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Articulismo y articulistas

  |   Alex Neira / Descargos de conciencia   |   Enero 19, 2013

1.- “El articulismo puede ser una forma soberana de literatura y un medio digno de ganarse ingresos regulares, en un oficio tan lleno de incertidumbres”. Anota en Autorretrato, el escritor y académico de la lengua, Antonio Muñoz Molina. “He aprendido las ilimitadas posibilidades expresivas que contiene el relato estricto de ciertos hechos: muchas de las mejores páginas de literatura que he leído en este tiempo pertenecen a libros de historia, a memorias, a biografías, a textos de divulgación científica, a artículos o reportajes de periódico”, asegura en Veinte años, veinte lecciones, un artículo excelso de Ida y Vuelta, su espacio cultural en el diario El País.

2.- Juan Villoro, por su parte, en Sólo para débiles –un magnífico artículo también– pregunta: “¿Por qué leemos un artículo?”. Y él mismo contesta: “La razón natural –biológica, podríamos decir– es que tenemos hambre de argumentos. La ética de los curas, la aplicación de la ley, los escándalos financieros, los crímenes no resueltos y la conducta de los políticos pertenecen a las cosas que debemos saber”. Pero agrega algo más: “(…) de pronto leemos un apasionante texto sobre un tema, no porque brinde noticias de primera fila acerca de cálculos y diálisis, sino por la forma en que está escrito. El periodismo de tentación es lo contrario a una exclusiva: encandila con algo que podríamos ignorar. No se basa en la información sino en su manejo hedonista”. 

3.- Evidentemente, Juan Villoro se inclina por escribir artículos de tentación, como gran maestro del idioma y librepensador que es. Por lo demás, adjunto un fragmento del filósofo y ducho articulista Fernando Savater: “En cierto apartado del Tao-te-king se dan consejos acerca de cómo hacer política y se compara este menester con el arte de freír pescados pequeñitos: es preciso que el fuego no sea tan vivo que los achicharre ni tan tenue que se queden medio crudos. A mi juicio, el secreto de escribir buenos artículos también consiste en un equilibrio parecido. A las ideas hay que tratarlas como pececillos: si las cocinas demasiado terminan carbonizadas e indigestas; si sólo las insinúas, el lector se queda con las ganas de averiguar qué es realmente lo que pretendías decir” (El arte del articulista).

4.- Pero hay algo aparte que creo, hoy en día sobre todo, debería caracterizar a un correcto y esmerado articulista. Fuera de sus cualidades literarias y teóricas, de su ojo clínico, debe ya primar la óptica del texto, lo que no se dice y es necesario analizar: ¿Qué pretende tal o cual intelectual, periodista, escritor, comunicador, educador, ciudadano con su artículo? Bien intencionados parecen el que más y el que menos, empero solamente eso: “pura pantalla”. Detrás de la cultura y el talento de numerosos intelectuales y artistas en general hay hartos prejuicios y resentimientos, y más que nada  cerrazón y resabio en lo principal: solidaridad, comprensión y optimismo por la comunidad, al margen de los escollos y sinvergüencerías de tantos políticos, funcionarios y autoridades culturales y educativas de oropel.

5.- Se escribe para noticiar acerca de algún hecho, de manera objetiva, clara, descriptiva. Asimismo, se compone un tema para despertar la parte intelectual en los lectores. Dentro de la brevedad y rotundidad que caracteriza a un texto articulista se intenta generar curiosidad, atracción suficiente para siquiera tener las antenas paradas para adquirir nuevos datos a partir de dicho conocimiento. Un regusto, un ácido, una sed… el punto está en querer indagar más y mejor, como si su esencialidad estuviera ligada a no dar soluciones sino más bien a otorgar mayor número de interrogantes.

6.- Evitemos en lo posible leer malos artículos. Primero, sin estética; donde al margen de lo que se cuenta su potencia no se ubica en la forma en que se cuenta. (No son artículos de tentación, parafraseando a Villoro). Narrativa antes que historias sería cuando menos “lo mínimo”. Arte al final de todo. Y bueno, segunda tara: que encima por contenido, por profundidad objetiva, por crítica “especializada”, a la hora de analizar su amplitud de miras, la hondura de su perspectiva, de probar los lentes de sus peculiares anteojos… fanfarronería, nebulosidad, verborrea, megalomanía sin aristas poéticas.

7.- “Cuando una obra pasa a formar parte del canon literario, o, mejor dicho, cuando es admitida en él, obtiene ciertos privilegios evidentes. Entre los guardianes de la fortaleza de la cultura, hay críticos influyentes, directores de museos y miembros de sus consejos de administración y, bastante más abajo, una camarilla de profesores y expertos”. Lo dice nada menos que George P. Landow (tarea domiciliaria: averiguar acerca de él). Verán, resulta imprescindible continuar cada quien en lo suyo, dado que en demasiadas ocasiones son “los medianos” quienes jerárquicamente están por encima de los “óptimos”, si bien les falta capacidad y diligencia les sobra la lengua larga y la franela de metro y medio.

8.- Lo mejor del mundo, con mucho –decía Aristóteles–, es ser un maestro de la metáfora. Es lo único que no se puede aprender de los demás, y es también la impronta del genio; una buena metáfora encierra una percepción intuitiva de la semejanza entre cosas que no son similares. Por eso es tan perjudicial darle cuerda a metaforólogos mediocres, pretenciosos de hilachas creativas, delirantes de los puntos sobre las íes sin fundamentos mínimos ni hedonismo, ¡sin algo de estética en su discurrir argumentativo! 


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