Política

La revuelta que se viene

CONCIENCIA CRÍTICA   |   Miguel Ángel Huamán   |   Agosto 03, 2021

El largo siglo XX, como dirí­a Giovanni Arrighi, que nació como esperanza para la humanidad de la mano de la ciencia, el internacionalismo y la libertad, trajo en realidad todo lo contrario. Los 1900 produjeron dos guerras mundiales y muchas locales, el extremismo de derecha e izquierda, nuevas formas de colonialismo, la economía cultural del entretenimiento, la contaminación y la depredación de la naturaleza, la explosión demográfica, el crecimiento de las selvas de cemento y la conversión de bosques en desiertos, la invasión del plástico en mares y ríos, una brecha gigantesca entre pocos riquísimos y muchos pobrísimos, variedad de tecnologías asombrosas que adormecieron, enclaustraron y encadenaron a hombres, mujeres y niños al afán de lucro y al egoísmo. 

Pero lo más terrible fue que terminó por aniquilar todo intento de solidaridad y cooperación entre los seres humanos, la voluntad de fraternidad entre las personas se remplazó por la lucha salvaje por sobrevivir. Vivir de un único modo era la exclusiva alternativa y todo el mundo fue inducido a abandonar toda voluntad de cambio, de transformación, de revolución hacia otra manera de vivir. Cualquier afán de revuelta fue denostada, injuriada, calificada con adjetivos hirientes: terrorista, anarquista, comunista, extremista. El “terruqueo” peruano es solo una variante de un virus dañino y mundial, que impide cualquier defensa, niega posibilidad a la revuelta, al cambio en la vida misma.

El nuevo espíritu de la revuelta que intentamos recuperar expresa tanto las crisis como las conquistas del hombre moderno. No pretende realizarse en el mundo de la acción instrumental, sino en el mundo interior y en el de sus manifestaciones sociales: la escritura, la literatura, el arte, la conversación, el diálogo y el pensamiento. Implica una mutación del ser humano frente al sentido. Toda revuelta es cultural porque concierne a la vida cotidiana de hombres y mujeres, de niños y adultos, de jóvenes y viejos, sin distinción de lengua, credo, biotipo ni género. Tiene consecuencias políticas, pues plantea otra política distinta a la confrontación, la marginación, la imposición. La nueva revuelta ha surgido de las contradicciones del tiempo anterior y estructura su posición crítica a partir de las paradojas.

Se entiende por estas los síntomas que exigen nuevas ideas, acopiadas en siglos de resistencia y articulación sincrética. Las condiciones de la vida moderna dan primacía a la técnica, configuran una imagen acelerada, un ritmo vital que no se acompaña de un proceso de interiorización complementario e imponen el estrés y la depresión como respuestas inevitables en la convivencia social. La vida en el mundo se ha deshumanizado, hemos abandonado la hermandad, tender la mano al que sufre, evitar el dolor del prójimo, acabar con el hambre, vencer al frío, la soledad, el abuso. Convertidos todos en máquinas ciegas, sordas, mudas.

Al constreñir la representación imaginaria redujeron el espacio interior a la respuesta condicionada e inmediata, en un proceso pernicioso de fragmentación que devalúa el impulso natural de cooperación y solidaridad comunitaria inherente a los seres humanos. El tiempo calmo donde habita la curiosidad que propicia la indagación y la reflexión se pierde ante la exigencia de eficacia de actos vacíos y enajenados de sensibilidad natural. El capital constante, en forma de tecnología digital, ha colonizado al ser humano convirtiéndolo en engranaje de una acumulación paranoica sin medida ni equilibrio. La liberación del sentimiento, la afectividad que constituye lo inherente, lo propio de la existencia humana, su motor esencial, ha resultado reivindicada por las neurociencias, la biología de la mente, la teoría del caos y los sistemas complejos e inestables. 

Para organizar el nuevo espíritu de la revuelta, las humanidades deben retornar a la experiencia artística y literaria como dimensión de libertad y conciencia crítica. Todo lo señalado confluye hacia lo que constituye la paradoja esencial que fundamenta el nuevo espíritu de la revuelta: mientras más libertad ha obtenido el ser humano gracias a la técnica, menos libre se ha vuelto al punto de, incluso, haber perdido la noción del libre albedrío o lo que es una libre elección. Aristóteles, en Ética a Nicómaco, señaló que la libertad no pertenece al orden de los deseos o de los apetitos, que someten al hombre y lo vuelven pasivo, sino a la proairesis, que significa "una elección deliberada" o una "elección con un propósito". Es decir, implica escoger entre dos preferencias, una decisión más que intelectual, voluntaria y emocional. Junto a la indagación científica y filosófica, la experiencia artística y literaria se muestra como el lugar de la elección libre y desinteresada, guiada simultáneamente por la emoción y la comprensión, en íntima coincidencia. 

Esta paradoja funda la posibilidad de la revuelta futura. En la globalización del capitalismo y la revolución informático digital, que impone el automatismo de la inteligencia artificial, es cada vez menos propicio el surgimiento y fortalecimiento del espíritu de la revuelta. Esta etapa del régimen económico, cuando la tecnología progresivamente sustituye decisiones intersubjetivas por algoritmos e interfaces, lo que busca erradicar es el espíritu de rebelión. Solo en los jóvenes sobrevive el deseo de la revuelta del mañana. Ellos rechazan subordinarnos al mercado como conglomerado de órganos, donde la persona se vuelve sujeto solo en el consumo, reducida a capital financiero, genético, fisiológico. Una biología orientada al incremento de la demanda, obligada a elegir entre opciones de artefactos y entretenimiento, convertida ella misma en una mercancía empacada.

La revuelta como acción política se enmaraña y atasca en los acuerdos, compromisos entre partidos, cuyos candidatos se hacen cada vez más predecibles y semejantes entre sí como los engranajes de una noria gigante. No debe sorprendernos que el crecimiento de la ignorancia y la mediocridad en dirigentes, funcionarios y gobernantes torne inverosímil y frustre todo cambio, su natural conversión en revolución renovadora y dialéctica. Este consenso conservador en la opinión pública y en el sentido común es su obra. La dimensión cultural humana pierde su naturaleza ética y estética, aquejada de un conformismo homogéneo, una pasividad anuente y evasiva, que anula lo implícito de toda ley e institucionalidad. 

Esto mata la libertad de disidencia que tiende al cambio, hacia una superación permanente de las conquistas parciales, a horizontes imaginarios de plenitud interior y mayor articulación entrópica. La manipulación decorativa de la cultura del espectáculo no solo es tolerada, sino que ha llegado a ser universal. La irrupción de la técnica en la vida cotidiana ha favorecido la creencia en ganancias eternas en detrimento del pensamiento como valor, retorno interno, como insatisfacción y búsqueda, como encuentro en sí mismo. La modernidad al favorecer la estabilidad y la reconciliación en la inmutabilidad del ser social, ha desvalorizado e incluso imposibilitado la inconformidad del mundo consigo mismo.

Jamás los seres humanos hemos dispuesto de tanta ciencia y conocimiento, pero cuán escindido ese saber del mañana. Los jóvenes deben de recordar la importancia de la formación y la ciencia, porque como ha precisado Jean Piaget: “El principal objetivo de la educación es criar personas capaces de hacer cosas nuevas y no solo repetir lo que otras generaciones hicieron”. El nihilismo que se ha posicionado de muchos consiste en el rechazo a los valores antiguos y el culto exagerado a los nuevos valores que aparecen como una tendencia ciega que no admite interrogación. En consecuencia, el abandono del cuestionamiento retrospectivo ha implicado un rechazo a lo anterior por antiguo y su sustitución por viejos dogmas con ropajes diferentes. Nunca debemos olvidar el pasado, para no repetir los errores.

Julia Kristeva en “El porvenir de la revuelta” (1998) ha anticipado que no hay que confundir revolución con una nihilista seudo-revuelta que “se ha reconciliado con la estabilidad de los nuevos valores”. Esta estabilidad es mortífera, totalitaria; nunca se insistirá lo suficiente: el totalitarismo es el resultado de la fijación de la revuelta por la cual se suspende el retorno retrospectivo, que no es otra cosa que suspender el pensamiento mismo. Se traiciona así su esencia. La revuelta del mañana es muy diferente a la celebración de un mero rechazo de lo “antiguo” ni se sostiene en la positividad sin retorno de lo nuevo. Aprendamos del ayer.

Siglos de desprecio por la vida nos han llevado a la insensibilidad frente a la violencia y la muerte de mujeres, niños, jóvenes orquestadas por ideologías que instrumentalizan al ser humano. Todo ser humano debe tener el derecho de vivir, pero no solo en el papel. Del mismo modo como el concepto de “proceso” materializa el mito del desarrollo como progreso, al diferenciar la historia moderna de la antigua, la revuelta como disidencia y autoorganización, cuestiona la estructuración del tiempo alrededor del genio y el destino de los grandes hombres. Propugna un devenir hecho a partir de las crisis y su fuerza para inducir una acción solidaria y cooperativa que, en la noción de hombre o mujer “en revuelta o disidencia”, se diferencia del hombre judeo-cristiano, reconciliado con su destino como nihilista, para postular una humanidad y un ser humano libres sin distinción alguna de género, edad, lengua, etnia, biotipo y creencia. Solo así lo que se viene lograría diferenciarse como revuelta del pasado reciclado o maquillado. El gran Paulo Freire dijo: “La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”. Debemos construir una educación para la libertad y superar la pedagogía de la opresión, el egoísmo y la desigualdad. Esa es la luz en medio de la oscuridad.

Como tizones ocultos en el rescoldo, los espíritus de la revuelta sobreviven en formas otras, menores, insignificantes, pero que son más eficaces para reavivar el fuego de la revolución e iluminar la oscuridad del siglo. Esas prácticas devaluadas, consideradas disfuncionales e inútiles son el sustento de la experiencia innovadora del arte y la literatura, en cuyos predios hay que rescatar la posibilidad de desaparecer las inmensas brechas de desigualdad, la depredación acelerada del ambiente natural y social, la entronización escandalosa de la violencia contra mujeres, niños y ancianos, las aguas tóxicas de la indolencia, el egocentrismo y la defección. Más que recuperar la dimensión exterior y los simulacros, se trata de la germinación de la revolución que retorna la solidaridad mundial, la cooperación planetaria y el diálogo entre todas las formas de vida del planeta. La utopía que aproxime la revuelta que se viene será una no antropocéntrica ni monolingüe, tampoco exclusivamente racional. Un acontecimiento que permita a cualquier ser humano romper los grilletes egoístas y recuperar el calor familiar de una hoguera bajo la noche infinita del cosmos.

Imagen: https://elmontonero.pe/

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