Política

Cuestión de valores

A VISTA DE GALLINAZO   |   Carlos Fernández   |   Marzo 17, 2022

—No sabes valorarme— me repite al oído mi mujer con la insistencia propia de las campanas de la catedral. Algo en mí le da la razón; las camionadas de basura y el olor fétido que llena los paisajes de mi ex bella ciudad me han convencido. En el viejo pueblo donde vivo, no sabemos valorar ni siquiera el espacio donde convivimos, las calles por donde caminan nuestros hijos, el aire del que llenan sus días… ¿Cómo podríamos haber aprendido a valorar mejor?

La RAE define valor como el “Grado de utilidad o aptitud de las cosas para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite.† Si el valor refleja la utilidad y aptitud para desempeñar un fin específico, ¿qué valor debemos otorgarle al alcalde de Chiclayo que hincha la panza como sapo, lleno de orgullo por recolectar la basura de un día? Más aún cuando no garantiza que lo mismo ocurra el resto de la semana. ¿Y los nueve años de obras atrasadas? (claro, sumatoria de varias gestiones corruptas con sentencias efectivas). Lo único que en nuestras calles se ha garantizado son la piedrita en el ojo, y ahora también el varazo, la patada, el arranche energúmeno del serenazgo municipal.

¿Qué valor queda en los profesionales de la salud que hacen promoción a desinfectantes con etiqueta de tónicos milagrosos?, ¿o de quienes se olvidaron de la ciencia con pretexto de hacer arte y mancharon con cian la historia de la medicina del Perú. ¿Vale como congresista quien reniega de la ciencia, de sus avances y distorsiona a su favor la realidad? ¿En la carrera política todo vale?

Es increíble que la cabeza del Ministerio de Salud siga siendo un puesto más para llenar entre los escogidos del comando de campaña; más aún cuando las campañas en el Perú se han ganado no con equipos técnicos, sino con el show populachero y el apoyo de la calle como sistema inmunitario político. Parece valer tan poco la salud peruana que pasa de mano en mano sin ninguna gracia, como si nos confirmaran que sí, que el cholo no tiene alma, es como piedra, sin voz, sin palabra, y llora por dentro sin mostrar las lágrimas; por lo mismo no necesita de salud ni justicia social, solo de bonos consuelo.

¿Acaso no entendemos la magnitud del impacto del COVID-19 sobre nuestra región? Pongámoslo así, desde que arribó la pandemia en marzo de 2020 han fallecido más de nueve mil doscientas personas en Lambayeque. Son tantos cuerpos que acostados sobre el suelo pueden cubrir el camino desde el Paseo Yortuque de Chiclayo hasta la plaza Mayor de Ciudad Eten. Habríamos de caminar, aproximadamente, tres horas para encontrar el final de la cola. Tenemos en Pimentel el muelle más largo del Perú, y tenemos millares de muertos que lo ocuparían de ida y vuelta veintiún veces. Chiclayo huele a pudrición, como para recordarnos todos los días que algunos hoy se quejan por tener que mostrar el cartón de una vacuna gratuita que salva la vida, pero hace un año compraban motos, autos, terrenos y casas con la ilusión del aire purificado. Asumo que las bolsas chorreantes, los montículos de basura que nos alargan los días, los desagües que brotan a borbotones y las corrientes de aire acre son tótems para no olvidar ese exceso de resignación y pasividad.

¿Qué valor le damos a la vida de un lambayecano? Nueve millares de cadáveres y la situación continúa como si la ausencia de ninguno no contara. ¿Nos merecemos vivir así, rodeados del  egoísmo que deviene en un ostracismo de manual?

 

Foto: Miraporellos
 

Compartir en

Facebook   Twitter   WhatsApp

925 Vistas    

Comentarios

3 comentarios

Déjanos un comentario

Visita mas contenido

Da clic Aquí para que revise otras publicaciones sobre Política