¿Todo el que lee puede recordar lo que ha leído?

¿Existen diferentes tipos de lectores?

¿Citar sólo es producto de tener buena memoria?

No será que hay también lectores que leen para olvidar.

Que leen pero no releen.

Que no subrayan.

Que no buscan relaciones con otros temas.

Que no adquieren revistas o novelas.

Para buscar la originalidad en el chispazo de lo facilongo.

Y bueno, ¿podríamos citarnos a nosotros mismos sin lecturas y significados?

¿Se podría citar sin gozar de buena memoria?

Más bien eso es lo más común.

Desde el mismo hecho que citamos sin intuir el uso de tanta memoria.

¡O qué expresión has inventado tú!

¿Cuántas palabras han sido acuñadas por ti?

¿¡Cuántos pensamientos tuyos han nacido sin el reflejo de otros!?

(Quizá no te has dado cuenta pero citas más de lo que crees).

Antes de estimarte muy original, un punto aparte en ideas propias, mira para atrás e indaga.

Y no te enronches si otros leen más que tú.

O en todo caso le dedican mayor interés a sus lecturas.

Cómo te digo… muchas de tus originalidades miles de millones ya las dijeron o hicieron.

¡Ey!, y harto sobresalientes en comparación contigo –y hasta cualquiera de esta época– (¡qué va!). 

¿Recuerdas ahora que el citar hasta puede ser un arte, o es que nunca has reparado en cómo unas citas se asemejan a otras en profundidad y sintaxis pero a la vez cada cual brilla por sí misma?

¿Recuerdas ahora  que el citar obliga muchas veces a trastocar lo citado hasta convertirlo en algo ya nuevo y propio?

¿¡Recuerdas ahora que es por razones inherentes a la imaginación y la realidad transcurriendo!?

Cualquiera se puede percibir dubitativo ante sus textos, pero nadie hasta este instante ha agachado la cabeza por los versos y narraciones que más le apasionan.

Muchas veces cuando alguien se atasca rememorando una frase, comentas que podría recordarla con sus propias palabras…

Se entenderá, algunos demuestran que han comprendido.

Otros, en cambio, cuando se les hace aquella pregunta quedan mudos ¡y será porque leyeron por las puras!

–No lo hicieron con gusto en demasiados casos–.

Nadie supo motivarlos.

Nadie les dijo que el secreto está en el entusiasmo.

Tal y como en la actualidad suele repetirse: es cuestión de ellos.

¡Como si aprender a querer lo complejo fuera innato!

O un tema de maestros.

O asunto del plan de estudios.

Hasta los profesores de escuela consideran el leer una futura herramienta: la manivela para adquirir un sueldo que permita subsistir.

Profesores, educadores, pedagogos, maestros…, y hartos de éstos draconianos críticos del citar.

Lo más lamentable y jodido es que aumentan con rapidez y potencia estructural.

Y ni siquiera tienen la capacidad de demostrar –siquiera en una ocasión– que no va lo acabadito de poner en el tapete.

O que lo citado es parte de un mamotreto.

Su bilis es por el mismo hecho de citar.

De acertar.

De querer encontrar cómplices.

Porque para lograr complicidad primero hay que leer cada cual en su soledad.

Porque leer es ante todo un placer muy profundo y solitario.

No es posible que los jíbaros y asnos del leer hagan de su impotencia una cruzada.

El conocimiento es poder porque humaniza.

Libera.

Lo sé yo que fui un gran detractor de la lectura de colegial.

¡Negativo, incompetente y cavernícola!

Quien sea de la Jaula 94 del Pardo entiende hasta qué punto digo la verdad.

Inclusive mis primeros camaradas de la universidad podrían corroborar mi poca instrucción.

¡De mi afán de no querer aprender a leer con ganas y perspectiva!

Reconozco con facilidad a los envidiosos, a los impotentes, a los temerosos del saber.

Pero citar al final de cuentas es y será una genial forma de que otros expresen nuestros pensamientos de manera superior.

Poner por encima lo leído a lo escrito, dateado o revelado.

Citar es cargar con el mejor orgullo, ¡el de lector comunicacional y extático!

Citar es ir al baúl sin fondo de la originalidad y la cultura y la tradición.

¡Citar es, en efecto, ser original!, es ser único por medio de los demás… amalgama de modestia y valía.