Política

En boca del mentiroso lo cierto se hace

CONCIENCIA CR͍TICA   |   Miguel Angel Huamán   |   Agosto 10, 2021

Según las neurociencias, tenemos tres tipos de memorias: a largo plazo, referida a información explícita e implí­cita consolidada por la experiencia y permanente e ilimitada; la de corto plazo que nos permite mantener información por poco tiempo, es decir, memoria temporal, de capacidad limitada, que requiere repetición continua y nos permite realizar actividades cognitivas básicas e inmediatas; y la sensorial que comienza con un estado de ánimo, un sentimiento indefinido que el sujeto no acierta a identificar y que solo más tarde se percata del mismo, pero si no confiere el contexto originario, continuará con sus impresiones para revivir de nuevo la experiencia negativa.

Desde el punto de vista de nuestra colectividad social en los últimos procesos electorales en el Perú se ha puesto en evidencia que, como organismo vivo y existente en tanto comunidad imaginada, carecemos de una memoria a largo plazo. Es decir, como nación no aprendemos del pasado repetimos los mismos errores, pues solo nos preocupamos de la gobernabilidad del país en los meses previos a los procesos electorales. Todos los 58 meses anteriores vivimos sumergidos en nuestra memoria sensorial, prisioneros de un estado de ánimo concentrado en la sobrevivencia, la cabeza enterrada en el hueco de nuestra cotidianidad como un avestruz porque consideramos que la “política” no es de nuestra competencia y dejamos el asunto en manos de los politiqueros o la llamada clase gobernante y sus operadores oportunistas.

Nuestra democracia representativa se limita cada cinco años a exigirnos sufragar, sin que podamos hacer otra cosa que lamentarnos cuando el presidente y los congresistas elegidos se muestran indolentes, soberbios e incumplan sus promesas electorales. Esa distancia entre procesos electorales refuerza la idea de sentido común que la conciencia y compromiso político constituye algo ajeno a nuestro devenir como ciudadanos y trabajadores. Si nuestra democracia fuera participativa implicaría que cada dos años tendríamos que convalidar el trabajo de los elegidos y renovar con elecciones la tercera parte de los congresistas, que incumplan o ejerzan en forma irresponsable la confianza depositada en ellos, posición que en algunos países incluye al presidente en lo que se llama revocatoria presidencial al segundo año del mandato.

La excusa para no asumir un sistema electoral con esas características es el alto costo que implica por tan seguidos procesos de sufragio. Sin embargo, los gastos que acarrean la falta de ética, las prácticas corruptas y oportunistas de parlamentarios que no pretenden servir al Estado, sino servirse de este para sus negocios personales es muchísimo más elevado y dañino que el presupuesto requerido para tal modalidad electoral. Además, esa frecuencia de procesos de sufragios impediría que la población electoral asuma en forma limitada y con mínima información confiable sus responsabilidades cívicas.

Luego de la asunción del nuevo mandatario elegido, nos encaminamos hacia el tricentenario en medio de la peor crisis nacional, no solo sanitaria, económica y ética, sino política; es decir, de representación y legitimidad de las instituciones principales de la nación. Es necesario recordar y precisar que esta grave enfermedad de nuestra democracia no es responsabilidad exclusiva de los cuadros y dirigentes improvisados, de las organizaciones partidarias al servicio de la corrupción, de los profesionales mediocres y oportunistas, sino de aquellos que los han elegido en reiteradas ocasiones en muestra evidente de la carencia de una memoria a largo plazo. Esta amnesia es, sin duda, el principal mal que debemos remediar más que lamentar.

En las elecciones del 2011, 2016 y 2021 hemos repetido los mismos errores al endilgar nuestros votos a favor de candidatos y partidos que han reiterado su vocación corrupta, su autoritarismo y voluntad golpista. A pesar de las copiosas evidencias en su contra, hemos insistido en los mismos símbolos y personajes, de modo que cada nuevo congreso era peor que el anterior. Carentes de una memoria temporal nos han hecho las mismas promesas, han jurado y asegurado una conducta diferente, pero manejados por estados de ánimo manipulados por los medios de comunicación social hemos respaldado sus actos que solo desnudaban su afán de poder para beneficio y culto personal.  El que estuviéramos a punto de tener una presidenta acusada de liderar una organización criminal de lavado de dinero del narcotráfico y la corrupción y el gesto mezquino e injustificado de la flamante presidenta del Congreso de impedir que el presidente Sagasti entregue al nuevo mandatario la banda presidencial, para mostrase y tomarse fotos algunos minutos como presidenta de la nación, son hechos contundentes que confirman la ausencia de una memoria social a largo plazo que nos permita aprender y avanzar como comunidad nacional.

¿Cómo recuperar la conciencia histórica de nuestra democracia, qué mecanismos forman nuestra memoria a largo plazo esencial para el aprendizaje colectivo, indispensable para el futuro de la nación? En primer lugar, la educación en sentido más amplio; en segundo lugar, los medios de comunicación social; y, por último, la lucha irrestricta contra la impunidad. En tal sentido, hemos dado un paso importante al imponer con nuestro voto que en el país se respete, defienda y aplique la ley contra la corrupción institucionalizada. Confiemos en la integridad y profesionalidad de los fiscales y jueces, estemos atentos y vigilantes para que, dentro de los marcos legales y el derecho a la defensa, la justicia emita un dictamen transparente y legítimo. La sanción a los que delinquen aparece como el primer requisito para superar la crisis de credibilidad de nuestro sistema democrático, porque fortalece la memoria a largo plazo de la comunidad nacional. Sobre los otros dos mecanismos, la educación y los medios de comunicación social, conversaremos en las siguientes entregas.

Imagen: radiomambi.icrt.cu

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