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Otro vaso roto

  |   Gerardo Carrillo / Chiclayo Paradise   |   Junio 26, 2012

Puse los Pixies y recordé nuestras mañanas con un ron que cada día era peor. Tus ojos brillaron cuando me descubriste amante de la misma banda que varios de tus ex amantes. Tú, tan acostumbrada a músicos impredecibles, melómanos y artistas de mala y buena muerte, yo sería tu primer escritor, tu primer poeta de trucos aún desconocidos. Otro más que te robaría lágrimas, pero de un color distinto, parecido al melancólico ron que con desespero me compartías cuando nos sumergíamos a nuestros interminables ciclos de cine, sexo y música. Solo por ratos, cuando los vasos superaban mi voluntad, me atrevía a leerte en voz alta los dolores y la vida escondida en la poesía. Vallejo, Bukowski y Baudelaire nos conmovían en la angustia. 

Seguro ahora te preguntarás por qué escribo sobre ti. La verdad es que me animé a escribir el día en que alguien mencionó lo mala mujer que eras y yo reaccioné y dije con la solemnidad del verso â€“mientras el viento de Los Parques confabulaba con las cenizas del recuerdo– que viví momentos de oscuridad y brillo a tu lado, desvaríos que aún dibujan y desdibujan alegres anécdotas en una pc. 

Como esas mañanas felices cuando nos destruíamos el hígado. Los mediodías de rayas solares que asustaban al corazón. Las tardes de miradas perdidas en el sillón guinda. Las noches violentas ante los destellos de la melancolía. El llanto furioso después de romper otro vaso sin respuesta. Y aunque parezca calculado, solo queda el vaso mítico de aquella colección que me heredaste. Ese en el que ahora bebo para desearte lo mejor y recordarte que eres una buena chica, aunque juntos consumiéramos desesperados varias de esas `malditas muestras médicas´ (como solías gritar y quejarte de la usura de los gramos). 

¿Recuerdas esa tarde que con un ron en la mano y mucha hierba reímos con The Big Lebowsky? Y cómo al final de Asesinos por naturaleza me dijiste "hay que casarnos y en un puente". Yo me sorprendí, es cierto, y te dije â€“para escapar– que no podíamos confundir la vida con las películas aunque eso nos excitara. Tú igual insististe y trataste de ponerme en mi lugar con una frase así: "no es por ti, bueno, un poco sí, eres de puta madre, pero en realidad solo me gustaría estar casada una vez, aunque luego figure como divorciada". 

Nada de eso pasó, pero tus giros siempre me exaltaban y tu forma de pedirme que me relajara siempre lograba en mí una sonrisa fresca. Casi dos meses me alegraste las noches y los días del vacío. Hacías que me olvidara de los deberes y quizás por eso algunos retrasados que también quisieron pasar algunas horas contigo te juzgaran. Era innegable que amigos en común te conocían como una drogadicta, una chica fácil que deseaba como todos un poco de amor, alguien que supliera a esa familia que todos odiamos un poco mientras nos asentamos en el mundo, y esquivamos misterios. 

Felizmente nunca te importaron esos comentarios, sabías que finalmente eras una especie de leyenda oscura desde los catorce y eso te divertía. Esta ciudad del viento jamás comprendió la luminosidad de tu fascinante personalidad en autodestrucción. Ese dolor que conmovía, que motivaba a escucharte un poco, a quererte un poco, a gemirte un poco... hasta verte nuevamente sonreír.

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