Política

El armamentismo del fin del mundo

CONCIENCIA CRÍTICA   |   Miguel Ángel Huamán   |   Septiembre 14, 2023

Son tres los grandes negocios que sostienen la economía globalizada del capitalismo salvaje del siglo XXI: las transnacionales de la salud, la corrupción institucionalizada y la industria bélica. El mundo ha pasado de tener menos de 2000 millones de habitantes un siglo atrás a más de 8000 en el 2022. Este espectacular crecimiento demográfico posiciona el asunto de la salud como un problema prioritario. La gente está dispuesta a sacrificar cualquier cosa por continuar viviendo, pero los ciclos de las enfermedades no responden exclusivamente a procesos naturales y orígenes espontáneos. Nuestro sistema inmunológico está hecho para responder adecuadamente en interacción con el medio y así lo hizo durante muchísimos siglos. 

El problema surge cuando el ritmo de crecimiento poblacional impuso con las ciudades la densidad demográfica como prioridad. Se alteraron los ritmos y el beneficioso equilibrio con los animales domésticos. La maravilla de la penicilina fue más determinante para el capitalismo que la revolución industrial porque proporcionó la fuerza laboral necesaria a la industria. Ahora las enfermedades se incuban en nuestro modo de vida o existencia regida por un consumismo contaminante y artificial. Las cadenas farmacéuticas existen porque el tratamiento ha triunfado sobre la cura y han surgido nuevas dolencias, como el cáncer, que ventajosamente para la rentabilidad financiera de la industria de las medicinas duran toda la vida. Si por el efecto mariposa sabemos que el aleteo de un insecto puede generar un huracán, no nos sorprenderá que el sistema de salud constituye uno de los grandes negocios, cuyas victorias aisladas impiden apreciar el panorama global de sus altísimas ganancias, pues en muchísimos casos es la voluntad de vivir la que facilita los resultados. 

Sin embargo, este factor no cuenta en la segunda gran industria del mundo actual: la de la muerte y la destrucción, es decir, la maquinaria que fabrica los ingentes arsenales de artefactos e insumos para el enfrentamiento bélico entre naciones. En este punto nos percatamos que este gran negocio se basa en un factor imaginario y no real: ¿qué determina que la población de un lado del río sea de este país y la del otro de uno distinto? Solo la imaginación que instaura la comunidad llamada patria y es esta misma ficción la que impone la desconfianza, el rencoroso egoísmo que convierte la fantasía de suponer que el ser humano, familiar, vecino, amigo pretenda arrebatar tu parte en una mentira convincente. La consigna “divide y vencerás” no la inventaron los griegos, sino la pluralidad de lenguas, culturas y creencias que habitaban nuestro planeta. El tratar de convertirlas en una sola humanidad exige muchísimo esfuerzo continuado y lastrado por cegueras y divisiones que obvian que somos todos terrícolas. Más fácil y beneficioso para algunos ha sido incentivar la desconfianza y el temor, así proporcionarles armas para alimentar su afán soberbio de dominio y obtener grandes ganancias.

Es absurdo destinar tanto esfuerzo humano en ciencia, tecnología y recursos económicos exorbitantes para la manufactura de máquinas para la destrucción y la muerte. En lugar de presupuestos astronómicos dedicados a la “defensa” de los países deberían destinar todo ese dinero para lograr una mejor calidad de vida para toda su población. Deviene paradójico y hasta ridículo que con el costo de un cazabombardero de última generación se podría eliminar la mortandad infantil de una nación “en vías de desarrollo”, como eufemísticamente denominan al atraso endémico consecuencia del colonialismo y la dominación. No hay argumento sostenible para justificar por encima de mejorar la esperanza de vida de la gente el adquirir y mantener artefactos de guerra, en cuya partida de inversión se debe incluir la preparación de los pilotos y el mantenimiento costosísimo del artefacto, que solo sirve para los desfiles de fiestas patrias.

Esta industria militar que rinde enormes ganancias financia y promueve un patriotismo chauvinista entre los pueblos que apela a la polarización, la desconfianza y la división de comunidades que por geografía, historia y raíces culturales deberían ser comunidades hermanadas, solidarias y cooperativas entre sí frente a los problemas y catástrofes naturales imprevistas, a la conservación y uso responsable de los recursos que comparten. El hambre, la miseria y el sufrimiento no hacen distingos por el pasaporte porque afectan a la humanidad toda. Deviene incongruente querer apostar por un desarrollo sostenible exclusivamente nacional cuando toda la población mundial habita un mismo planeta. Amanece y anochece en todas las latitudes y lenguas.

Ambos aspectos explican el florecimiento del tercer negocio predominante en el presente: la corrupción organizada e institucionalizada en todo el planeta. Tanto el tema bélico como el de la salud poseen el estatuto de prioridad nacional y de secreto en todos los países, lo que facilita el manejo de recursos financieros inmensurables. ¿Cuánto es el gasto militar mundial? Por ejemplo, a pesar de la pandemia de la Covid19, el gasto militar mundial subió un 2,6 % en 2020, hasta los 1981 billones de dólares, según los datos publicados por el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo. Si consideramos que la población mundial alcanzaba en ese año los 7000 millones y, dentro de esta, solo contamos a la población económicamente activa (60 %); tendríamos 4200 millones de adultos. Si dividimos este exorbitante gasto militar entre dicha población obtendríamos casi medio millón de dólares (471,000 ) por persona. Cifra que solo considera las adquisiciones del armamento en general y que no contabiliza los gastos por repuestos y mantenimiento, preparación y manutención del personal militar, cuya cifra fácilmente duplica el monto total al millón de dólares. 

Con otras palabras, si la humanidad dejara de gastas ingentes recursos para la destrucción y la muerte, estaríamos en capacidad de entregar o poner a disposición de cada ciudadano adulto del mundo la suma de un millón de dólares, para que viva tranquilo el resto de su vida. ¿Por qué el mundo sigue desperdiciando tantos recursos, mientras la mayoría de la población sufre graves problemas, desde hambre y sed hasta enfermedades y violaciones de sus derechos humanos básicos? Definitivamente, se trata de una situación ilógica y demencial que valora un trapo de color o fronteras imaginarias por encima de la vida humana. Por este motivo, todos y, en especial los humanistas, debemos promover el pacifismo o la resolución de los conflictos por vía diplomática y el diálogo de los diferendos nacionales y promover el anti armamentismo contra la absurda industria bélica.

En lugar de destinar presupuesto en inversión pública (salud, pensiones, infraestructura, etc.) para enfrentar la recesión económica, la sequía y los desastres por el cambio climático, la Unión Europea hoy exige a sus países aumentar el porcentaje en gasto militar al 2 o más % del PBI de cada nación y reactivar las fábricas de armas en toda la región. Estas reformas del gasto público, superficiales y no estructurales, no responden a las necesidades de su población como consecuencia de la guerra de Ucrania, sino a un armamentismo desproporcionado que, con la excusa del supuesto peligro de una invasión de Rusia y la evidente derrota ucraniana, en medio de una inflación desbocada, el alza del costo de vida y la crisis energética, Estados Unidos impone a sus aliados este requisito. 

Esta nación sola ha destinado 113 mil millones de dólares a mayo de 2023 en quince meses del conflicto. Su justificación consiste en la supuesta defensa del mundo “libre y democrático”, pero como dice el dicho: “en la boca del mentiroso la verdad de hace dudosa”. Desde la caída del muro de Berlín y la disolución de la U.R.S.S. (Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas) ha sido precisamente Estados Unidos el país que ha invadido, ocupado e instalado tropas en 16 naciones y posee enclaves militares por todo el mundo: Golfo Pérsico (1990-1), Somalia (1993-4), Bosnia Herzegovina (1995), Sudán (1998), Afganistán (1998), Yugoslavia (1999), Afganistán (2001-2021), Filipinas (2002), Irak (2003-2011), Somalia (2007), Libia (2011), Yemen, Pakistán, Somalia (2011-2012) e Irak y Siria (2011-actualidad). 

En ninguna de estas ocasiones se le excluyó de ningún consejo o comisión, no le impusieron sanciones económicas, tampoco entregaron armamentos a sus contendores bélicos ni fueron expulsadas de la OTAN ni de la Unión Europea las naciones en desacuerdo con dichas medidas. Tal como ocurre en el presente con Rusia respecto al reconocimiento y respaldo militar a las provincias disidentes de Ucrania, luego que desde 2014 este país no implementara los acuerdos que pusieron fin al conflicto armado interior.

¿Cómo explicar la transformación de un organismo mundial de acuerdo de paz, como las Naciones Unidas, que buscaba convertir el mundo en comunidades de nacimiento en lugar de comunidades de fe, en un ente retórico, burocrático al servicio de la política norteamericana? La mayor evidencia de este fracaso la encontramos en el mínimo conocimiento de la importancia y significado de las Naciones Unidas para conseguir “la paz, dignidad e igualdad en un planeta sano” como reza su lema. A pesar de que ha emitido documentos de diagnóstico y propuesta sobre prácticamente todas las problemáticas humanas (educación, cultura, economía, salud, derecho internacional, desarrollo, ecología, etc.), la gran mayoría de ciudadanos, profesionales, funcionarios, comunicadores, trabajadores y jóvenes desconocen que por la Declaración Universal de Derechos Humanos “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

Desoyendo este llamado a formar una civilización humana planetaria, las élites autoritarias que gobiernan el mundo del capital global, en sus dos variantes, la capitalista neoliberal encarnada en Estados Unidos y el estatalista patrimonial encarnado en Rusia, en complicidad con las transnacionales de la comunicación, impulsan un plan hacia el 2030 de reseteo de la economía mundial, con el objetivo de perpetuar sus privilegios e inmensas fortunas ante el envejecimiento poblacional de los países más ricos buscan imponer una guerra económica y militar permanente para acabar con la democracia occidental e instaurar un absolutismo secular de una reducida minoría tecnocrática que divide el planeta en dos bandos. Gracias a la corrupción institucionalizada, este puñado de familias multimillonarias, cultoras del dios del dinero y la ganancia, promueven medidas simétricas que socavan las solidaridades nacionales, amparadas en una visión geopolítica que enfatiza los problemas globales para promover respuestas favorables ante el cambio climático, la crisis energética, la monumental crisis de la deuda y la inflación que se avecina inexorablemente. De este maquiavélico plan, sus características e implicancias, así como la estrategia idónea para enfrentarlo, hablaremos en las próximas entregas.

Ilustración: https://thptnganamst.edu.vn/

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