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Ave Fénix

  |   Gerardo Carrillo / Chiclayo Paradise   |   Junio 29, 2013

Fuimos tres los que llegamos hasta ese cuarto cerca a unos cerros en La Molina, en Lima. Era una época de exploración y misticismo, de maestras, chamanes y veganismo. Entre los límites del mundo tangible, la extrema fuerza de voluntad y otros universos. Y aquel mediodía soleado, extraño para esta capital de asfalto hasta en el cielo, sería otro trascendental día para la expansión espiritual. 

Paco abrió la puerta y ante nosotros se presentó un pequeño refugio de marihuana, habría unas 15 plantas en maceteros de todos los tamaños. Al final de esa pequeña jungla estimulante, había un colchón algo raído y una alfombra crema al costado con residuos de ‘pavas’. Nos sentamos allí e inmediatamente puse el álbum Revolver de The Beatles. Tomorrow never knowks inició la sesión.

Cada uno tenía su hongo, un tipo de seta usado por brahmanes. Al menos ese fue el floro de Paco que tenía años explorando los enteógenos. Lo cierto es que no pasaría mucho para que fueran asimilados por nuestros estómagos y luego por nuestros espíritus. Mientras tanto conversamos hasta que los efectos nos hicieron atravesar el puente interior.

En la charla, Paco reveló que había abandonado la carrera de Literatura en ‘la Católica’ para convertirse en médico -y luego en siquiatra y chamán- porque “quería llegar a más gente”, “al pueblo” y la literatura y los lectores eran un grupo muy reducido según él. Una élite, un mundo al que solo los alfabetos con ganas de cultivarse más allá del promedio acceden. Él quería ir a las zonas más pobres, a los lugares donde la educación no llega y para influir allí creía necesario entregar algo más básico como sanar la mente y el cuerpo. Necesitaba conectarse con todos y eso se lo ofrecía, especialmente, los hongos, además de su amado San Pedro. Alan, en cambio, venía de otro mundo.  Era un viajero y mujeriego, un chico atractivo que había abandonado la universidad y que llegó “karmeado” porque presionó a su última novia a abortar. Él la terminaría pasando muy mal.

Salimos del cuarto escuchando algunos temas que tenían como esencia el sitar. Había un sol maravilloso en esa zona lejana a la caótica Lima Centro, las calles estaban vacías, con pocos autos estacionados, y algunos cuantos obreros trabajaban en las nuevas casas que le ganaban espacio a los templos de tierra.

Luego de unas cuadras, poco a poco se comenzaron a manifestar los efectos. Sentí la necesidad de estar solo. Fui el primero que decidió subir uno de los cerros que se imponían frente a nosotros. Paco tomaría un cerro contiguo, de mediano tamaño si lo comparaba con el que yo subía. Alan simplemente ya no podía caminar, se quedó parado en las faldas de ambos cerros. Su viaje interior no le dejaba fuerzas para mover sus piernas. Estaba bloqueado y sufriendo. En cambio, yo estaba decidido a llegar hasta la alta cumbre del mío. 

A medio camino decidí detenerme. El sol intenso hizo que tomara un poco de agua. Paco, que me observaba desde el cerro del frente, me preguntó cómo me sentía. Le dije que bien y él se sorprendió al ver la luz de las vibraciones que emití al hablar. Me aseguró que cuando hablaba salían unos rayos por mi boca que llegaban hasta él. Yo lo escuché sin inmutarme mientras observaba el panorama. Al rato comencé a comprender más la función de los cerros, de aquellos verdaderos templos naturales, de aquellos hermosos espacios para la meditación.

Entonces decidí seguir. Una botella de agua con el nombre de un santo me sirvió como bastón. Las piedras del camino me ayudaron a no hundir mis pies del todo en ese sendero de tierra caliente. Me revelaron su duro sentido en el ascenso espiritual de los seres humanos. Y cada vez que levantaba la cabeza para ver la cumbre, veía como poco a poco las nubes arreboladas formaban un ave Fénix con las alas abiertas, que me observaba, que me esperaba y que de cuando en cuando levantaba su mirada hacia el cielo. 

Otra vez ese ser fantástico del que ya había escrito en secundaria aparecía en mi vida. Entonces supe que algún tipo de muerte y renacimiento se llevaría a cabo en mi cuerpo. Sentí mucha paz. El silencio de aquellos instantes hubieran embargado a los mismos dioses. Fue un buen momento para sentarme a contemplar el mundo desde el cielo. Todos los problemas y soluciones se comenzaron a definir más. Pude ver todo el tablero, el campo de batalla, la tierra luminosa y analizar el siguiente movimiento.

De pronto una voz de tono sardónico irrumpió mi sagrada abstracción. “Están locos, ustedes están locos, son almas perdidas”, repetía mientras reía de tal forma que lo sentí oscuro y demoníaco, especialmente en aquel momento de suma pureza experimental. Y aunque no sentí furia o rabia en mi pecho, en mi ser irrumpió una voz y una mirada firme, seca y rápida que gritó ¡SILENCIO! 

La voz burlona desapareció. Grité con la fuerza con la que le gritaría a cualquier demonio que se parara frente a mí. Revitalizado y después de varias horas de contemplación, decidí abandonar la idea de ir a un templo, esa loca idea de que cualquier mortal es un potencial santo como decía mi maestra Zeta. Mi destino era no huir del infierno sino ir a sus entrañas. La paz no solo se consigue en el bosque ni alejado del contacto de las personas. Debía volver a relacionarme con el mundo y ganarme muchos problemas. Qué diablos que Buda o Jesús y otros maestros abandonaran a sus familias por encontrar algunas verdades. Y aunque estaba convencido de que podía ir a la selva o a un templo a convertirme en algo que fuera digno del respeto mínimo de esos grandes maestros, decidí volver a la ciudad, decidí volver definitivamente a Chiclayo, a ese hijo que me necesitaba y necesita más que Dios o que alguna energía superior incomprensible.

Decidí romper con la tranquilidad que había alcanzado lejos del periodismo, lejos de lo público, del halago o el insulto, lejos de las mezquindades, de las bajezas, de los enemigos que generas por no tener miedo a decir lo que piensas o actuar con plena libertad. Pero como una abeja sola en una colmena, creí que ya había acumulado la suficiente miel, que era el momento de volver a Chiclayo, de enfrentar al infierno de Chiclayo, a los placeres y dolores de Chiclayo Paradise.

 

Foto: http://piramidedereflexiones.blogspot.com/

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