Los latinos decían que era una locura amar, excepto que se amara con locura. Sí, con locura. Esa que se tiene para crear poemas. Esa locura que aflora cuando se debe elegir entre la cabeza y el corazón. Por eso me gusta tanto que me tilden de loco. En ese sentido me siento como Don Quijote. De hecho, recuerdo… en alguna borrachera lectiva descubrí que ambos, el Amor y el amante de Dulcinea, tienen en común que cuando recuperan la razón ya se encuentran a segundos de expirar. Porque el amor es poco dado a los ordenados y cuerdos. Eso, chicos, es asunto nuestro. Ustedes les compran la casa. Ellas nos dan sus concupiscentes pensamientos, a veces un poco más. Nosotros los envidiamos y maldecimos, y hasta queda sangre para parir algunas palabras en prosa, vulgares pero algo versificadas. “¡Salud!”.

Me sales con eso de que no se puede coser sin aguja ni remar sin agua. Pero sí se puede amar sin ser amado. Aunque claro, no es mi caso. Soy un teórico, no lo olvides.

Cuando Wilde afirmó que para estar siempre enamorados no debíamos casarnos, se refería a que la monogamia y el enamoramiento como regla de vida son posiciones opuestas. Me pregunto… qué habría dicho del amor como un enamoramiento perpetuo hacia un solo ser. Tan apasionado y bisexual como fue, acaso se habría reído en mis narices con maliciosa carcajada al final.

Wilde decía que el secreto de la felicidad de un hombre radica en que se quede con una fémina a quien no ame. Lo peor es que demasiados aseguran tuvo razón.

Más allá de las difamaciones, una vida sin amor de pareja es una muerte adelantada.

14 de febrero.- Excelente lapso para recapacitar.

En realidad las peleas no son más que sutiles formas camufladas de “carnales reconciliaciones”.

Se celebra el día del amor, así pues viene al caso interrogarnos acerca de él… Y recodar que también puede ser un “espantoso juego”, como trazó el poeta Baudelaire. Qué ganga, consideraba inevitable que uno de ambos jugadores pierda el gobierno de sí mismo; nada menos, para empezar.

El anhelo de luz fuera un absurdo si no viviéramos en las tinieblas; el amor es esa luz.

La necesidad del amor es el resplandor hecho para nuestros ojos.

El agua apaga el fuego y al ardor los años, amor se llama el juego en el que un par de ciegos juegan a hacerse daño… (Joaquín Sabina).

Nos chocamos en LongHorn. De codos en la barra de repente nos miramos.

Pedí un martini de manzana, pensando en que si a Ingrid le fascina, por lo menos viniendo de las manos del sutil Cocolizo, a ella también le podría producir el mismo efecto. “¡Por favor, eso no por lo que más quieras!”, casi gritó. “Mejor pide tú”, respondí. Luego de un par de segundos infinitos de silencio… “Por qué no un martini”, agregué. “Me recuerdan a mis ex, que me entonaron sólo un rato”.  

Salí por motivos mayores minutos después, pero sin dejar de parecerme increíble hasta dónde pueden llegar las sombras del desamor.

Daría lo que fuera necesario por siquiera un bar donde la palabra amor no sea tan ambigua, ni la palabra desamor tan poco usada.

Todos hablamos de amor cuando nuestra temática muchas veces es otro curso de la vida, nada curricular y apreciado siquiera por los perpetuos desconsolados, pero que bien podría ser un mamotreto... si lo lleváramos al papel.

Nuestros encuentros con el Desamor son el libro que nunca escribiremos, pues lo que se aprende de memoria y dolor no es necesario apuntar. Es como nuestra sombra, que aparece cuando más los rayos del amor nos ilumina.

Quedarán retazos de locura amorosa. Quedarán palabras incongruentes. Quedarán oraciones sin párrafos y párrafos con oraciones de más. Aparecerán versos como luciérnagas volando en la noche negra. Aparecerán palabras de la calle aureoladas por el templo de la desesperanza poética.

“Poco sabe del amor quien se cansa de amar”, leí alguna vez. “Poco sabe del amor quién nunca sufrió algún desamor”, agregaría yo.

Óleo: "Los amantes", René Magritte.