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De los Apeninos a los Andes

  |   Cindy López / Conversaciones con el Perú   |   Marzo 24, 2015

Las personas que somos mayores de 20 años fácilmente podemos recodar el  dibujo animado “Marco”. Aquella historia que nos hizo desear fervorosamente que el niño italiano encuentre a su madre, quien emigró a Argentina por mejoras económicas (aquí la canción para refrescar la memoria https://www.youtube.com/watch?v=OPsQQFakmmA).

Pues al igual que ese entrañable dibujo animado existieron muchos “Marcos” a lo largo de la historia (más adelante les contaré sobre uno) debido a que la migración italiana hacia tierras americanas, incluido el Perú, fue y es un hecho real.

Los italianos o sus descendientes no son ajenos a nuestra historia, así tenemos a Antonio Raimondi (originario de Milán) y a Francisco Bolognesi (de padre genovés y madre arequipeña).

Una pregunta que debe ser rápidamente respondida es ¿desde cuándo el Perú acoge a italianos en su territorio? La respuesta es desde el siglo XVI, aunque en reducido número. La procedencia de ellos era mayormente de Génova y Liguria.

Para el siglo XIX, el deseo de mano de obra extranjera por parte de los hacendados estaba en aumento debido a que la inmigración china se había suspendido tras un escándalo internacional que tachó al Perú de  trato esclavizante a los hijos del Imperio Celeste.

Fue así que un político decimonónico, Pedro Gálvez, propuso la inmigración europea, ya sea de ingleses, alemanes o italianos, estos últimos por sus semejanzas culturales con nuestro país (Sánchez, 2009).

Se debe recordar que esta apertura a la migración europea se dio en un contexto donde la élite peruana abanderaba la eugenesia, es decir, consideraban que la relación de peruanos con europeos mediante la herencia mejoraría “la raza”. Asimismo, concebían que la ocupación de europeos en la sierra y la selva daría paso al desarrollo del país. Ideas que ahora consideramos trasnochadas, al menos eso espero.

En 1872 se creó la Sociedad de Inmigración Europea, la cual logró traer a tres mil inmigrantes, la mayoría italianos. 

Sin embargo, pronto los hacendados se fastidiaron por la presencia de estos pues no deseaban trabajar en el área agrícola sino en las grandes ciudades para dedicarse a los negocios. El ataque de los hacendados no se dejó esperar, así se inició una campaña de desprestigio. En el diario “La Patria” de Lima, el 12 de Marzo de 1875, manifestaron que:

"Los súbditos italianos que han ingresado últimamente a Lima, no tienen traza de haber sido gente laboriosa y trabajadora en su país. No ofrecen garantía alguna y llevan en su aspecto, en sus modales y manera de comportarse, el sello de la pereza y hábitos de vagancia, con señaladas excepciones y dígase lo que se quiera, las diferentes partidas de inmigrantes no han pertenecido a la clase obrera europea". Zanutelli (1991), citado por Díaz y Pizarro (2000, pág. 173).

Sin embargo, los adjetivos de gente poco laboriosa y no dada al trabajo se contradicen con la realidad. La colonia italiana en pocas décadas (1840-1880) mostró ser una colectividad próspera y de un considerable ascenso económico.

Por supuesto que no todos los inmigrantes italianos eran ricos. Dentro de la colonia “existía una marcada diferenciación económica, donde la mayor parte eran comerciantes.” (Bonfiglio, 1994, pág. 81), por ejemplo:

"Cuando en 1882 la Sociedad Italiana de Beneficencia de Lima realizó una colecta para la construcción de un Hospital provisional, las mayores contribuciones provenían de los miembros de la élite empresarial. (…) En el caso de Piura, sobre 14 contribuyentes, uno sólo aportó el 71% del total. En el caso de Chiclayo, sobre 20 contribuyentes 4 aportaron el 53% (…)". (Bonfiglio, 1994, pág. 82).

Para el Censo de 1876, los italianos eran la mayor colonia europea en el Perú con unos 6990 residentes. Para el año 1901 eran 9 648 italianos (el 70% de ellos vivían en Lima y el Callao. En el norte del Perú podemos señalar que habitaban en Lambayeque (244), La Libertad (239) y Ancash (29). (Díaz & Pizarro, 2000). Actualmente se calcula que existen más o menos un millón trescientos mil descendientes de italianos en el Perú. 

De esta forma, gracias al espíritu vivaz, habilidades para el negocio y la apuesta por un futuro mejor, es que los italianos encontraron en el Perú una región de nuevos retos, experiencias inolvidables y, sobre todo, un nuevo hogar.

La historia de un “Marco” real

En una mañana de comienzos del siglo XX, Mario Corvetto junto a su hermano César y su padre se encontraban parados en una embarcación que los llevaría hacia un país llamado Perú. Mario miró el muelle y la tristeza se apoderó de él. Su madre no vino al  muelle para despedirlos. Pronto se enteró que su madre no fue a su encuentro para no romper en llanto ante el alejamiento de sus amados hijos.

La familia incompleta llegó al Perú. Los muchachos crecieron al lado del padre, quien nunca dijo por qué no trajo a mamá con ellos. El padre, hombre parco y de negocios, se decidió a abrir una tienda de arte ubicada en el Centro de Lima. Tenía la convicción que sus hijos pronto tomarían las riendas en este comercio.  

Sin embargo, Mario tenía otras ideas en mente. Aquella tierra peruana que al comienzo le parecía extraña, ahora era motivo de su admiración. Su curiosidad hizo que amara los viajes, cualquier excusa era válida para conocer el Perú, quizá podía ayudar a papá llevando algún encargo a Ica o Huancayo y por qué no a San Ramón.

Así encontramos una carta del joven italiano Mario Corvetto fechada de 1935 donde expresa sus ansias de explorar el mundo:

"El trabajo ya no me llamaba la atención, había adquirido en parte el embrujo de la selva y parecía que algo superior a mis fuerzas me inducía a seguir viajando… Comenzó a hastiarme la ciudad, la que después de haber conocido bien, llegué a comprender por qué viven con tanta felicidad las tribus de los chunchos en la montaña" (Croci & Bonfiglio, 2002, pág. 153)

Si bien los viajes eran su pasión, las añoranzas por su mamá hicierons que junto a su hermano gestionaran papeles para traerla al Perú. Pronto llegó la mamá a Lima, y con ello la felicidad de ver a sus hijos crecidos. La alegría se apoderó de los Corveto. Al menos un instante. Pasado un corto trecho de tiempo, el padre se puso quisquilloso y señaló a sus hijos que debían arreglar los papeles para que su madre vuelva a Italia. La relación de pareja había pasado del aprecio al respeto, el cual –por último– desembocó en la indiferencia. Así, una vez más, su madre se alejaba de sus vidas.

Mario, ávido de noticias por su madre, se enteró que ella ya no estaba en Italia, sino en Argentina trabajando como modista. Él se tranquilizó. Al menos la tenía en el mismo continente. Hasta que un día llegó una nefasta noticia: su madre había fallecido. Lo peor de todo fue que no sabía dónde la habían enterrado.

El dolor y el amor por su madre lo empujaron en una travesía por encontrar el cuerpo de su madre para despedirse.  Con poco dinero pero con convicción, marchó por la sierra peruana, luego aprovechó que salía una avioneta a Pucallpa y la tomó, pasó por Bolivia  y tras mil travesías llegó a Argentina. No supo que hacer, no conocía a nadie, lo único que tenía era un papel con una dirección de un conocido, que, para colmo de males, ya no vivía en la casa señalada. Un afable cartero lo ayudó y se reunió con un representante de la colonia italiana y le dio unas palabras que sepultaron sus ilusiones: no podía reclamar el cuerpo de su madre. Ella había muerto sola en su departamento de un ataque al corazón y como nadie reclamó su cuerpo se la había enterrado en una fosa común. Jamás pudo saber dónde se encontraba el cuerpo de su madre.

Sin nada que lo ate a la Argentina, comenzó a extrañar al Perú. Decidió volver a su, ahora, hogar. Tras viajar de mil formas, sin dinero y con el frío que calaba en sus huesos se quedó varado en Chile.  A esas alturas, no le importaba si iba caminando al Perú. Felizmente su padre fue a su encuentro, llevándolo de retorno a Lima. 

Unos años posteriores su hermano César se enrolaría al ejército italiano para la II Guerra Mundial. Murió en un campo de concentración. 

Al poco tiempo la muerte reclamó a su padre. El cáncer lo sorprendió y falleció. Después de unos días llegó a la casa un pasaporte para Argentina. Llegó muy tarde, quizá el señor quería ir a las tierras gauchas para disculparse con su difunta esposa, para pedir perdón. Pero el destino impidió concretizar sus deseos. Solo le quedó a Mario cerrar los ojos de su padre con sus manos, otorgándole su perdón por algunas desavenencias que le hizo pasar. 

Solo en el mundo, Mario sintió la imperiosa necesidad de tener un hogar, alguien a quien abrazar y amar. Decidió echar raíces. Se dedicó al negocio de la carpintería y conoció a su esposa con quien tuvo varios hijos. Luego, cambio el rubro de su negocio por uno de ferretería. Decidió, hacer caso a su esposa y se mudó a Miraflores. La tranquilidad se respiraba en su hogar. La vida le daba la oportunidad de tener una familia unida, como él lo deseó cuando era niño. Nuestro querido Mario falleció en 1994 en el Perú, regalándole a las futuras generaciones sus cartas. Testimonio de un italiano que amó al Perú, que se enfrentó a la vida y la conquistó.

 

Bibliografía

Bonfiglio, G. (1994). Los italianos en la sociedad peruana (Segunda ed.). Lima: Saywa.

Croci, F., & Bonfiglio, G. (2002). El baúl de la memoria. Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú.

Díaz, A., & Pizarro, E. (2000). Algunos antecedentes de la presencia italiana en la ciudad de Tacna: 1885-1929. Arica: [Proyecto de investigación].

Sánchez, A. (2009). Caso Perú. Cambios demográficos y movilidad laboral en la región Asía Pacífico 2007 - 2008. Lima: INEI.

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