Política
60 años de "La ciudad y los perros"
CONCIENCIA CRÍTICA | Miguel Ángel Huamán | Abril 01, 2022
Antes que Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) escribiera La ciudad y los perros (1963), el panorama literario y cultural del Perú era el de una sociedad atrapada entre la tradición y la modernidad. En el terreno literario los años previos habían significado la inclusión del país en la narrativa latinoamericana a través de la novela indigenista. La literatura peruana ingresó a la modernidad entrado el siglo XX, tardíamente, gracias a escritores que narraban las vicisitudes de los indígenas andinos que constituían la gran mayoría de la población.
Esta narrativa indigenista, fundadora de la tradición novelística peruana, se caracterizaba fundamentalmente por su estructura tradicional, su realismo y su marcado ruralismo. La dinámica cultural del país aún giraba sobre el campo y el campesinado, la nación era esencialmente agraria y minera. Existían dos países en un mismo territorio: una minoría blanca de origen occidental que tenía el control social y político, afincada sobre todo en la costa y en la ciudad capital, conformaba la nación oficial. Ajena a esa usurpación, pero sosteniendo sobre sus hombros la totalidad del país, existía una gran mayoría indígena y mestiza, esencialmente campesina y quechua hablante, que conformaba el Perú profundo. El Estado-Nación pertenecía a la minoría que otorgaba a la República su calificativo de aristocrática.
Por ello, la escritura literaria de los primeros años del siglo XX se orientó hacia ese nudo conflictivo. Autores como Enrique López Albújar, Luis E. Valcárcel, Alejandro Peralta, Gamaliel Churata, Ciro Alegría o José María Arguedas dibujaron la gran narrativa indigenista peruana. La contradicción principal de la misma radicaba en el desfase entre sus recursos discursivos tradicionales y su intencionalidad modernizadora, correlato de la tensión del propio país entre tradición y modernidad.
Los iniciales tímidos intentos modernizadores al mediar el siglo veinte adquirieron énfasis y diseñaron un proceso de crisis de la República aristocrática. Culminación de dicho proceso fue la irrupción en 1968 de una Junta Militar en el panorama político nacional que asumió una prédica populista y dispuso medidas de corte reformista que liquidaron la vieja estructura social, al propiciar el surgimiento de una burguesía nacional e incentivar la participación del Estado en la sociedad con la intención de promover un desarrollo económico industrial.
¿Cómo una institución tradicionalista e históricamente conservadora como era el ejército pudo jugar dicho papel? ¿Qué elementos ideológicos y culturales fue necesario superar para que las fuerzas armadas asumieran dicha tarea? ¿Cuál fue la incidencia de la escritura narrativa en dicha transformación?
Las sociedades latinoamericanas poseen como uno de sus rasgos característicos la pervivencia de prácticas premodernas. La razón histórica que trajo el proyecto independentista no consiguió, a través de los ideales igualitarios, realizar la utopía de un Estado que representara a la totalidad de los miembros de la colectividad. Las formaciones sociales del área andina: Perú, Ecuador y Bolivia principalmente, constituyen expresión cabal de la magra presencia del Estado en la vida cotidiana de los habitantes de regiones apartadas de su difícil geografía.
El proyecto “civilizador” iniciado con la invasión española al antiguo imperio inca del Tahuantinsuyo, se redujo hasta mediados de los años cincuenta del siglo pasado a la presencia de tres personajes emblemáticos: el cura, el profesor y el militar. En las más apartadas zonas del mundo andino hallamos que la dinámica social está marcada por la relación con la iglesia, la escuela y la comisaría o el cuartel.
Es necesario ubicar la obra de Mario Vargas Losa en el centro de un proceso de cambio cultural en el Perú. A fines de los años 40, la sociedad peruana había iniciado el proceso de modernización impulsado principalmente por la movilidad de los indígenas andinos. La migración a las ciudades generó el surgimiento de barriadas en las ciudades costeñas. Grandes asentamientos humanos que rodearon con viviendas de precarios materiales la ciudad aristocrática y la fueron paulatinamente transformando.
Del mismo modo, la escritura narrativa había recibido un énfasis renovador a través de las técnicas modernas de autores vanguardistas, fundamentalmente de origen anglosajón. Escritores como Enrique Congrains Martin, Sebastián Salazar Bondy y Carlos Eduardo Zavaleta inician el giro de la escritura literaria hacia el urbanismo y la modernización. Sobre todo, este último, en cuyas obras se renuevan las estrategias narrativas y se difunden las técnicas vanguardistas.
Mario Vargas Llosa inicia su trabajo en diálogo con estas tendencias encontradas. Los jefes (1959) nos muestra a un autor que pugna por abrir un nuevo derrotero en la literatura peruana. La superación del indigenismo se hace evidente no solo porque se abordan temas y personajes urbanos, sino porque los modos de narrar se dinamizan y se complejizan.
Cuando Vargas Losa gana el premio Biblioteca Breve de Seix Barral, la dinámica cultural y literaria de la narrativa peruana se orienta decididamente hacia la modernidad. La ciudad y los perros ofrece no solo una temática diferente dentro de una novelística dominada por los enfoques indigenistas, sino sobre todo un tratamiento que hace gala de las técnicas más contemporáneas de la literatura. Por estas dos razones la gran repercusión de la obra da inicio a un auge literario y a una nueva tradición novelística en el Perú y Latinoamérica.
En esta novela, Vargas Llosa trata uno de los grandes nudos que sujetaban a la sociedad peruana y latinoamericana: el militarismo. Detrás de los estudiantes del colegio militar que se inician en el aprendizaje de la humillación y la prepotencia en el ambiente cerrado de las aulas, se delinea una crítica profunda a la violencia que propugnan las instituciones tradicionales de la sociedad.
Así como la normatividad grupal del colegio impone a los recién llegados o alumnos novicios la aceptación pasiva de vejámenes y castigos para poder acceder a estatus privilegiados, la sociedad peruana infligirá una sistemática represión a quienes se atrevan a cuestionar el orden.
Sin embargo, la repercusión de La ciudad y los perros va más allá de su marcado acento crítico de la sociedad premoderna peruana, al producir reacciones no solo negativas sino y sobre todo reafirmar las tendencias de renovación en curso. Este aspecto poco visible se relaciona con la importancia literaria de la novela, aunque la quema simbólica de sus ejemplares y la expulsión de su autor del colegio militar despertaran mayor interés en la opinión pública.
El impacto más significativo tiene que ver con la técnica novelística que inaugura el libro. La obra difunde de manera exitosa un tratamiento discursivo que tiene en los diferentes puntos de vista, los monólogos y las alternativas de historias los puntos de mayor resonancia. A pesar que dicha renovación ya estaba presente en la literatura peruana en un autor como Carlos Eduardo Zavaleta, será con la novela de Vargas Llosa que adquieren una difusión y una aceptación que permite a la literatura peruana abrir sus horizontes.
Si la novela indigenista había logrado una inserción simbólicamente adecuada con la sociedad peruana, ello se debía a que su discurso plasmaba en forma eficiente la lógica de la racionalidad histórica básicamente igualitaria. Los personajes indigenistas no solo eran emblemáticamente colectivos, al representar a comunidades oprimidas, sino que portaban los ideales de igualdad que las luchas históricas de la independencia habían negado a grandes sectores sociales ajenos al Estado-Nación.
Los procesos modernizadores en curso en la sociedad peruana desde mediados de los 40, nos hablan de una nueva lógica regida por el capital. La racionalidad instrumental que la industrialización del país iba imponiendo, paralela al crecimiento del mercado en la vida nacional, exigía un nuevo orden simbólico y una concepción espacio-temporal diferente.
Esta es la lógica que la obra de Vargas Llosa formaliza. En su novela aparece esta racionalidad instrumental que flexibiliza el tiempo del relato y afinca la visión en los espacios de confluencia, cerrados por el autoritarismo, como son la escuela o la ciudad. En ellos emerge la dimensión subjetiva de raigambre moderna a través de la conciencia de personajes atrapados en acciones y conflictos internos. El personaje colectivo e histórico de la narrativa indigenista ha sido sustituido por el individual y manipulador de la narrativa urbana.
En este sentido podemos medir la repercusión de La ciudad y los perros en dos dimensiones. Una primera como discurso social que se manifiesta exitoso en tanto su utopía crítica será finalmente concretada en los propios cambios políticos de la sociedad peruana de fines de los sesenta. Una segunda como discurso literario que se manifiesta en la instauración de una nueva lógica simbólica posible a través de las técnicas narrativas y que calza perfectamente con las nuevas tendencias socioculturales de la sociedad peruana.
Por supuesto que esta tendencia renovadora no se circunscribe exclusivamente a La ciudad y los perros, ni es tampoco este el único libro que plantea un cuestionamiento de ese tipo. Las novelas posteriores de Vargas Llosa inciden positivamente en dicho cambio, llegan incluso a profundizarlo e incrementan aún más la importancia de su autor en la tradición literaria peruana y latinoamericana. Lo que de hecho nos permite afirmar, a manera de conclusión, que ubican con justicia al escritor peruano entre los fundadores de la nueva novela latinoamericana.
Sesenta años después de la premiación de La ciudad y los perros, a doce años del otorgamiento del premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa, no queda duda de que es uno de los grandes escritores de la literatura peruana y universal. Sin embargo, muchos se preguntan: ¿cómo es posible que una sensibilidad singular que supo leer en forma crítica la lógica social del periodo vital que le tocó, haya tenido un desempeño contradictorio y vacilante frente a la cultura y el escenario político de este siglo?
La respuesta tiene que ver con el surgimiento de una nueva lógica simbólica en el proceso social y cultural del Perú y Latinoamérica desde inicios de los noventa del siglo pasado. En la narrativa posmoderna del cambio de siglo aflora una racionalidad cínica, indiferente a los criterios de la razón ilustrada y a los mitos de la razón instrumental (verdad, progreso, armonía, etc.). Emergen personajes fementidos y decadentes que encarnan la profunda crisis del lenguaje para proponer una representación simbólica idónea. Nuevos autores y obras encarnan esta etapa aún irresuelta, que pretende incorporar la novelística peruana en el mercado mundial del libro y en la cultural del espectáculo.
Lo señalado, nos permite también entender el valor fundacional del novelista Mario Vargas Llosa que, como señalara Walter Benjamin, supo en su momento articular forma literaria y verdad política. Sin embargo, también comprendemos el desconcierto del escritor frente los cambios de la sociedad peruana y latinoamericana, que no comprendía y explican -no justifican- su respaldo conservador a la derecha autoritaria y mafiosa. Lo mencionado pone en evidencia que el único compromiso político perdurable en la literatura es aquel que se sostiene en la forma simbólica creadora, producto de una imaginación crítica y una opción solidaria. No hay otro criterio más que su valor literario para establecer la dimensión de un autor, como en este Mario Vargas Llosa, merecidamente nuestro Premio Nobel de Literatura.
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