Política

Educar después de la pandemia

CONCIENCIA CRÍTICA   |   Miguel Ángel Huamán   |   Marzo 04, 2022

Para todos los comprometidos con la educación nacional, en cualquiera de sus niveles (primario, secundario, superior) y con responsabilidades diferentes (padres, docentes, estudiantes, autoridades, etc.) resulta indispensable una evaluación crítica seria, antes del retorno a las actividades presenciales de conformidad con las disposiciones del Gobierno central de fin de la pandemia. El coronavirus con sus variantes y efectos ha puesto en evidencia las falencias de la educación nacional. Esta era desde antes un sistema obsoleto de voz, tiza y pizarra (sin acceso a los beneficios de la revolución informático digital), con abismales diferencias entre educación pública y privada, divorciada de la comunidad nacional (padres, colectividad, medios y problemas del país).

La pandemia ha agudizado la crisis del sistema educativo peruano. Sin embargo, paradójicamente, nos ha proyectado educativamente del siglo XIX al XXI al imponernos internet, multimedia y conectividad virtual. ¿Cómo hemos sobrevivido? ¿Cuál ha sido el secreto para salvar dos años de clases a distancia? ¿Dónde radica el factor determinante? La respuesta, como a casi todos los problemas sistémicos del Perú, radica en la existencia de docentes, profesionales y ciudadanos responsables, comprometidos con su trabajo y honestos. Ellos impulsaron iniciativas creativas, generaron respuesta adecuadas en base a su vocación y compromiso, pero lamentablemente han sido una minoría. Como diría Vallejo: “Son pocos, pero son”. Sin restar el mérito a ese valioso esfuerzo, no podemos simplemente ocultar la crisis. 

Tampoco se puede pretender regresar a lo anterior porque la educación nacional ha colapsado, no ha mejorado o superado sus graves errores. El aislamiento social, las clases virtuales y la ausencia de una planificación o proyecto nacional, que considere la importancia de lo educativo para un desarrollo sostenible, han incidido negativamente en este periodo. La deficiente, desigual e inestable conectividad de los servicios de internet ha sido determinante. En consecuencia, se ha producido un retroceso en los resultados conseguidos en todos los niveles. Además, la restringida interacción pedagógica, el desconocer las posibilidades de los recursos digitales y las carencias socio-culturales se han puesto en evidencia por la cuarentena obligatoria.

Lamentablemente, en toda la educación peruana sobrevive y permanece un sistema educativo tradicional encerrado en el aula y que tiene al profesor como fuente del saber y responsable de la transmisión de la información. Esta realidad es opuesta al modelo educativo emergente y dominante en otras latitudes. La educación mundial después de la pandemia se caracteriza por estar abierta hacia la colectividad (padres, comunidad, instituciones, medios comunicación, etc.). Entiende el aula como claustro abierto, donde el estudiante al aportar su manejo del ciber-espacio asume un rol activo esencial.  En tal sentido, según muchos estudiosos la revolución informática y digital ha impulsado el cambio de una sociedad con sistema educativo hacia una sociedad educativa en todos sus ámbitos. A diferencia de la óptica anterior, donde había un lugar (salón), una edad (niños y jóvenes) y una forma (recepción presencial) para el aprendizaje, gracias a la telemática en todo ámbito o lugar, a cualquier edad y con formas plurales de interacción nos educamos permanentemente en el mundo actual. 

En lugar de propiciar la superación de los problemas educativos endémicos, la pandemia nos ha traído tres graves evidencias: 1. Una devaluación y descrédito del conocimiento, la ciencia, las humanidades para la formación integral y de la educación de calidad como factor para el desarrollo individual y social. 2. Considerar al estudiante como mero receptor pasivo sin vida interior, sin ver en él al futuro ciudadano adulto que puede forjar un mundo mejor. 3. Persistencia de la idea de que la enseñanza consiste en transmitir información existente y memorizarla para repetirla. En resumen, el covid-19 ahondó la crisis educativa nacional al incentivar la proliferación de alumnos mudos y maestros autistas.

Solo un sector minoritario de maestros ha sabido trasladar su vocación y convicción docente a los retos planteados por la emergencia sanitaria.  Ellos ya consideraban el aula como un laboratorio, un taller; es decir, un espacio complejo para un aprendizaje activo y participativo conjuntamente con los aprendices o alumnos. A diferencia de periodos previos en los que la educación consistía en acceder a los conocimientos, la actual era tecnológica y digital ha puesto a nuestro alcance todos los saberes científicos. Más que memorizar o repetir, la función docente radica en incentivar la curiosidad, la indagación y la conciencia crítica que permita seleccionar la información pertinente, su comprensión y uso adecuado frente a nuevos entornos, problemas y situaciones conflictivas. El maestro del siglo XXI orienta las literacidades digitales o competencias electrónicas para despertar en los jóvenes el valor del conocimiento, el diálogo constructivo y la importancia afectiva de la cooperación en la actividad cognoscitiva.

Por el contrario, la idea tradicionalista de la enseñanza considera que la función esencial del maestro es transmitir la información conocida. Al reducir o convertir al docente en un dispositivo impersonal de repetición de datos se muestra como equivocada. Las computadoras y la informática han potenciado la investigación científica de forma extraordinaria, al punto que la obsolescencia, la caducidad o la renovación del conocimiento cada día es más rápida. Por ello, en todas las áreas del saber, ningún docente sabe más que internet y la educación no consiste en repetir o memorizar contenidos ya caducos.

Las clases a distancia han reforzado esta visión retrógrada. En la pandemia la educación virtual se ha mostrado como un simulacro donde se confunde el dictado con una video-conferencia. Los alumnos lo perciben como una maratón de sermones aburridos y ajenos a su interés. La clase vía internet ha exigido presencia y recepción pasiva que la convierte en un espacio vacío donde un monólogo autoritario brinda instrucciones para repetir contenidos que solo sirven para registrar calificaciones, no para aprender.

La real superación de la educación nacional no surgirá de arriba hacia abajo como siempre se ha intentado. No se trata de esperar la decisión de gobiernos, congresos, ministros o dirigentes políticos ineficientes. Si deseamos cambiar la sociedad actual y sus graves desigualdades, injusticias y problemas (corrupción, egoísmo, individualismo acendrado, confrontación, información falsa, cinismo, violencia, etc.) debemos comprender que está en las manos de los maestros de vocación, responsabilidad y compromiso el cambio verdadero, la auténtica gran revolución educativa. Las modificaciones difundidas en la enseñanza por la pandemia nos abren nuevas posibilidades, no se trata de creer que debemos regresar al pasado, a lo anterior. La incidencia de la multimedia está cambiando la vida y debe ser asumida por todos, en especial, por los maestros.

Debemos reinventar la educación en todos sus niveles: en lugar de regresar a las paredes cerradas del aula, la meta es convertir el salón en un claustro abierto a lo virtual. En lugar de prohibir los celulares, las redes sociales, la vivencia mediática de los niños y jóvenes en reto consiste en asumirlas e incorporarlas. Entender el papel crucial que tiene lo afectivo y emocional en el aprendizaje, como señalan las neurociencias, significa construir una educación transmedia que incorpora al proceso de aprendizaje en el aula saberes convalidados en su experiencia vital como nativos digitales. En lugar de restringir la formación a los saberes acreditados y establecidos parece indispensable enarbolar una didáctica disruptiva que asuma la innovación, la creatividad y el diálogo solidario como parte del proceso de aprender a aprender.

En consonancia con el lenguaje como cognición simbólica, el conocimiento implica actitud de indagación, curiosidad e imaginación en una etapa de acelerado incremento de la ciencia y la tecnología. El estudiante tiene que ser un sujeto activo y constructor de su aprendizaje. Constituirse como un innovador en función de su capacidad crítica e imaginación.

En resumen, educar después de la pandemia nos exige recuperar una educación transmedia y una didáctica disruptiva. Tenemos que conocer y usar las herramientas digitales que los estudiantes manejan, para así utilizarlas para redefinir nuestras tareas e interactuar para orientar su propio desarrollo. Este horizonte de trabajo nos conduce hacia el futuro con optimismo, como está impulsándose en otras partes. Solo así la educación nacional podrá superar la absurda división entre disciplinas, letras y ciencias, las abismales diferencias entre enseñanza pública y privada, apostar por la condición humana como valor esencial. Esto implica abrirnos al diálogo, a la conversación, al debate. Es decir, recuperar la interacción, la cooperación y la solidaridad como parte esencial de la experiencia formativa. La consigna debe ser: “Aprendamos juntos” porque hablando, participando la gente se entiende, se comprende y avanzaremos todos en conjunto.

Foto: Andina

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