Política

Lo quieren indultar: ¡qué maldita sorpresa!

¿Debido a que ahora se encuentra maltrecho y enfermo se le debe dar un indulto al criminal Fujimori, concederle tan valiosa gracia en principio reservada para situaciones donde la justicia se pone en juego? 
En este caso de qué manera se utiliza.

Mínimas necesarias, por Alex Neira   |   Alex Neira   |   Diciembre 22, 2011


Primero, nada más y nada menos que el fiscal de la Nación, el señor José Peláez Bardales, se ha pronunciado a través de diversos medios de comunicación acerca de la necesidad  —como decir sólo falta ese papelito—  del expresidente Alberto Fujimori de demostrar que su estado de salud es muy delicado, resaltando “como sin querer” que de conseguirlo no habría motivo alguno para permanecer en prisión, siendo perfectamente aplicable el “indulto humanitario”. ¡École!, a ver, otra vez: lo dice el fiscal de la Nación.


Segundo, un adalid del Partido Aprista, el señor Armando Villanueva, ha expresado en Reporte Semanal que lo más lógico sería trasladar al exmandatario a su domicilio, eso sí: inmediatamente. “No hay que ensañarse con el caído” ha repetido. Como decir que “no se debe hacer leña del árbol caído”, ¿imaginaos? En buen cristiano: aprovecharse del mal estado de otra persona. ¡Faltaba más!, la población peruana no tiene clemencia para este ecuánime e íntegro político de larga data, ¡asu, liberar de masivas culpas a un condenado por delitos de los más execrables supone un acto de “humanidad”, de “compasión”, ya que el hombre envejecido es un enfermo terminal? Uf, de repente sólo los expresidentes se quebrantan y no los distintos y diversos presos en peor situación para colmo de los colmos.

¿O será el espíritu navideño?

Restablecer la misma ciudadanía, emparejar como a cualquier compatriota sin antecedentes penales ni policiales, permitirle las mismas libertades y los mismos derechos justo a alguien convicto por delitos de lesa humanidad, es decir por aplicar sistemáticamente una política de terror y homicidios a un determinado grupo o integración humana, vendría a ser esto tener un correcto sentido de justicia. O más bien una burla para el pueblo, para la gente trabajadora que sobrevive procurando salir adelante con honestidad, muchos de ellos incapaces de siquiera pasarse las luces de los semáforos porque lo consideran ante todo beneficioso para el bien común, quienes no aceptan sobornos ni van por la vida dando dádivas, acaso no cuentan aquéllos, fuera de haber sido una considerable parte de éstos mismos perjudicados directamente por sus represivas y amponas metodologías.


¿Es de gente virtuosa, consecuente, que utiliza la razón y el corazón en consonancia, darle libertad a un sentenciado a 25 años de cárcel por delitos relacionados con corruptelas a nivel supranacional y en numerosas modalidades, así como por muertes grupales que al considerarse bastante más que homicidios, que crímenes comunes, se les conoce bajo el rótulo de “delitos de lesa humanidad”? ¿O será el espíritu navideño? En tal situación, cojámonos de las manos telepáticamente, y, al terminar el artículo recemos 3 padrenuestros y 3 avemarías por su pecadora alma, porque perdonar es de piadosos hijos de Dios. Cada quien como ser individual lo absuelve, OK; eso en realidad es cosa de cada quien. Ahora bien, el otorgársele un indulto engloba ya no a nuestra alma, a nuestra conciencia que lo dispensó seguramente, sino a la Ley, esa que no debe pasarse por alto ni cuando se aplica a quienes la han ido confeccionando.


La ley, la que nos permite ser libres en sociedad, libres e iguales, esas reglas que de generación en generación se han ido actualizando como mejorando: esas normas generales e impersonales para que cada quien se sienta completo y al mismo tiempo seguro. Esa Ley. Recordemos cómo fue condensándose el desarrollo del Derecho desde hace más de 2 mil años. Antes reinaban reyes, emperadores, Incas o Señores de Sipán, supuestos semidioses o dictadores o grupetes de diferente armazón sofístico, hasta que la misma gentita que amaba su tierra fue organizándose. De hecho, aceptemos que de no engañarnos el criminal Alberto Fujimori (por esta sola vez) bien pudiera como tantos otros morir en su casa o en un hospital, pero con resguardo policial, con el estigma de su condena, claro que muy bien tratado, respetando su dignidad humana a pesar de las vidas que destruyó en sus diferentes prismas, no obstante, sin embargo, empero, obviamente: con el símbolo del daño que hizo.


A quién no le da un vuelco el corazón ver la fotografía de ese ser decrépito en que se ha convertido, en ese sentido sería bueno apartarlo de encontrarse con una enfermedad terminal, hay que ser caritativos, humanitarios, se entiende si sufre en demasía y no existen los cuidados médicos idóneos en el penal donde habita, por qué no ser trasladado a un sitio en el cual se disiparán sus falencias ambientales cuando menos. Con todo y eso, no significa “liberarlo”, eliminar la “cosa juzgada” que recae sobre él, y menos por un estado de salud gravísimo. Ojito: todos un día debemos morir, es parte de nuestra naturaleza, pero el cómo se llega a morir depende de cómo vivimos, y él vivió engañando y robando a millones de peruanos y demás, y el quererlo librar mediante un indulto, apartando de un tirón todo el peso de la ley, de la justicia, y a la vez mancillar la memoria de esos que sufrieron o murieron por su culpa, no concierne con la legalidad, la legitimidad y la justicia en sí, ni asimismo con la clemencia, eso se denomina favoritismo y está relacionado con dádivas y apoyos que entre maquiavélicos políticos se acostumbran conceder entre secretismos y traiciones.


Como sea, en estos tiempos ha aumentado drásticamente la aprobación sobre un posible indulto al criminal Alberto Fujimori. La población, gracias a ciertas imágenes televisivas y fotográficas, se ha puesto al corriente de los estragos que los años han engendrado en quien durante una década sería el hombre de mayor poder del país. Así pues, qué sorpresa cómo se interpreta de pronto el “indulto”. ¡Rediós!, ¡qué maldita sorpresa! Es esperable esto de un compinche, de un abogado vendido, o por libre disposición de algún ciudadano al servicio de lo sucio y miserable mas no de quienes  —al margen de no ser la última palabra en el asunto—  se supone les queda de perilla el saco que llevan encima, esto es: saben de lo que hablan en términos jurídicos, políticos, sociales, humanistas antes que nada, a años luz de ignorancias supinas o viles intereses personales. Lástima que la realidad de los hechos y las evidencias muestren otro cariz.

¿O será el espíritu navideño?

Vamos, ya como yapita, como broche de oro de lo bajo, de lo malo, de lo abyecto, me encuentro con que el expresidente Alán García ha dicho: “Cada día que pasa Alberto Fujimori tiene más años y su situación según las fotos empeora, a mí me duele personalmente, es una tragedia, yo siempre creí en la Justicia pero no en la crueldad y el ensañamiento con el que está vencido, no tiene aparentemente más futuro, el pueblo peruano es compasivo y querendón”. Y solamente rescato un fragmento, porque en realidad dijo más, fue detallista y emocionante, ya me entienden. ¿Imagínense? Ese señor aparte de ser abogado y expresidente de la República por dos periodos, es además un buen samaritano. Se le parte el corazón por el señor Fujimori, imagínense.


Cierto, es que lo había olvidado, acá en nuestra tierra habita el otorongo, y claro pues: “otorongo no come otorongo”.

 

Foto: albertofujimori.com

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