Política

Humanismo es resistencia cultural

CONCIENCIA CR͍TICA   |   Miguel Ángel Huamán   |   Diciembre 23, 2021

De las múltiples especies que habitan la Tierra, aquella que ha vivido una explosión demográfica incomparable y sobrenatural ha sido el homo sapiens. Los seres humanos en menos de dos siglos hemos alcanzado la cifra récord de más de siete mil millones de habitantes y nuestra tasa de crecimiento poblacional sigue en aumento. Desde inicios del siglo XIX, el modo de vida moderno actual posibilitó el dejar de lado para cada vez más personas las leyes de la lucha y la sobrevivencia del más apto propias de la evolución natural. Desde hace tres décadas, la cultura moderna ha impuesto simultáneamente un mundo dividido entre extremos inverosímiles y la conversión progresiva de los desposeídos en una gran masa, como nunca en la historia, producto de la diseminación del capitalismo. El secreto radica en vender una existencia más consumista, cómoda y tolerable, sin sobresaltos.

Iniciado el siglo XXI, el capital global ha sacado de la periferia el culto polimorfo de la ligereza y lo elitista para expandirlo como un imaginario convertido en el corazón de lo hiper capitalista. En todas las esferas de la vida social e individual gobiernan los sueños de bienestar basados en las cosas materiales insulsas, en el consumo evanescente y el efímero placer corporal. De la mano de la nanotecnología, la miniaturización, la virtualización atravesamos una revolución del mundo material en el que las técnicas y los mercados reflejan las lógicas de lo ligero sobre lo pesado. Se trata de una revolución simbólica que carga lo ligero de valor positivo, en lugar de su anterior asociación con el vicio, la evasión, la disolución. Ahora ser superficial e intrascendente se relaciona con la movilidad, la adaptación al entorno, una enajenación frívola que obvia los desencuentros con un individualismo egocéntrico, ciego a las terribles amenazas que esta era acarrea.

Habitamos un mundo nómade transistorizado de chip e interfaces que proclama el triunfo de la ligereza, tanto en sentido figurado como propio. Nos gobierna una cultura cotidiana de lo superficial, de los medios y fake news, que no cesa de exaltar las referencias hedonistas y lúdicas. Si antes las clases superiores se distinguían de las populares por su sofisticación y densidad, ahora todos los grupos y sectores han incorporado una manera de vivir vacua, una inconciencia ignorante y una sensorialidad acomodaticia. Como si el pronóstico de Marshall Berman que todo lo sólido se desvanezca en el aire se hubiera realizado en una modernidad líquida y polimórfica, ya anunciada por Zygmunt Bauman. En palabras de Lypovetsky: “hoy proliferan los dominios que expresan el combate de lo ligero contra lo pesado. La era hipermoderna es inseparable de una revolución multidimensional de la ligereza, de ritmo vertiginoso". Campea por todos lados una ignorancia del consumo feliz y ciega.

El capitalismo autoritario ha cedido el paso a un capitalismo hedonista y permisivo que ha extendido un individualismo puro y ególatra, desprovisto de los últimos valores sociales y morales que coexistían con el afán de lucro, con el culto al dios dinero. La libertad y el respeto a las leyes del liberalismo original se ha mezclado y rendido ante la delincuencia y el narcotráfico que considera a los ajenos a esa ideología bárbaros, inferiores, primitivos. Cualquier marco trascendental del modelo se ha extinguido, tanto que la propia esfera privada cambia de sentido, subordinada a los deseos cambiantes de los individuos, cuyo corolario es el reflujo de los intereses en preocupaciones puramente personales, independientes de la crisis sistémica de la cultura, economía, medio ambiente. En palabras de Lipovetsky: “hoy vivimos para nosotros mismos, sin preocuparnos por nuestras tradiciones y nuestra prosperidad: el sentido histórico ha sido olvidado de la misma manera que los valores y las instituciones sociales". Vivimos una era del vacío, de la ausencia de valores humanos.

En tal sentido, hemos involucionado pues a pesar de la ciencia, la tecnología y el gran crecimiento de las fuerzas productivas, la indolencia y la indiferencia frente a la gran mayoría de seres humanos esclavizados, sin libertad ni derechos ni oportunidades nos convierte en cierto modo en ciegos, mudos y sordos, encandilados con nuestra vacua ligereza. Como los griegos o romanos que construyeron sus imperios sobre la miseria, muerte y dolor de la poblaciones vencidas y esclavizadas, para el reducido y privilegiado sector de la población mundial (el 1% de la población posee más del doble de riqueza que 6,900 millones) los pobres no existen ni son humanos (cada día, 10 000 personas pierden la vida por no poder costearse la atención médica), solo que en lugar de calificarlos de bárbaros los llaman “comunistas”, “marxistas”, “ateos”, “razas inferiores”, etc., (los 22 hombres más ricos del mundo tienen más riqueza que todas las mujeres de África).

Como ha precisado Mario Perniola, la humanidad actual ha mutado hacia una sociedad de los simulacros: “En este proceso de disolución ha jugado un papel importante la industria cultural, la cual, al reducir la cultura a mercancía y la sociabilidad a mero consumo, ha corrompido las bases de toda aculturación social. (...) Ha sido incapaz de crear una nueva relación entre cultura y sociedad, como alternativa a la relación tradicional. (...) Periodismo, ciencia y política pierden efectividad, se reducen a utopía y se degradan a decoración; cada vez más, la sociedad se ve a sí misma como carente de legitimidad y se degrada a masa incoherente o se agrupa en mafias”. La esclavitud de jóvenes en explotaciones mineras clandestinas, la prostitución de niñas y mujeres por los tratantes de blancas, los adolescentes reclutados como sicarios por los narcoterroristas solo ocupan las noticias esporádicas y muy distanciadamente a pesar que son dramas de todos los días en muchas partes del mundo.

En tal sentido, debemos recuperar la responsabilidad pública de escritores, intelectuales y humanistas. Todos los que hacemos de la cultura y el intelecto nuestro modo de vida (maestros, artistas, periodistas, narradores, poetas, educadores, editores, etc.) no podemos permanecer ajenos ante la cultura del espectáculo dominante que enmascara y oculta la enajenación de lo humano en beneficio de las ganancias y la iniquidad. Constituye una obligación ética y estética convertir nuestra praxis en una resistencia cultural a favor de la vida, la libertad y la fraternidad solidaria entre los seres humanos, sin distinción de lengua, credo, género, edad, etnia, ideología y biotipo.

Recuperar, para finalizar, los tres escenarios de lucha formulados por Edward Said en el 2000: primero, proteger e impedir la desaparición del pasado, impedir el olvido de la experiencia previa de tantos hombres y mujeres que se inmolaron en busca de una humanidad universal y cooperativa; segundo, construir con el fruto del trabajo intelectual libre y desinteresado campos de coexistencia y diálogo en lugar de campos de batalla y confrontación, la palabra debe unir a los hombres y mujeres de todo el planeta; y tercero, convertir las esferas del arte y la literatura -exigentes, resistentes e intransigentes-, en nuestro hogar provisional, que nos reclama el valor de decir de frente a la institucionalidad anuente y complaciente que no se puede conciliar la imaginación creadora con la sociedad que la produce ni ser testigo mudo de la inhumanidad que nos rodea. 
 

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