Política

La extinción de las humanidades

CONCIENCIA CRÍTICA   |   Miguel Ángel Huamán   |   Noviembre 11, 2021

"La filosofía tiene que renunciar a esconderse en un léxico de difícil comprensión" afirma el joven filósofo alemán Markus Gabriel en su libro Por qué el mundo no existe (2016). Con un estilo ameno, conciso y provocador se convirtió en un best seller, un éxito editorial al poner el dedo en la llaga del pensamiento filosófico posmoderno, posmetafísico, posptolomeico. Es decir, en la crisis de la filosofía académica en el marco de la cultura del espectáculo, la ideología consumista y el autismo del humanismo actual. Ya en 1845, otro joven filósofo alemán, Karl Marx, había afirmado en su tesis XI sobre Feuerbach "Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo". Entre ambos pensadores han trascurrido más de 170 años y es más que evidente el triunfo del capitalismo en su actual revolución informática y digital frente a la reflexión crítica inherente a la tradición filosófica en occidente.

El acceso virtual inmediato a infinidad de libros, revistas y fuentes escritas, orales y visuales en la sociedad de la información e internet ha vuelto inútil enfoques historiográficos que significan el predominio de una superficialidad resumida en la frase "un océano de conocimiento con un milímetro de profundidad". Siglos de contribuciones en torno a la existencia humana, en distintas lenguas y latitudes, han sido derrotados por un adversario burdo, torpe y anodino. Ha sido Eric Fromm de El humanismo como utopía real en la década del sesenta del siglo pasado quien lo advirtió precursoramente: "no se trata ya del mal frente al bien, sino de que hay una nueva inhumanidad: la indiferencia. Es la total enajenación de la vida, la total indiferencia frente a ella". Muchos autores antes y después dan testimonio de la disolución de la conciencia crítica y la práctica filosófica en el mar de la divulgación, la retórica automatizada y la arqueología erudita de monumentos del pasado.

¿De qué sirve tanta sabiduría si no es capaz de dialogar con los hombres y mujeres del presente, de orientar sobre su devenir, de contribuir a la solución de sus más acuciantes problemas? La noción de ecología del saber nos exige la articulación del conocimiento académico y la investigación universitaria al entorno donde se inserta. La profunda crisis de la que la filosofía forma parte demanda una profunda reforma de la educación actual. Son evidencias de la crisis: la eliminación de los cursos de filosofía, literatura e historia en los programas escolares; la valoración como inútil o pérdida de tiempo de la formación en letras en las materias del bachillerato del nivel universitario; la pérdida de la calidad y exigencia en la obtención de grados académicos; la marginación de las humanidades en el sistema de investigación convertido en desfile de trámites burocráticos; y, sobre todo, la absoluta ignorancia de la importancia de una educación integral de los futuros ciudadanos para que sean profesionales críticos, pensantes e innovadores, comprometidos ética y solidariamente con el país para enrumbar a cualquier nación hacia un desarrollo sostenible.

Por supuesto, para ser fiel a la dialéctica de lo concreto, esta postergación no es ajena a los propios protagonistas. Ellos se refugiaron en descripciones metalingüísticas de los contenidos, en temas y discursos administrativos, sin ponerlos en diálogo con las inquietudes cotidianas de las diversas comunidades, factor indispensable en la praxis enunciativa de todo humanismo crítico. Por ejemplo, cuatro presencias evidentes en los horizontes de expectativas de la cultura multimedia actual son: sobrevaloración intersubjetiva del discurso de la ciencia que se difunde múltiples dispositivos tecnológicos sorprendentes; la percepción a través de sondas, telescopios y estaciones espaciales de la complejidad inconmensurable del cosmos; el florecimiento de fundamentalismos religiosos, místicos y apocalípticos; y las predicciones catastróficas sobre el calentamiento global, el deterioro del medio ambiente y el cambio climático. Estas angustias configuran un imaginario vigente, cuya presencia pasa indiferente para la comunidad académica de las ciencias básicas y humanas en nuestra tradición filosófica periférica y apoltronada en requisitos curriculares, sumillas y competencias administrativas.

No se cuestiona ni debate un componente argumentativo que sirve de premisa para dichas creencias: ¿cómo la ciencia hoy puede afirmar la verdad de acontecimientos o fenómenos que desconoce su origen al no saber si son finitos o eventuales? ¿Dicha veracidad sobre el universo no constituye una atribución más que humana? Se ignora mayormente, como suelen decir, incisivos aportes en torno a estas interrogantes propuestas por nuevas corrientes del pensamiento actual como el Realismo Especulativo. Nuevos filósofos en donde Quentin Meillassoux, Ray Brassier o Graham Harman proponen una forma de reflexionar sobre el mundo más allá de lo antropocéntrico, generando así una instancia de quiebre con el giro lingñístico que ha predominado en la teoría política y la filosofía. ¿Cómo estas filosofías permiten abrir un debate frente a estos temas indicados que ofrezcan lecturas críticas distintas y cuestionamiento a la hegemonía cultural del capitalismo globalizado y el armamentismo galopante? Intentemos una respuesta a título de invitación y ejemplo.

¿Los alienígenas nos están observando desde hace tiempo, han incrementado sus visitas, nos invadirán con intenciones agresivas o pacíficas? ¿La casta de milmillonarios prepara una fuga hacia la Luna, Marte u otro planeta frente a la catástrofe ecológica o la próxima caída de un gigantesco meteorito? ¿Estamos al inicio de un gran salto tecnológico y científico que nos permitirá explorar galaxias distantes e inimaginables del espacio exterior? ¿El régimen económico, social y político vigente constituye la culminación del progreso de la sociedad humana? ¿La carrera armamentista orientada hacia la proliferación de dispositivos de destrucción masiva sirve para la disuasión interna y para prever los peligros posibles de una futura invasión de otros mundos?

¿Qué tienen en común todas estas especulaciones que circulan en el ciberespacio, las redes sociales, el escenario multimedia de la globalización en curso? Se basan en el supuesto de que la ciencia con su matematización de la naturaleza nos brinda la verdad sobre la existencia, el ser del universo; es decir, creemos que los seres humanos participamos y compartimos el secreto del cosmos porque somos el centro y fundamento de todo. Este antropocentrismo es lo que caracteriza el pensar contemporáneo del mundo hoy. El realismo especulativo pone en cuestión la vigencia y validez de esta creencia e indirectamente desnuda la pretensión del pensamiento moderno de ocultarnos la realidad para continuar con la dominación y la hegemonía del presente. Lo señalado explica la reivindicación de lo contingente en las obras de estos ensayistas y su repercusión simbólica en la forja de una conciencia crítica del presente. Es un intento por recuperar lo que fue un giro importante para forjar la filosofía moderna, pero ahora se trata de superarla.

Cada vez más evidencias científicas verificadas de fósiles nos hacen sospechar que no somos la primera civilización humana en la Tierra, también que la aparición del lenguaje humano como cognición simbólica fue muy tardía y repentina hace aproximadamente 100,000 años a.C., que es muy probable que el planeta haya experimentado eventos catastróficos previos con extinciones masivas; es decir sucesos anteriores a la emergencia de la humanidad actual, lo que implica lógicamente que ocurrirán sucesos ulteriores a la desaparición de la actual especie humana en el futuro. A partir de esto no podemos considerar nuestra relación temporal con el mundo como un hecho trascendente y determinante, sino como algo fortuito y contingente. El enfoque diacrónico remite a la misma esencia de la ciencia al ubicar la existencia humana en vínculo contingente con el universo, lo que convierte el supuesto saber o verdad de un supuesto testigo previo como irrelevante e impertinente en la descripción de los acontecimientos.

En palabras de Meillassoux: "La ciencia moderna puede dar sentido (...) al enunciar leyes con independencia de la pregunta por la existencia de un sujeto cognoscente (...) [con lo que] nos descubre el alcance especulativo, aunque hipotético, de toda reformulación matemática de nuestro mundo. Lo que es matematizable no es reducible a un correlato del pensamiento". Es decir, la ciencia produjo una revolución copernicana al demostrar que los fenómenos del cosmos no giran en torno a nuestro ser o pensamiento (problema de la ancestralidad), mientras en la filosofía, después de Kant, se sigue creyendo que todo depende del conocimiento humano, en su forma de espíritu absoluto o trascendencia intuitiva singular. Esta falta de modestia epistemológica lleva al pensamiento filosófico y a la tradición humanista en este siglo XXI al problema de la ancestralidad que enclaustra su reflexión en imaginarias funciones administradoras de la verdad, la ciencia o lo estético trascendente, atrapada en la retórica de una postura epistemológica autista.

El humanismo está en crisis porque no critica ni cuestiona que toda la existencia gire en torno al actual modo de vida del capital global, la cultura del espectáculo y la ideología consumista, Por ello ha involucionado hacia una postura símil a Ptolomeo: el eje que articula el saber humanístico es el mundo sin tiempo (sin crónico) de la filosofía y las letras antiguas. Sus seguidores tradicionalistas han mutado de libres pensadores a notarios y burócratas de perfiles, sumillas y especulaciones irreales. Si no se produce una radical revolución en las ciencias humanas y sociales, sobre todo en naciones periféricas como el Perú, henchidas de graves desigualdades sociales, su extinción en manos de la revolución informática y digital en curso será solo el anticipo de la extinción de la propia humanidad.

Ilustración: Gaceta UNAM.

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