Política

Contra el antihumanismo radical

CONCIENCIA CRÍTICA   |   Miguel Ángel Huamán   |   Octubre 04, 2023

Muchos pensadores de distintas nacionalidades, especialidades y lenguas critican el curso que está siguiendo el actual régimen social y cultural en este siglo XXI, en su etapa de globalización. Si creemos que el mundo está gobernado por los Estados de las grandes potencias, sus sistemas democráticos y dirigentes políticos solo estamos avalando una falsa abstracción muy engañosa. Obviamente, los países desarrollados poseen unas estructuras internas complejas, porque las opciones y decisiones que toman los responsables políticos están muy influidas por la acumulación interna de poder, mientras que la población en general a menudo queda marginada. Esto sucede incluso en las sociedades democráticas más avanzadas y en las demás. Sin embargo, no obtenemos una imagen realista de quiénes gobiernan el mundo si ignoramos a los verdaderos “amos de la humanidad”.

En los albores del capitalismo, a fines del siglo XVIII, estos eran los comerciantes, fabricantes y navieros que se reunían en la cafetería Lloyds de Londres, lugar de encuentro habitual de la emergente clase social destinada a reemplazar a reyes y nobles e iniciar la época moderna actual. Ahora está constituida por los conglomerados de empresas multinacionales, las grandes instituciones financieras, los imperios comerciales y similares, propiedad de las familias y los linajes multimillonarios que integran directorios, consorcios, asociaciones y clubes exclusivos. En las reuniones anuales de estos, como el Bilderberg —cuyo nombre procede del hotel en el que tuvo lugar en 1954 la primera reunión, en los Países Bajos—, élites de no más de un centenar de integrantes conversan sobre el futuro del mundo, en complejos de lujo ubicados en Europa, Norteamérica y Asia, a donde la prensa no tiene ningún tipo de acceso.

Esta casta privilegiada posee en sus manos todos los recursos naturales de la Tierra, deciden el destino de millones y administran los capitales y las tecnologías del planeta. Viven en fastuosas ciudades capitales del hemisferio norte, hablan inglés y otras lenguas modernas, recorren el mundo a su antojo por aire, mar y tierra en sofisticados y lujosos artefactos e incluso alucinan viajar a Marte y a otros planetas. Solo con lo que gastan en sus animales domésticos podrían acabar con el hambre en toda la población infantil mundial, si quisieran, por supuesto. Sin embargo, no son anacoretas ni monjes solitarios, pues para manejar el mundo necesitan de una casta mayor de lacayos anuentes, que han reclutado durante años de la intelectualidad científica y académica. Estos optan por desechar sus valores éticos asimilados en su formación, para rendirse al culto de dios dinero y la ganancia. Terminan como cuadros políticos que hacen el trabajo sucio con la esperanza vana de su inclusión en la reducida cúpula.

Un ejemplo de esto es La Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenibles propuesta por la Naciones Unidas que, con la excusa de defender a la naturaleza, se pretende imponer un proyecto de ingeniería social para hacer a la población mundial dependiente de una serie de conglomerados pro alimentarios, fusionados con la industria química. Estas transnacionales seguirán explotando recursos en forma indiscriminada, mientras se sataniza a los agricultores y las comunidades campesinas que han sido los verdaderos protectores de los ecosistemas. Estas cúpulas tecnócratas se aferran a las élites porque saben que, en el escenario internacional, miles hacen cola para remplazarlos, por ello viven bien a espaldas de millones de seres humanos que tratan de escapar de la pobreza. Su ausencia de interés e indolencia frente a los demás seres humanos llevó a Noam Chomsky, en su libro Quién domina el mundo (2023), a afirmar que su doctrina se sintetiza en la frase: “Todo para nosotros y nada para los demás”.

En el orden mundial contemporáneo, las instituciones de los amos detentan un enorme poder, no solo en el ámbito internacional, sino también dentro de sus propios Estados, de los que dependen para conservar el sistema y obtener apoyo económico a través de una gran variedad de medios. Estos acuerdos defienden los intereses de los inversores, calificados como “acuerdos de libre comercio” en la propaganda y en las crónicas. Estos se negocian aparte en secreto, por los cientos de abogados corporativos y grupos de presión que redactan los detalles cruciales. La intención es aprobarlos al estilo impositivo y autoritario, por lo que recurren a procedimientos de vía rápida diseñados para bloquear cualquier debate y permitir únicamente optar por el sí o el no (por lo tanto, sí). Los autores de las propuestas suelen siempre triunfar, como es de esperar. Cualquier parecido con el panorama actual peruano es pura coincidencia.

Los programas neoliberales de la generación anterior han concentrado la riqueza y el poder en muchas menos manos, minando la democracia efectiva. La gente queda en segundo plano, con las consecuencias que cabe prever. En las últimas tres décadas, la ideología defensora de la globalización del capitalismo dominante les ha permitido concentrar la riqueza y el poder en muchas menos manos, minando la democracia efectiva, que ha sido socavada cuando la toma de decisiones se ha trasladado a una tecno burocracia. En El malestar en la cultura, Freud escribe que el hombre, con su “cruel agresividad”, es una “bestia salvaje que ni siquiera respeta a los miembros de su propia especie”. El economista francés Bernard Maris sostiene en Capitalismo y pulsión de muerte la siguiente tesis: “La gran astucia del capitalismo consiste en canalizar las fuerzas destructivas y la pulsión de muerte y reconducirlas hacia el crecimiento”. La agresividad específicamente humana, la violencia, guarda estrecha relación con la conciencia de la muerte, que es exclusiva del hombre. La economía de la violencia es dominada por una lógica de la acumulación, del consumo compulsivo, de la acumulación acelerada. Cuanta más violencia se ejerce, tanto más poderoso se siente uno. El acopio de dinero otorga libertad para eliminar, para matar, que genera una sensación de crecimiento, de fuerza, de poder, de invulnerabilidad y de inmortalidad.

El filósofo francés Éric Sadin, en La inteligencia artificial o el desafío del siglo (2018), califica a esta casta, que impulsa un absolutismo secular apoyada recientemente en la inteligencia artificial, como un Anti humanismo Radical en curso que presenta como verdad lo que es una interpretación en consonancia con sus intereses egoístas y mezquinos. Su entusiasmo por la tecnología digital y las neuronas cibernéticas obedece al afán de acallar todo diálogo, debate y acuerdo entre personas que establezca el consenso, el compromiso deontológico con derechos aprobados y establecidos que deben de respetarse para contrariamente imponer un curso autoritario y represor a la humanidad futura, controlada y esclavizada. En otras palabras, estamos en un barco esférico atravesando el mar de los tiempos, pero como los galeones de siglos pasados, la gran mayoría encadenados al trabajo explotador seguiremos vivos siempre y cuando no pongamos en riesgo la sobrevivencia del capitán y alto mando, quienes no tendrán ningún remordimiento en arrojarnos en medio del océano cósmico, para que nos ahoguemos y salvar el negocio. Este es el anti humanismo radical que subrepticiamente se impone a nivel internacional. Todas las naciones debemos unirnos en contra de este proyecto autoritario y antidemocrático. Debemos de manifestarnos en contra de este maquiavélico plan, cuyo desarrollo los humanistas, hombres y mujeres libres, tenemos que alertar, enfrentar y vencer.
 

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