Política

Analizar y educar antes que insultar

Las ideas de diversos articulistas, y en sí comunicadores en general, son a pesar de sus intenciones incluso muy dañinas, apuntan a resaltar diferencias, a denigrar a quienes piensan distinto en lugar de hacer reflexionar sobre el fondo de los hechos y las cosas.

  |   Alex Neira   |   Diciembre 13, 2011


De qué valdría llegar a ser presidente de la nación más poderosa del orbe si acabaras siendo otro George W. Bush, quiero decir un genocida. De qué vale alcanzar a ser médico si terminas convertido en traficante de órganos, así seas durante un tiempo aplaudido como renombrado neurólogo, en última instancia de qué serviría. Es suficiente con ser muy diestros en lo laboral, como contribuyentes, en ir a la iglesia los domingos y no matar al prójimo ni vivir estafando; es en pocas palabras eso lo conveniente “y santas pascuas”.


Para qué sirve estudiar (educar en renombrados colegios a los hijos), hacer una maestría e incluso ingresar a una universidad del primer mundo a realizar algún doctorado. Acaso no es una de las finalidades esenciales, tal y como lo es el “realizarnos”  —abocándonos a nuestros proyectos mentales— el tener buena actitud para con los otros, fraternal disposición para cooperar en la comunidad, muy consientes de que en el camino de las metas personales también se ubica el sendero para ayudar a otros, sea a través de un artículo, una causa reivindicativa, o un anónimo acto de desprendimiento económico en el mejor de los casos.

Bien mirado, eso sí, buscando dar una mano antes que nada a quienes sobreviven aguijoneados por una catástrofe, por deambular bajo la férula de la miseria extrema, o claro, por una marcada ignorancia al final de cuentas, que ya con el tiempo se van transformando en múltiples formas de escollo o sujeción, de hecho en eso únicamente son idénticas estas taras, estos defectos tan crueles e injustos con los cuales deberíamos estar bregando cualquier hijo de buena familia, y no como sucede, “consumiendo” a mil por hora como conductores suicidas, desentendidos, indiferentes, inconscientes de las grandes desigualdades materiales y abusos que padecen numerosos coterráneos.

Es más, por lo común los que mayores ingresos tienen y día a día más rentabilidades comerciales y respeto social adquieren, a la vez son quienes también ingentes frivolidades los ciegan de lo positivo que les resultaría desarrollarse humanamente, por dar un ejemplo: no yendo detrás del regateo como pirañas o aves carroñeras picoteando una yegua acabada de fenecer, aprovechándose de la situación de quienes por diversos motivos deben malbaratar sus productos, pues pese a la poca paga podría ser peor, debiendo acceder inmediatamente a tan  —en principio y sobre todo—  desventajosa propuesta. Se dirá que así es el mercado, pero eso no basta (hay límites), pues si bien el mercado es así nosotros no, nadie negará que a diferencia de este mecanismo que regula los costes y costos nosotros somos seres vivos, con razón y  —aunque no se vea mucho—  â€œrazonables”.

La gente olvida que muchas de las medidas macroeconómicas, esas propias de las trasnacionales, precisamente se basan en ver a las personas como medios y no como fines en sí mismas, para parafrasear a Fernando Savater. Cifrándolas, volviéndolas números, se las desnaturaliza hasta la degradación total; vamos, solamente se usa la razón para obtener mayores utilidades pero no se intenta en ningún instante ser razonable, ponernos en el lugar del otro, comprender que obtener dinero, hacer caudal no significa no mirar a los costados. Cierto, actuar de tal manera no es un delito, encima viene a ser de lo más legal, sin embargo, ya en circunstancias determinadas, resulta ilegítima y hasta inhumana la forma de conducirse de cuantiosas personas justamente “de educación superior”. El comercio nació para intercambiar productos que pudieran hacer la existencia mejor, no para acumular el vil metal pese a como padecen por no tener lo mínimo necesario para convertirse en ciudadanos hechos y derechos tantos compatriotas y demás. 

Por otra parte, crecemos pensando que ciertos santos de dios son profesores o maestros, y otros catedráticos o después de todo librepensadores, el punto es que aceptamos sólo a algunas personas como educadores, así hasta el día en que descubrimos que a decir verdad nos educan y educamos por todos los flancos, desde la televisión hasta la forma herida y bondadosa de cambiarnos un billete de alta suma un vendedor de gasolina una tarde como hoy. Entonces comprendemos que no es suficiente con educar o educarnos en prestigiosas universidades, que antes de tomar en consideración la manera en cómo se dicen las cosas se debe agudizar los sentidos para captar las pretensiones ocultas, a dónde se va en términos concretos, muy al margen de lo que se pregona o se da a entender de soslayo; qué se aspira a conseguir en nuestros lectores, por ejemplo en el caso de periodistas de prensa escrita, o en su defecto los mismos escritores que se muestran a través de sus columnas, cómo diferenciar a unos intelectuales de otros, cómo separar la cizaña del grano comunicador y verdaderamente humanista, ¡cómo!

 Digo esto porque hoy más que nunca cualquiera puede hacer el papel de intelectual, lo que si bien es cierto de entrada es una gran oportunidad para democratizar más aún nuestro insipiente sistema político, asimismo puede ser contraproducente por la cantidad de fantoches y fatuos líderes de opinión que la moda u otros factores alejados del pensamiento suelen en estos últimos tiempos motivar más y más. (Acá rescato de la palabra intelectual su acepción universalista, esa que nos viene desde Voltaire o Diderot, o sea cuando se designa a quien opina en nombre propio y para la sociedad en general a través de un medio de comunicación de masas). Internet es de fijo el medio por el cual más se distinguen hoy en día estos neófitos “librepensadores”, por lo regular en bitácoras y portales. “Muchas veces al informar a otros de lo que consideramos importante les damos más noticias sobre nosotros mismos que sobre la realidad”, escribe Savater, tal y como me ha parecido en un artículo político que he leído recientemente de un autor cuyo nombre no viene al caso trazar, ya que como él hay muchos y, aparte de sus marcados prejuicios, lo expuesto no brilla por su originalidad sino por su estilo de comunicar, por esas ganas no tanto de informar sino de ser noticia él mismo.  

Así pues, es preciso cuidarnos de tales fuentes. Eso de opinar a través de metafóricos insultos, de discrepar anulando por completo a los opositores mediante epítetos absolutos, acaso servirá para motivar en el lector  —generalmente poco instruido en el tema que busca leer—  alguna mueca e incluso carcajada, pero en términos prácticos, observando el fondo, no concede más que mayores prejuicios y resentimientos, de los cuales si bien ninguno estamos libres tampoco es dable que quienes cultivan el oficio de expresar sus ideas utilicen su espacio para sembrar intolerancia y estéril pesimismo. Insisto: nadie nos encontramos libres de tener prejuicios, pero quienes utilizamos la pluma por lo menos debemos de cuando en cuando hacernos un examen de conciencia (puesto que bastantes ni siquiera son conscientes del daño que hacen). Nunca ha sido necesario insultar o sobajar para persuadir a quienes nos leen. Persuadir significa argumentar y en este campo los insultos valen un nabo. “Las mejores personas alimentan lo bueno en los demás, no lo malo. Las peores personas alimentan lo malo en los demás, no lo bueno” (Confucio).

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Foto: William Bouguereau‏ - "El primer duelo", 1888. 

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