En una ciudad con una insuficiente actividad cultural como Chiclayo, las distintas manifestaciones creativas no solo deberían habitar en salas como las del ICPNA, la Dirección Regional de Cultura, el Instituto de Cultura de la Usat o en Ochocalo Restaurant y Espectáculo. Espacios que obviamente todos debemos visitar, difundir y cuidar. Pero ante el aún pobre circuito cultural, algunos lambayecanos han comprendido que se debe ir más allá, que la onda expansiva del arte y la educación no solo se acomoda a grandes ambientes, sino que sabe filtrar los muros de los recintos formales, que le gusta grafitear  y dejar versos en las paredes abandonadas por el progreso, y le atraen también cocheras o almacenes retocados con imaginación, pequeñas casas o habitaciones a cargo de algún loco amante de la cultura.

Desde hace algunos meses he conocido los pocos emprendimientos de este tipo que se han generado y sobreviven en la ciudad. Como la temporalmente cerrada Quincha Café-Bar-Galería, en la urbanización Federico Villarreal (Llaucano 422), impulsada por el fotógrafo Angeluz. La galería Tuta Upi, ubicada en el primer piso de una casa en la urbanización Patazca (Mainas 218), a cargo de los artistas Antulin Tello y César Timaná. Esta galería expone sobre todo trabajos de pintores jóvenes y está abierta de lunes a viernes de 6 a 9 p.m. O la pizzería O´ Sole Mio, en su nuevo local en el centro de Chiclayo (Tacna 578), al mando del actor y director argentino Pablo Tur. Este cálido espacio, que abre al caer el sol, se ha convertido en lugar de encuentro de poetas, escritores y músicos, quienes asistían a los ciclones de poesía que usualmente se daban los fines de semana. Además, sé de primera mano que un joven empresario está buscando un local pequeño en el centro de Chiclayo para convertirlo en una galería, exponer y vender los cuadros que él ha comprado a un pintor local, aunque mi sugerencia ha sido –y sigue siendo– que muestre las obras de varios artistas.

Imaginen a Chiclayo, a la región Lambayeque, no con tres o cuatro de estos emprendimientos culturales sino con 30 o 40 casitas, salas o rincones que ofrezcan en conjunto un circuito alternativo, donde los nuevos pintores, músicos, escultores, poetas puedan mostrar su trabajo. Sí, sí, hay que alentar esta idea, expandirla, contarle al amigo, a la familia, al tío que disponga de un lugar libre o medio libre para animarlo a crear un nuevo hábitat al arte. Es una empresa factible, aunque lamentablemente no lucrativa, para un real impulso cultural en la región. Conozco a pintores, músicos, diseñadores, poetas que estarían dispuestos a contribuir con sus obras o con su tiempo para reparar una puerta, decorar un ambiente, intervenir una vivienda abandonada o escribir un mensaje que publicite el lugar.

En Sudamérica, existen varias ciudades que ya cuentan con un circuito cultural alternativo. Por ejemplo en Buenos Aires, Medellín o Lima, donde a pesar de contar con amplios espacios para albergar distintas manifestaciones artísticas, también poseen algunos lugares más reducidos para los que no están conformes con el circuito formal y buscan una atmósfera no tan comercial.

¿Y cómo se sostienen? Por varios medios, como contribuciones municipales, de agrupaciones culturales, de empresas, de los mismos artistas y visitantes, y hasta de los vecinos o agrupaciones de la zona. Pero sobre todo por el impulso indeclinable de ciudadanos o artistas comprometidos con el desarrollo cultural de sus comunidades, que no decaen ante el conocido e incomprensible desinterés de las autoridades.

Pequeños, pero nobles refugios del arte y de los desesperados que huyen de la noche trivial de una disco, del mismo cover en el clásico bar de fin de semana, de esas tardes de cartelera comercial. Son los menos, pero son, los que anhelan un circuito alternativo con conciertos, recitales, proyecciones, libros, pisco, ron, café y una buena conversación.