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¿Más escuadrones de la muerte?

  |   Alex Neira / Descargos de conciencia   |   Abril 04, 2014

 

Tomarse la justicia por su mano no es nada nuevo, que sea un método de coerción abalado por periodistas e intelectuales de hasta incluso cierta respetabilidad: una macabra jugarreta de la gran ignorancia política que viene descomponiendo al “cuarto poder” y por ellos a la ciudadanía.

Tampoco es nada nuevo chocarse con escritorzuelos al son de lo que dice el pueblo, o sea esa gran masa consumista y teledirigida que nada sabe de asuntos públicos, que va por allí repitiendo seudoideas programadas por ese grupete conformado por los dueños y directores de los canales de televisión; quienes antes de instruir, de explicar, de comentar con profundidad y a través de gente entendida los temas candentes de la colectividad, distraen y confunden promocionando una “opinión pública” insustancial, manipulada y tergiversada.

De repente se ha olvidado que lo determinante en política –no en una conquista, no en un gobierno dictatorial o monárquico–, no es “el fin no justifica los medios” sino “son los medios los que justifican el fin”.

Y es que no se puede hacer el mal para alcanzar el bien, en la misma medida que es mejor recibir una ofensa que causarla.

Cosas ya dichas, desde Sócrates hasta politólogos que han analizado a fondo las crisis sociales, que comprenden hasta qué punto son imprescindibles las formas antes que los supuestos contenidos por proteger.

Los periodistas e intelectuales que abalan esta “mano dura” frente a la delincuencia, alegan que la efectividad de tales medidas por parte de los policías o ciudadanos son de lo más eficaces, pero la pregunta del millón es: ¿por eso debe ser respaldada, elegida, usada, considerada una opción?

Obviamente, nooo.

El camino más corto no es el mejor (menos el aceptable) en estos casos.

La efectividad no es una cualidad en política, pues la efectividad puede ir en contra de principios básicos como son la dignidad de la persona humana, para dar sólo un pedacito de melón.

Lo que diferencia justamente a las personas con principios y valores, en el superior sentido de la expresión, son sus parámetros y frenos, pues lo normal desde cuando somos niños es la ley del talión; son los años de cultura democrática lo que nos hace civilizados, lo que nos aleja de la brutalidad y el barbarismo.

No obstante: no. Como consecuencia de una educación instrumentalista, vemos a líderes de opinión, a universitarios asiduos a la lectura, a gente de pluma, columnistas y hasta editorialistas, respaldando esta estrategia primitiva, transgresora de lo más sagrado en cuanto a civismo.

La efectividad de un planteamiento puede ser racional pero no necesariamente razonable (lean a Savater). Puede traer un aparente bienestar pero no en lo fundamental, acaso detenga cierto trastorno o flagelo por una parte de la población, mas no a base de diálogo y aplicación de la legalidad sino silenciando por medios turbios a los posibles infractores; en total oposición a la convivencia, piedra angular de una buena política, de toda política digna de ese nombre.

Acordarse que a diferencia de otros sistemas, el nuestro utiliza la razón como bandera, tanto para convencer o dejarse convencer es hoy urgente.

¿Qué tiene de convincente asesinar a criminales antes de ser juzgados por la ley? ¿Eso es hacer patria, eso es de gente inteligente y pacífica, de ciudadanos hechos y derechos?

¿Si ha aumentado la criminalidad ha sido por falta de mano dura o por falta de aplicación de las leyes?

¿Promoviendo la falta de respeto a las normas se construye “paz”?

¿Hay que felicitar a los “escuadrones de la muerte” y de darse el caso emularlos?

¿Son héroes o antihéroes?

¿Son, en realidad, justicieros o cobardes ignorantes e inclementes disfrazados de valientes bienhechores?

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