En esos lugares, voy a botar mi basura al piso, escupir en la calle, violar a sus mujeres, pegarles a sus niños”. “Pedro Castillo es un cholo. Sin educación y va a cagar al país, sus votantes son alpacas que ni saben por qué votan. Ni leer deben saber (…) Cuando no tenga ni un sol para hacer todo lo que prometió, voy a ser bastante feliz viendo a sus votantes siendo más pobres que antes. Ojalá algunos mueran de hambre. Lamentablemente, los ignorantes así aprenden, a la mala” (publicados en redes sociales). La agresividad verbal y la injuria racista alcanzó tal grado que uno de esto jóvenes de descendencia italiana, autores de los comentarios, llegó a solicitar que se apliquen las “esterilizaciones forzadas” contra las mujeres de sectores populares. Es decir, en cuando a conciencia como nación hemos regresado no sólo al siglo pasado cuando existían por un lado un Perú oficial limeño, urbano, español y letrado, y, por el otro, un Perú profundo, andino, rural, quechua y aymara, e iletrado, sino que incluso hemos retrocedido al siglo XVI cuando la invasión española, al reproducir absurdamente el debate entre Sepúlveda y de las Casas, en torno a si los nativos indígenas del Tawantinsuyu tenían alma o no, eran seres humanos o animales.

¿Por qué en vísperas de cumplir doscientos años de nuestra independencia, en lugar de constituirnos en una nación articulada, los peruanos hemos retrocedido al pasado y repetido la división o el enfrentamiento fratricida, que fue precisamente aquello que facilitó la invasión militar y el posterior triunfo del colonialismo? De acuerdo con Benedict Anderson, una nación nace cuando los pobladores integrantes de un territorio grande o pequeño, que jamás conocerán en persona a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar, pero en la mente de cada uno de ellos existe la imagen de su comunión, de su fraternidad al compartir recursos naturales comunes, asumir valores colectivos e identificar sentimientos compartidos. A partir de esta precisión Anderson denomina a toda nación de un modo muy exacto: una comunidad imaginada, es decir, una ilusión de ser una colectividad, una formación social con identidad propia.

La conciencia nacional se consigue en un proceso de aprendizaje colectivo y simultáneo de semejanza y diferencia, de adscripción y rechazo, pues los seres humanos solo articulamos simbólicamente lo comunitario por oposición a lo distinto. Detrás de las más exitosas identidades nacionales existe una imagen propia construida como opuesta a otra. Esto ha sido el mecanismo que ha generado el triunfo de nacionalismos expansivos como el norteamericano, que se apropió de la representación de la totalidad del nuevo continente (con el gentilicio americanos), y nacionalismos intensivos como el ariobávaro del nazismo, que se adueñó de la totalidad de la humanidad. 

En esa larga gestación de una conciencia nacional, simultáneamente a la separación de los otro, actúa un mecanismo de adscripción afirmativa que se produce por la acción simbólica de la escritura artística y literaria integrada a un sistema educativo. No existe una única fórmula para el triunfo de una identidad nacional en una región geográfica, más aún cuando en esta se producen violentas invasiones y conquistas. Por ello, un siglo después de declarada nuestra independencia, José Carlos Mariátegui se refería en 1927 al Perú como una nacionalidad todavía en formación. 

En este punto, llegamos a comprender que cada nacionalismo se sostiene en juicios que se forman antes de la convalidación definitiva de todos los momentos que son objetivamente determinantes en su adscripción. Es decir, como en un vínculo afectivo entre dos personas se obvian o dejan de lado aspectos negativos o disonantes, cuya evidencia se descubre posteriormente cuando ya están integradas a la totalidad asumida. El nacionalismo no es el despertar de las naciones a la autoconciencia, sino el inventar naciones donde no existen. Un grupo poblacional se imagina como comunidad porque, independiente de la desigualdad y la explotación que pueden prevalecer en cada caso, la nación se concibe siempre como un compañerismo profundo y horizontal.  Fraternidad simbólica tan intensa por la que incluso las personas estén dispuestas a matar y también a morir, como en la letra del valse: “y cuando yo muera me uniré en la tierra contigo Perú”. Desde esa perspectiva en toda identidad nacional existen latentes aspectos que a pesar de ser contradictorios se atenúan por la continuidad imaginaria compartida. Estos juicios previos o prejuicios pueden ser constructivos o destructivos, según Gadamer, y están en toda comprensión hermenéutica o interpretación humana. Asimismo, pueden aparecer como un factor crítico y radical en coyunturas o situaciones de inestabilidad política, económica o ética.

Esto último expresado nos remite directamente a la situación actual que las elecciones de este 2021 han puesto en evidencia: ¿cómo han logrado los medios de comunicación dividir al país en dos grupos irreconciliables? La respuesta no se reduce a la manipulación de la teoría de la conspiración del comunismo mundial, en una campaña de desinformación que utiliza estructuras culturales para inducir por el miedo el voto a favor de una candidata. Esta candidata en tres ocasiones anteriores se ha comportado exactamente igual: desconoce los resultados, pese a las promesas en sentido contrario; obstruye la decisión de la mayoría, obstaculiza la continuidad del sistema democrático en medio de una crisis sanitaria, de legitimidad de las instituciones y de una posible recesión económica; y pretende eludir un juicio en la que se le acusa de dirigir una organización criminal que maneja millones de dólares de la corrupción, el narcotráfico e impone jueces anuentes, funcionarios y organismos que protegen sus actividades.

¿Cómo explicar el que en tres elecciones sucesivas esta candidata haya obtenido casi la mitad de los votos, a pesar de sus antecedentes?  Recordemos que la convivencia democrática se basa en la solidaridad, la cooperación y la tolerancia que la identidad de pertenecer a una comunidad promueve. Esta comunidad imaginada expresada en la actividad artística y literaria, gracias al sistema educativo, primario, secundario y universitario hace posible la convivencia democrática y el respeto a las diferencias que cada uno y todos poseemos. Sin embargo, la irrupción de la revolución informática y digital, con la difusión de tecnologías inéditas de la comunicación (ordenadores, celulares, dispositivos electrónicos amables y cada vez más reducidos, etc.) ha truncado este proceso iniciado en el Perú a mediados del siglo pasado. La globalización nos ha convertido en una sociedad teledirigida, en palabras de Giovanni Sartori, en donde los medios de comunicación social convertidos en un quinto poder social, promueven una cultura del espectáculo, el consumismo y el individualismo acendrado. Esta cultura de masas de las redes sociales e internet debilita los nexos comunitarios y facilita la manipulación de los diferentes intereses individualistas con ánimo egoísta que hacen un escarnio indolente de lo diferente.

Así la dimensión cultural y simbólica de una nación o comunidad imaginada, que reconoce toda práctica plural y heterogénea como parte integrante de una identidad compartida, cede su valor articulador a favor de una idea cultural basada en el privilegio, superioridad y distinción del modo de existencia urbano, consumista, utilitario e instrumental que desencadena fundamentalismo egoístas raciales, religiosos y económicos en forma prepotente y autoritaria. Por el progresivo deterioro de la educación nacional y en constante aumento del analfabetismo político, afloran los prejuicios interiorizados sobre los otros, que se basan en aspectos subjetivos, afectivos y emocionales que son caldo de cultivo de la violencia y la confrontación social. 

El siglo XX ha dado vasto testimonio de la desaparición de naciones por la inestabilidad crónica y la incapacidad de diálogo y convivencia democrática. Los factores irracionales y los sentimientos agresivos de la campaña manipuladora promovida por los medios de comunicación social han conducido a una terca defensa de un régimen económico y social basado en la impunidad y la oprobiosa desigualdad. Este periodismo irresponsable, ajeno a la imparcialidad que supone el uso de un bien público, pone en riego nuestra viabilidad como nación justo cuando estamos a punto de cumplir doscientos años de independencia. La única alternativa frente a la actual crisis es convertir esta experiencia en un aprendizaje colectivo, que no permitan enmendar las carencias de la educación vigente. Aprender de nuestra historia el derecho de todos de ser parte del Perú.  Recordar, en palabras de Marco Martos: "No es este tu país/ porque conozcas sus linderos, / ni por el idioma común, / ni por los nombres de los muertos. / Es este tu país, / porque si tuvieras que hacerlo, / lo elegirías de nuevo/ para construir aquí/ todos tus sueños."

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