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Un romance en el Sun Light
| Gerardo Carrillo / Chiclayo Paradise | Febrero 25, 2013
Las ligas ni el maquillaje exagerado podían esconder su ternura. Se acercó con los tacos de una principiante, su cuerpo adolescente parecía no burlarse de los límites de la experiencia, pero indudablemente era un motivo fijo para la lujuria. Se sentó a mi lado y dijo hola con una sonrisa no maquillada con los temblores de la coca. Sus amigas sí parecían durísimas, ella tan solo un ángel que aún no dominaba ciertas cosas más allá del sexo.
Al momento, un par de botellas de whiskey llegaron e inmediatamente provocaron cariños más esmerados de las chicas. Ella comenzó con las preguntas de rigor. Luego de decirle que intentaba escribir relatos y poemas, ser un escritor con el tiempo y que el periodismo no ayayero pagaba mal, le sugerí ir con Mario “mi amigo empresario” si quería sacar más provecho a su hora. Ella dijo algo así como Me gusta lo que me cuentas, quisiera conversar un rato. ¿Igual el whiskey no faltará, no?
"Claro preciosa, tómate todo lo que quieras“ y le serví el primer vaso.
Hablamos de lo que usualmente se habla con una chica prepago. Me contó que era de Trujillo y que tenía unos meses en el Sun Light. Y agregó que, sin estudios superiores ni dinero para intentarlo, su belleza era lo único de valor que tenía para sobrevivir.
En poco tiempo nos contamos problemas personales con aquella soltura que a veces une a los extraños. Sus manos comenzaron a dibujar caricias dulces y aparentemente sinceras en mi rostro, hasta terminar recostada en mi pecho.
“¿Cuándo te iniciaste? ¿Cuántos años tenías?”, pregunté mecánicamente a lo Isabel Pisano en Yo puta, un libro que leía por aquel tiempo.
“Fue hace tres años, tenía 17 y fue horrible. Nunca olvidaré que fue el 25 de febrero del 2005", contestó con remordimientos aún frescos.
Sonreí sorprendido por el destino, sentí que me había tocado el boleto ganador. Y mientras me reclamaba el por qué esbozaba esa sonrisa ligera, saqué mi billetera y le mostré mi DNI.
“No todos los 25 de febrero son malos", le dije con conveniente ternura y le di un beso envolvente en la mejilla.
"¡Es increíble! ¡Es más alucinante que el cine!, reaccionó y me abrazó tan emocionada que llamó la atención de las chicas que atendían a Mario y a su amigo.
“El amor no es permitido", gritó una chica como un trueno. Pero fue muy tarde, la ilusión y su reloj de arena ya estaban sentados en nuestra mesa.
Al escuchar las quejas de las demás chicas, Mario, quien ya para ese momento estaba tan estirado que se lamía los oídos, intentó separarnos y la cogió de un brazo para llevársela con todo su dinero. Yo la abracé y ella se aferró a mí. No jodas Mario, ella se va conmigo, dije tajante y confiado. Él solo nos observó, sin decir nada porque su boca solo temblaba y no podía articular ni siquiera una palabra.
Entonces ella me sugirió ir a un privado. Y hacia allá fuimos con su sonrisa guiándome entre la oscuridad y las luces de neón. Ni bien entramos, y antes de besarla con cariño no tan forzado en los labios, besé su cuello, su mejilla y su espalda con tanto esmero y suavidad que sus ojos se inundaron.
“Nadie me ha besado con tanta dulzura, y ya sabes que los besos no son para los clientes. Qué ironía que hayas nacido el 25 de febrero!, resaltó con evidente emoción.
Luego me pidió que le hiciera el amor, que la besara como lo estaba haciendo, que no me preocupara porque ella arreglaría con el club por esta hermosa hora. Y fue realmente hermosa. La dominé como se domina a una mujer a la que podrías querer. Con fuerza y amor. Ella le agregó a la magia una cadencia inolvidable, ritmos sutiles que iban más allá de lo porno, de lo que usualmente le exigen. Y repetía gracias, gracias, gracias, y la besaba con mayor pasión.
Así nos pasamos una hora hasta que vinieron a tocar la puerta. Salimos y nos reunimos con Mario y el resto del grupo, que ya estaba por desintegrarse. Antes de despedirnos, me acompañó hasta la cochera y me pidió que le regale algo de hierba porque no soy una coquera como las demás. Eso hice y quedamos en vernos al día siguiente. Iríamos al cine y trataríamos de conocernos más. Nos despedimos con un abrazo largo y afectuoso.
A la hora pactada llamé, era sábado y yo estaba en medio de una borrachera con viejos amigos y en una discusión pendiente. Le aseguré que la recogería, con ciertas dudas aceptó. Al término de la función volvió a llamar y ya no respondí. La dejé esperando en el cine, sola, en la entrada y en la salida, sola, a la espera de un hombre que quizás la rescataría, sola, lejos de un hombre que tan solo la consideraría… otra inolvidable fantasía perdida.
Foto: https://elements.envato.com/
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