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Árabes en el Perú: tierra que mana leche y miel

Conversaciones con el Perú   |   Cindy López / Conversaciones con el Perú   |   Agosto 28, 2015

Las noches en mi caso (y de otros tantos) se cierran con algo de televisión. Casi nunca hay algo bueno en señal abierta, así que hacer zapping se ha convertido en un ejercicio obligatorio. Veo sendos comerciales y me doy cuenta que las novelas mexicanas están de capas caídas y, en su lugar, ahora lucen orondas las telenovelas turcas, un ejemplo "Las mil y una noches" (título prometedor ya que trae a la mente una gran obra literaria).

Muchas señoritas hablan de los galanes turcos y los jóvenes desean alguna musa de aquel país (aunque sea en sueños). En realidad, lo que me llama más la atención es escuchar a alguien señalar la imagen de un hombre con turbante y con paisaje desértico en el fondo como un turco.

Parece que empezamos a ver a todo hombre del medio oriente como un turco (quizá buscando un Onur o un Kerim).

Resulta interesante saber que esta simplicidad de señalar como turcos a los hombres del medio oriente no es de este siglo. No, querid@ lector@. Esto viene desde el siglo XIX.

¿"Turcos"," turcos" everywhere?

Por el siglo XIX (siglo emblema de apertura a la inmigración extranjera), cuando los peruanos empezaban a habituarse a chinos, japoneses e italianos apareció  un grupo de personas del Medio Oriente procedentes principalmente de Palestina, Líbano y Siria (Bartet, 2005). Los peruanos resolvieron en darles el gentilicio de turcos.  La razón: la población levantina poseía pasaportes de Turquía porque toda la zona del Medio Oriente estaba bajo su dominio.

La mayoría de inmigrantes árabes en el Perú fueron palestinos. El número de sirios y libaneses (estos últimos se ubicaron mayormente en la ciudad de Chiclayo) fue menor.

La llegada de los árabes en el Perú se dio en dos grandes oleadas migratorias. La mayoría se dedicó al comercio de una forma particular.

El comercio árabe tuvo gran acogida en el Perú, no porque no existieran vendedores (ya estaban establecidos tiendas de chinos e italianos en las capitales costeras), sino porque comenzaron a ofrecer productos en espacios que nadie había tomado atención: los andes peruanos . Todo acompañado del siempre bienvenido regateo, además de  facilidades de pago, lo que era bien visto por la población nativa. ¡Qué más se puede pedir! ¡Bueno, bonito y barato!

Como señala Cuche, citado por Bartet (2005, pág. 116), un ejemplo de este tipo de venta lo da la tienda de Jorge Elías Sabag en el Cusco (1928): "La divisa de la casa es vender mucho y ganar poco". La venta a domicilio y la renovación constante de la mercancía completaban el cuadro del comerciante palestino de los inicios.

Así llegaron a establecerse árabes en la sierra peruana, por ejemplo la familia Kajatt en Ayacucho, los Majluf en Arequipa.

Sin embargo, este tipo de venta no agradó a los mayoristas peruanos y consideraron a los comerciantes "turcos" como elementos peligrosos del comercio en Arequipa, Sicuani, Cusco, entre otros lugares. Sin embargo, la buena destreza y unión de los árabes hizo que sobrellevaran los malos ratos.

Hacía 1930 muchos árabes ya tenían buen ingreso económico por lo que desplazaron sus empresas hacia el mercado limeño y, por supuesto, al mercado sudamericano y hasta europeo. 

Con respecto a los libaneses, la mayoría elige a Chiclayo como su hogar, así encontramos a familias como los Yapur, los Mufarech, los Hadad, los Fajri, los Scander, los Naim y los Bugosen. Todos se dedicaron al comercio.

Y como no todo es negocio en esta vida, el amor hace su aparición. Con respecto al matrimonio, al comienzo los varones árabes regresaban al medio oriente para buscar en su familia extensiva a su amada, a su compañera de vida. Pero con el transcurrir del tiempo, los varones árabes se encandilaron de la belleza y coquetería de la mujer peruana y empezaron a formar familias árabes-peruanas. Les invito a conocer una:

El Inca Abugattás

Roberto, un arequipeño de ascendencia árabe, recuerda que de niños escuchaba a sus vecinos referirse a sus abuelos, padres y tíos como los "mercachifles" y erróneamente "turcos". Esto lo incomodaba y causaba extrañeza. Experiencia que luego vivió cuando ingresó a la escuela.

Al estudiar en el colegio La Salle, en Arequipa, sus compañeros  le pusieron el apodo de el turco, e inclusive sus profesores se dirigían a él con el mismo calificativo.

Roberto recuerda que una vez regresaba triste y contrariado a su casa con una sola idea: preguntar a sus padres ¿por qué le decían el turco?

Los padres ante tal pregunta buscaron responder a la altura de la situación. Por lo que reconfortaron al pequeño diciéndole: No, Roberto, tú no eres turco, tú tienes ascendencia árabe, de la tierra de Palestina, donde nació Jesús. Ese gran detalle, bastó para llenar a Roberto de orgullo.

Sus padres de nacionalidad peruana (arequipeños) tenían la gerencia de las tiendas Abugattás (fundada por los abuelos de Roberto). En 1954, su padre se independizó y se vino a Lima a instalar una pequeña industria textil.  Así la industria se especializó en chompas, buzos, zapatillas, calcetines; convirtiéndose la marca Abugattas en la líder de la producción deportiva.  "En su juventud quien no usaba la marca Abugattás estaba fuera de la moda". (Bartet & Kahhat, 2010)

Pero los Abugattás no solo se conformaron en participar en la producción de prendas deportivas, sino que también incursionaron en el deporte. Así, Roberto logró —a los 17 años— convertirse en campeón sudamericano de salto alto y batió récord.

No se quedaron atrás los periódicos de todo el mundo ante semejante acontecimiento y, vía cable, daban la noticia: "El Inca Abugattás ganó el salto alto con récord sudamericano". Por primera vez, Roberto, se sintió orgulloso de ser peruano.

Roberto cuenta que no lo nacionalizó peruano el haber nacido en el puerto de Mollendo, en 1943, sino el deporte. Esta práctica rompió cualquier barrera de etnias.

A Roberto le llenó de patriotismo viajar a otros países representado al Perú, no podía evitar que rodaran las lágrimas por sus mejillas al ver elevarse la bandera nacional en tierras foráneas. El Perú lo tuvo como su hijo predilecto. Cuando Abugattás viajaba representando a la bicolor era calificado como El Cholo o El Inca Abugattás ya sea en los juegos bolivarianos, sudamericanos, iberoamericanos, olimpiadas, mundiales, entre tantos otros. En 82 oportunidades visitó la casaquilla nacional y dejó de ser para sus compatriotas peruanos, de una vez por todas, el Turco Abugattás.

Ahora, a sus 72 años, Roberto Abugattás trabaja en la educación, cultura y deporte en el Centro Educativo Particular Johannes Gutenberg, organización alemano-suiza sin fines de lucro, en la cual se brinda educación y alimentación a dos mil alumnos de El Agustino y Comas.

Abugattás, gran peruano que —como él dice— ha sembrado y cosechado a manos llenas en el Perú, piensa morir en esta tierra si Dios quiere. Para Roberto, el Perú es la tierra de leche y miel. 

 

Bibliografía

Bartet, L. (2005). Memorias de cedro y olivo. La inmigración árabe al Perú (1885-1985). Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú.

Bartet, L., & Kahhat, F. (comp.) (2010). La huella árabe en el Perú. Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú.

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