Política

Lejos del sentido común, temibles giros de timón

A vista de gallinazo   |   Carlos Fernández   |   Marzo 03, 2022

Parece que dos años de pandemia aún no han sido suficientes para siquiera suavizar esa legaña seca en las pestañas de algunos, sus pupilas permanecen fijas en el verde del papel, lejos del sentido común, del bienestar general, en la aridez de las vacías promesas de justicia por la salud de todos. 

Es siempre posible comprar equipos e instrumentos para llenar los estantes y cajones de Unidades de Cuidados Intensivos (UCI), pero es improbable encontrar a precio económico o siquiera disponible la pericia, manualidad e ingenio fortalecidos en el ejercicio del arte, ciencia y técnica; además del dilema ético adyacente, hoy causa prurito la permanente crisis de especialistas y la desigualdad en su distribución geográfica y estratigráfica.

El que los especialistas de la salud autodeclarados insignia y modelo para las generaciones posteriores sean quienes se dedicaron a la defensa religiosa de la administración masiva de —citando sólo un ejemplo— antiparasitarios, en momentos cuando la evidencia de su efecto en la enfermedad era nula o negativa, suena a realismo mágico del barato. El comienzo fue ambiguo y el camino sigue siendo tortuoso, es imposible ignorar los abismos del tramo inicial, tanto que algunos nunca se atrevieron a poner su rostro enmascarillado en el frente de la línea, confiando en iluminar, o ellos mismos encontrar, la luz eterna entre las aspiraciones desahuciadas de un consultorio COVID. Hubo aprendizaje forzoso en el camino, prueba y error; no obstante, a estas alturas, la promoción de fármacos cuyo beneficio nulo, dudoso, o está limitado a unos cuantos, es perverso. ¡Cuán dogmáticos resultaron ser los hombres de ciencia!, una realidad alterna fue creada para que luego del desayuno rico en valores y principios científicos, en el almuerzo naciera el Noveno Círculo de Eminencias SAC. Como en la historia de todos los combates, existieron los buenos coroneles, los mandos medios en los distritos, en las regiones o limitados a alguna institución; no obstante, los aguerridos generales escasearon.

Las universidades chicha fueron creadas —criadas— y estimuladas bajo el modelo de la Asamblea Nacional de Rectores (ANR). Lo desviado de sus acciones son reflejo mismo de una institución malformada. Víktor, amigo y fundador de la Asociación Peruana de Periodistas y Comunicadores de la Ciencia, reniega en un tuit “La ANR, ese club de amigos que durante décadas manejó la educación superior como una mafia [...]”. A este esquema buscan volver los impulsores de la contrarreforma universitaria. El espíritu de la Decana de América es manchado con flema maloliente cuando su nombre es mentado por los viejos aprovechados e  interesados, esos que se preocupan de estorbar el progreso de la juventud universitaria. 

Por primera vez en décadas, los estudiantes podían confiar en tener las condiciones mínimas para desarrollar su aprendizaje, a pocos se implementan los laboratorios con equipos nuevos, volvieron del exterior profesionales de alto valor. Por un breve periodo, podías encontrar docentes con grado de magíster o doctor, desaparecieron de a pocos los eternos estudiantes, se hacía difícil incluir más cobros abusivos, los salones de clase perdieron el olor a chifa, los baños contaban con agua todo el día. La labor de la Sunedu no ha sido perfecta, pero llevó a las universidades los diálogos de competencia, perfeccionamiento y calidad educativa, o cuando menos condiciones básicas de calidad.

Un escenario de lapas encauzadas y una falsa representación estudiantil disfrazan con el lema de “autonomía universitaria” sus ansias para que todo se mantenga. En una región, Lambayeque, la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo se mantiene como un lunar, la única universidad pública del país con la licencia denegada, una verruga a punto de ser extraída.

Hemos pagado las deficiencias en la formación universitaria, comprando respiradores bamba, pagando sobreprecios en oxígeno, administrando medicamentos veterinarios, jugando a guerras espaciales con pistolas que disparaban luces infrarrojas en la media frente de los soldados, mientras pugnan por cruzar la puerta de los grandes malls. La formación de profesionales sin valores o integridad se llevó 23 000 millones de soles en el año 2019, según relata la Contraloría, Lambayeque entre los cabecillas de la corrupción. Ese deseo vehemente e insaciable de ganancias hizo que caer a una cama cueste al escandaloso 250 000 soles, que tan solo sea un sueño lejano de sobrevivir la neumonía. La integridad es una membrana fluida que inevitablemente absorbe, por transporte lento y pasivo, ese smog propio del medio que los rodea. Los ladrones quisieran que todos sean de su misma condición, seducir es parte de su mecanismo de supervivencia.

No es raro que varias de las asociaciones que ahora respaldan en comunicados a un ministro zurraposo y socarrón ataquen la reforma universitaria. Nuestro sistema de vacunación nos llevó a ocupar el encabezado del ranking continental de cobertura, la excelencia de nuestra maquinaria inmunizadora es concreta, firmes con el acelerador y sólidos en los giros del timón. Hoy un cómico ambulante de la salud está por convertirse en el iceberg que terminará hundiendo una de nuestras herramientas más valiosas contra la pandemia. 

La salud y la educación universitaria son compañeras leales desde siempre, la incursión efectiva de seudoprofesionales en ambos sistemas muestra que los charlatanes hacen bien su trabajo en el aula, forman dispensadores con contador. Las heces del negociado de la educación empiezan por salir a flote en el sistema de salud, y aterra imaginar por cuál nuevo rincón brotará la pus hoy o mañana.

Ilustración: https://www.connectas.org/

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