Política

Un mundo de mentiras

CONCIENCIA CRÍTICA   |   Miguel Ángel Huamán   |   Junio 14, 2023

Algo grave está ocurriendo con las palabras. Casi nadie se ha dado cuenta y cree que la vida sigue normal. Imaginemos que vivimos en un mundo donde todos supuestamente dicen la verdad, pero aquello que dicen al respecto de la realidad no coincide, sino son exactamente lo contrario. Sin embargo, nadie quiere reconocer que miente y afirma, sostiene indignado, que son los otros los que mienten y como muchos respaldan lo que cada quien sostiene por lo mismo afirman que eso prueba lo correcto de su aseveración. Paradójicamente, cada bando encuentra respaldo, lo que les induce a ratificar a cada uno que lo cierto es lo que dicen. Aunque todos, es decir, ambos bandos están de acuerdo en que lo único certero es que algo no puede ser simultáneamente verdadero y falso, cada lado se atribuye la verdad y califica al otro de mentira. En realidad, lo que ocurre es que ambas posturas son falsas.

Esta situación corresponde no solo a un escenario internacional, sino también al ámbito nacional. La guerra entre Rusia-Ucrania, en el terreno mundial, y la calificación de las movilizaciones por nuevas elecciones en el Perú en el ámbito nacional son buenos ejemplos. Ambos bandos creen decir la verdad: Rusia ha invadido a Ucrania frente a la opinión de que es la OTAN la que no ha respetado la neutralidad acordada, en el plano mundial; y en el plano peruano, se afirma que los que protestaron son terroristas financiados por el narcotráfico, es falso que sean ciudadanos de organizaciones populares o la población que espontáneamente manifiesta su derecho a expresar su desacuerdo. Ninguno de los dos bandos contrarios puede, simultáneamente, decir como verdadero un enunciado diferente como verdad opuesta. Estamos ante una evidencia de que nuestro sistema de representación tiene una falla y que la única forma de superar este impase debe partir por reconocerlo.

Los seres humanos hemos logrado ser la especie dominante del planeta precisamente por haber creado y usado nuevos sistemas de representación: anotaciones formales, tales como los signos arábigos (que incluye letras y números); las fórmulas químicas y los conceptos físicos; los pentagramas con blancas y corcheas usadas por los músicos; y un largo etcétera que recientemente incluyen el universo de los lenguajes de programación en computación. Sin embargo, el principal sistema de representación que los seres humanos hemos desarrollado como especie es el lenguaje. Este constituye una cognición muy peculiar del homo sapiens, muy diferente al de otras especies. Estas poseen sistema de comunicación que sirven para dar información sobre el entorno, cuya naturaleza constatativa confrontada con la realidad le otorga su condición de verdad, que constituye su función esencial como código. Claro que en el reino animal no existe la disyuntiva verdad/falsedad porque cuando algo no se corresponde con la realidad significa simplemente camuflaje o mímesis afortunada o desafortunada que conduce a la muerte, ser víctima de un depredador o de un fenómeno natural.

La humanidad no es un mundo donde cada individuo vive aislado en permanente desconfianza frente a los demás para tratar de sobrevivir, pues debe evitar caer en el engaño o la mentira y confiar solo en aquella información cuya verdad ha confirmado y conoce. En otras palabras, viviríamos en una selva en constante lucha por la sobrevivencia personal. Sin embargo, el uso del lenguaje como medio de cooperación y solidaridad entre los miembros de una colectividad constituye la base del mundo social humano. El filósofo John Searle en La construcción de la realidad social (1995) logró explicar y justificar la tesis de que el uso del lenguaje es esencialmente constitutivo de la realidad social, en el sentido de que todas las demás prácticas e instituciones lo presuponen. La naturaleza social de toda actividad humana depende de una intencionalidad colectiva que se establece, acepta y ejerce simbólicamente a partir de reglas constitutivas. Estas deben de ser formuladas como manifestación consensuada por encima de lo individual o personal para lograr el efecto de su realización efectiva.

Estas normas como extensiones artificiales de la mente -como califica el filósofo Daniel Dennet- poseen un estatus que posibilita la convivencia comunal y establece derechos/deberes (deontología) inherentes a la interacción social e indispensable para la marcha conjunta de los individuos en una comunidad imaginada o nación. A través de estas representaciones damos vida a aspectos claves de la convivencia social, cuyo efecto regulador está refrendado por las instituciones destinadas a velar por el mantenimiento de lo adecuado, lo correcto, lo significativo que como nociones poseen un valor pragmático de solución, respuesta, salida; es decir, un valor acertado, adecuado, correcto, significativo. que no depende de los rasgos físicos intrínsecos del fenómeno en cuestión ni de los criterios de verdad o falsedad individuales. 

En su libro La construcción de la realidad social, publicado en 1995, y en Creando el mundo social, publicado el 2010, John Searle establece la distinción entre simples disposiciones de comportamiento y el establecimiento de estatus simbólicos de cooperación comunitaria, a propósito de como una muralla de piedra entre tribus o pueblos puede convertirse en la frontera imaginaria entre naciones. Esta naturaleza ficcional en todos de los casos se trata una deontología institucional sostenida en un uso realizativo de las palabras. Así se establece todo estatus normativo que rige la coexistencia humana renovada cotidianamente en la actividad institucional que da vida a la cooperación social como porciones del mundo real. Estas normas son hechos objetivos en el mundo, solo merced al acuerdo humano. En ese sentido, el estatus deóntico de los deberes y derechos, la propia existencia de la autoridad, son creadas por el lenguaje y dependen de las instituciones. Estas deben cautelar, conservar las representaciones colectivamente reconocidas o aceptadas, por encima de las posturas individuales sobre la verdad o falsedad.

Si un Tribunal Constitucional no respeta la propia Constitución, si un fiscal de la Nación engaña sobre sus grados académicos requeridos, si no se sanciona la corrupción se termina institucionalizando toda conducta delictiva, si una Asamblea Universitaria refrenda elecciones fraudulentas que justifican rectorías incompetentes, si una facultad logra notoriedad con una conductora virtual de un noticiero en quechua, pero no se manifiesta en forma explícita cuando se discrimina, violenta y asesina a los integrantes de las culturas indígenas, el mundo social de toda comunidad imaginada entra en crisis y descomposición con consecuencias dramáticas. El primer paso para salir de esta anarquía radica en recuperar la lectura crítica indispensable. Esta empieza con un uso declarativo de las palabras que mencione los acontecimientos de modo adecuado, correcto y significativo para reconstruir la práctica cooperativa y solidaria inherente a toda convivencia civilizada. Seguiremos proponiendo la conversación y reflexión al respecto.

Imagen: https://azsalud.com/

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