En las últimas décadas las encuestas se han convertido en una forma de mecanismo intermediario entre la población y los dirigentes políticos. Encierran en sí una capacidad de predicción, pero de ninguna manera podemos asumirlas como dogma o verdad absoluta.

Ustedes, amigos lectores, son perplejos testigos de la oscilación en el orden de las preferencias en este escenario de Elecciones Generales 2021 que vive nuestro país, ven así como una encuesta proyecta un determinado orden de candidaturas, mientras en otra dicho orden es distinto. ¿Quién realmente va primero? ¿Quién segundo? ¿Quiénes podrían pasar a la segunda vuelta electoral? Todo ello ha llevado a generar dudas sobre la transparencia y el grado de confiabilidad de dichas encuestas y encuestadoras.

No hay duda que algunas tendrán mejores credenciales que otras, pero antes de juzgarlas debemos tener muy en claro que una encuesta es un proceso de recojo de información que debe hacerse de modo aleatorio y teniendo en cuenta que al tratarse de una votación nacional se requiere llegar a los distintos segmentos poblacionales (por edades, por sexo, por nivel socioeconómico, por ubicación urbana y rural, etc.). El proceso regular para llevar a cabo una encuesta es ver a cada encuestador recorriendo vecindarios, tocando puertas de modo aleatorio (por ejemplo, haciendo saltos cada tres puertas y dando vuelta así a toda una manzana) y aplicando sus fichas a un determinado número de hombres, de mujeres, y de igual modo por segmentos de edades. Queda claro entonces que aplicar una real encuesta electoral no se hace atrapando a todo mundo que quiera responder la simple pregunta “¿Por quién votaría usted?”. 

Los muestreos podrán ser aleatorio simple, estratificado o por conglomerados, pero sigamos con algunas observaciones que resultan de interés. Las fallas al proceso aleatorio también las vemos en las famosas encuestas por teléfono que realizan en vivo algunos programas radiales o televisivos, o en las encuestas online. ¿Y si un grupo de personas, bajo consigna desde una misma casa, están votando por un mismo candidato? No me fío de dichas encuestas en vivo ni de las online.

Al observar los resultados de una encuesta, usted debe tener en cuenta algunos puntos básicos: 

1. ¿Cuándo se llevó a cabo dicho muestreo? Puede ser que el levantamiento de respuestas de preferencia electoral se haya realizado antes de que tal o cual candidato comentara determinado asunto viéndose cuestionado por ello, o antes de que algún escándalo estallara.
2. ¿Cuál es el margen de error de la muestra? Las últimas encuestas suelen tener un margen de error de más/menos 2.8 puntos, esto quiere decir que ese, por ahora, segundo lugar de las preferencias electorales sigue estando muy disputado pues los candidatos se encuentran dentro de dicho margen, ya sea hacia arriba o hacia abajo. No hay una marcada diferencia entre ellos.
3. ¿La encuesta es urbana, rural o urbana-rural? Este es otro factor importante ya que muchas encuestas se concentran en el ámbito de las ciudades y sus periferias, pero ¿qué pasa con la ruralidad? Las poblaciones más apartadas, donde no llega el boom mediático de las redes sociales, ¿a favor de quién o quiénes irán sus preferencias? No se puede comparar el resultado de una “encuesta nacional urbana” con los resultados de una “encuesta nacional urbana-rural” porque la población de muestreo es distinta, más amplia en la segunda.

Como señalaba el analista Hugo Haime, es un error común creer que la población discrimina entre las distintas encuestadoras y las analiza técnicamente (lo que estamos señalando aquí: tipo de encuesta, fecha de aplicación, ámbito de aplicación, margen de error, etc). Lo que suele ocurrir es que la población se queda simplemente con las carátulas de periódicos o los titulares de programas periodísticos o los pantallazos de celular y se figura que tal o cual candidatura va en subida o en declive. 

Al conocer ello, ¿el elector reacomoda sus preferencias electorales? Hay quienes piensan en “no perder o no desperdiciar” (qué feo suena ello) su voto, y se terminan inclinando por quienes ven primeros. En el margen de los indecisos (21 % a la fecha, según Datum al 10 de marzo) o quienes piensan votar en blanco o viciado (un 16 %, según la misma encuestadora), ¿cómo se deshojarán margaritas para decidir finalmente? ¿Pensarán en las proyecciones de las encuestas para optar entre quienes aparecen en los primeros lugares?

Es decir, ¿qué fue primero: el resultado de la encuesta o mi decisión autónoma de apoyar tal o cual candidatura? Es casi como preguntarnos ¿qué fue primero: el huevo o la gallina?

Pareciera que estamos atrapados en una espiral, además con nuevas herramientas de comunicación que nos bombardean con aparentes proyecciones electorales no siempre obtenidas de modo aleatorio y probabilístico, y otras burdas falsedades como cualquier “pantallazo” podría serlo hoy en día y compartidos miles de veces, he ahí el riesgo de la desinformación (o el desborde de información no siempre real).

Como consejo final, piensen que cada encuesta es sólo una proyección del momento, no una historia ya finalizada. Son reflejos de una película en movimiento. Observémoslas, busquemos “leerlas” con detalle, sumando números, analizando los cuadros, y no sólo conformándonos con saber quién va –en ese momento– primero o segundo, o peleándose la baja. Pensemos si es confiable la fuente que nos hace llegar estas proyecciones electorales. ¿Cómo las obtuvieron?, ¿de dónde provienen?

Y, por último, nunca hay que dejar de “bucear” en conocer a los candidatos y a los equipos que los acompañan, y esos planes de gobierno. El Día D, el 11 de abril, en esa fila antes de pasar a sufragar tengamos en mente por lo menos dos ideas claras de la candidatura de nuestra preferencia. Enfrentamos al virus del covid-19 y también al virus de la desinformación y de la simpleza de tomar datos a la ligera. Corrijamos ello. 

Ilustración: Carolina Rentería