Política

Cosas de la gente decente

CONCIENCIA CRÍTICA   |   Miguel Ángel Huamán   |   Septiembre 21, 2021

A pesar de que estamos al inicio de la tercera década del tercer milenio, muchas personas siguen creyendo que la decencia es cuestión de apellido y apariencia. Ser de buena familia y tener los ojos azules convierte a cualquier sinvergüenza y vividor en un caballero. Al conversar con los seguidores de ese prejuicio, si sugieres la evidencia de un cierto racismo en dicha creencia se indignan porque se consideran modernos y cristianos. Como si el apellido fuera garantía de honradez y rectitud, suelen juzgar preocupados de la paja en el ojo ajeno, pero hacen caso omiso de la viga en el propio. La desobediencia de las normas morales socialmente establecidas y las buenas costumbres, no solo en la conducta sexual, sino en especial en el aspecto económico, lo consideran un derecho "natural" en ellos y cuando no sucede así protestan, vociferan: "¡aquí no hay respeto ni decencia, eso es lo que pasa!". Aunque se considera que un político debe conservar "por encima de todo su decencia", son precisamente estos personajes los que muestran desde hace mucho tiempo su hipocresía y miseria.

Este sector social privilegiado viene desde los tiempos de la invasión española y la imposición del colonialismo. Su rechazo a la lucha independentista y al régimen democrático ha sido recientemente estudiado por Pablo Whipple en La gente decente de Lima y su resistencia al orden republicano (2021). Este ensayo analiza la prensa decimonónica, en donde surge el ideal de decencia defendido por la élite limeña para mantener privilegios sociales que desde la independencia ya no serían sancionados por la ley. Esta postura se haría evidente en el rechazo de estas familias a los reglamentos de policía cuando estos obviaban las diferencias sociales, alegando poseer una superioridad moral que les otorgaba inmunidad ante la aplicación de la ley. Esta resistencia se haría visible también de manera cotidiana ante los tribunales de justicia y uno de sus vehículos privilegiados de expresión fue El Comercio, que hasta hoy cumple dicha función de caja de resonancia de las disputas conservadoras. 

Asistimos desde inicios del siglo XXI a un renacimiento de los grupos radicales de derecha que irrumpieron primero en Europa con el Partido de la Libertad de Austria (2000) y posteriormente se extendieron por América, como se puso en evidencia con las figuras de Trump, Bolsonaro, Uribe, Áñez y Piñeira. Entendemos como tales, de acuerdo con los especialistas, a aquellas agrupaciones radicales conservadoras que comparten el fundamento ideológico que combina el nativismo, el autoritarismo y el populismo para separar a la población de un determinado país entre el “pueblo” (ignorante, atrasado y sumiso) y unas “élites” que consideran deben controlar el Estado y el sistema económico, en beneficio propio y concediendo asistencialistamente algunas reducidas demandas a la población.

Este fenómeno involucra al escenario internacional y al Perú, como Farid Kahhat en su libro El eterno retorno. La derecha radical en el mundo contemporáneo (2019) ha presentado. Entre los muchos aspectos que permiten explicar el resurgimiento de estas tendencias ideológicas nos interesa resaltar tres que aparecen como factores claves para su comprensión: el rol fundamental del monopolio de los medios de comunicación social, la recesión económica y el cambio cultural. Aunque no son las únicas características del radicalismo reaccionario nacional, si nos parecen las más determinantes en el sistema político y electoral del Perú. Explicaremos cada uno de estos factores en forma resumida y precisa.

Reconocer que la clase política y gobernante suele mentir descaradamente para ocultar sus verdaderas intenciones e intereses constituye una correcta afirmación de sentido común. Basta recordar la evidencia del enriquecimiento desmesurado de los últimos presidentes elegidos, cuyo ejemplo de cinismo emblemático es la frase “la plata viene sola” del expresidente que optó por suicidarse para eludir a la justicia. El secreto para que esta artimaña siga funcionando está en la labor periodística destinada a verificar la veracidad de las promesas o explicaciones. El control monopólico de los medios de comunicación, que exige anuencia sin duda ni murmuraciones a la línea informativa, contra la ética profesional y las garantías constitucionales, aparece como un factor importante, pero no logra explicar plenamente la restringida, mínima incidencia de la prensa independiente y alternativa. Corregir las falsedades de los politiqueros no es suficiente porque sus discursos apelan a las emociones prejuiciosas, al miedo y a la aversión, por encima de lo racional. La renuencia a reconocer información que contradice o niega nuestras creencias se denomina psicológicamente “disonancia cognitiva”, que explica el actual éxito de la manipulación emotiva de la prensa peruana.

Un segundo criterio sería la crisis económica que generaría descontento que promovería el crecimiento electoral de las posturas conservadoras. Sin embargo, la experiencia en dos décadas indica que no basta para explicarlo porque estos partidos han aumentado su caudal de votos a pesar de la bonanza productiva. En el caso peruano el reciente periodo de crecimiento constante de nuestra economía en este siglo XXI coincide con el fortalecimiento y ampliación de las agrupaciones de derecha radical, puesto en evidencia con la existencia de cinco representaciones parlamentarias en el actual Congreso (Fuerza Popular, Renovación Popular, Avanza País, Podemos Perú y Alianza para el Progreso). Explica este aumento la tendencia en la población electoral a decidir su apoyo en base al desempeño en el futuro gobierno, no en base a la orientación ideológica del candidato. La copiosa campaña que inducía a evitar convertir al Perú en Venezuela y Cuba, así como la afirmación de un futuro gobierno que expropiaría ahorros, propiedades y recursos particulares o privados en el reciente proceso electoral peruano lo confirma.

El tercer factor es el cambio cultural, tal vez el más importante como explicaremos a continuación. Un aspecto vinculado al crecimiento de la derecha radical en el mundo y no solo en el Perú tiene un rasgo singular: el pretender revertir la separación entre Estado e Iglesia. El conservadurismo intenta recuperar los notorios privilegios previos a la secularización de los regímenes democráticos. El buscar conceder a la religión cristiana, no solo católica, una mayor presencia en la política pública constituye el signo que unifica a la derecha mundial. El crucifijo como símbolo aparece en los militantes derechistas radicales en Europa, Estados Unidos, Brasil, Bolivia y el Perú. Esta postura ideológica explica la tendencia a polarizar la convivencia democrática en dos bandos irreconciliables y la división del país con la pérdida del ideal de igualdad entre personas, independiente de las diferentes creencias, lenguas, género, etc., declaradas y asumidas paradójicamente en todas las constituciones nacionales.

Lo peculiar de este fenómeno radica que tiene como protagonistas a sectores medios o ascendentes beneficiados por periodos de crecimiento económico. Constatación que implica comprender que las relaciones entre política y cultura son más complejas de lo imaginado. Procesos crecientes de modernización económica por el desarrollo de una producción industrial urbana y el acceso a mayores niveles educativos que impulsan al crecimiento social genera una brecha entre las expectativas de ascenso social, la participación política de los estratos medios y el orden político conservador que tiende a mantener los privilegios económicos de la acumulación de excedentes y de capitales financieros. Es decir, se produce un cambio cultural que en lugar de reforzar la razón igualitaria históricamente fundacional de las naciones alimenta una razón cínica e instrumental que se considera como la única que puede garantizar la voluble estabilidad y relativa bonanza material conseguida. Sin duda, en esta conversión de revolucionarios cuando pobres en reaccionaron cuando ricos hay lo que podemos denominar un servil complejo de inferioridad alentado por la derrota de la razón moderna en manos del impulso inevitablemente colonial del capitalismo triunfador.

En resumen, según últimas investigaciones y aportes, el auge de la derecha radical responde; en primer lugar, a la exclusiva y masiva exposición mediática favorable; en segundo lugar, porque el criterio fundamental de los electores es juzgan una opción electoral por su futuro desempeño en el gobierno, no por su orientación ideológica y, en tercer lugar, tantos siglos de dominación y explotación han dejado una huella inconsciente en los sectores medios ascendentes ante un posible retorno al pasado que explica el éxito del manejo del sufragio por el miedo o el temor, responsable del crecimiento de la intención del voto por las candidaturas radicales de derecha.

Podemos enunciar la conclusión en forma clara: asistimos en el terreno político a una transformación de los héroes y líderes burgueses, determinantes para construir el ideal reino de la libertad e igualdad del capitalismo, en unos monstruosos villanos que encarnan el lado oscuro del proyecto moderno. A estos privilegiados no les importa la vida de las personas ni la destrucción de la naturaleza y el medio ambiente, solo sus ingentes ganancias y el culto al dios-dinero de la injusticia y el abuso. Este profético y apocalíptico pronóstico no es primogénito, ya estuvo anticipado en la década del setenta del siglo pasado por el economista marxista Ernest Mandel. Este acuñó el término “lumpenburguesía” para describir el comportamiento futuro de la clase empresarial y financiera: una casta capitalista que para sostener la tendencia decreciente de sus ganancias borrará la línea divisoria entre lo legal y lo ilegal, convirtiéndose en delincuentes de terno y corbata. 

Asimismo, el crecimiento capitalista se basa en el desarrollo desigual de países, regiones y ramas industriales, que generan ciclos de sobreproducción y crisis. Ante el descenso de la tasa de ganancia por la automatización de la producción, el régimen capitalista ha estructurado un sistema de intercambio desigual entre el centro y la periferia en ámbito internacional, y entre la capital y las provincias en el ámbito nacional. En este mecanismo, que permite la obtención de fortunas inmensas, radica el secreto de la persistencia del modelo exportador de materias primas, que regresan como productos manufacturados importados con precios exorbitantes en el mercado interno. Esta acumulación especulativa incluye exportaciones no tradicionales como nuevos productos comerciales, tales como las drogas legales e ilegales, las medicinas e instrumental clínico, productos de la industria del entretenimiento y una amplia gama de equipos militares en permanente innovación. En consecuencia, no hay diferencia entre los delincuentes tradicionales o lumpenproletariado y la lumpenburguesía hegemónica, pues ambos no respetar las leyes. Lo que los distingue es el monto astronómico de los beneficios de los últimos, cuya continuidad alienta la corrupción, debilita los sistemas judiciales y electorales con el poder de los millones de dólares de que disponen sin impuestos ni control alguno.

Este panorama describe objetivamente las cosas o negocios de la gente supuestamente “decente” y su creciente fundamentalismo radical de derecha. Por ello, los peruanos observamos como espectadores sorprendidos la aparición de personajes públicos de los grupos radicales de derecha que declaran auto flagelos por amor a la virgen, consideran que los indígenas o nativos del país no son personas ni piensan, desconocen los derechos humanos universales, para promover la violencia verbal y física contra quienes piensan diferente. Proclaman a voz en cuello las virtudes del actual modelo económico y la libertad de empresa por encima de la vida humana, la conservación de la naturaleza y la solidaridad con víctimas y desamparados como ha mostrado la pandemia. Paradójicamente, esta nueva “gente decente” saca partido de toda ventaja ofrecida por el Estado o por las políticas de apoyo social, pero elude sistemáticamente pagar sus impuestos; asume la política democrática como un medio para beneficiar sus negocios personales. Es decir, son como dice el dicho popular “gallina que come huevos, aunque le quemen el pico”. 

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