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Hablando de vibras

  |   Stanley Vega / Diarioviento   |   Marzo 09, 2013

Aquella tarde de un invierno ahora impreciso, nos dirigimos a la casa del pintor Ronald Lozano. Miguel Suárez –su colega– no estuvo tranquilo hasta verme partir junto a él. Durante los últimos días no había dejado de insistirme, diciendo, tienes que conocerlo, ver su trabajo, hasta chamán es el hombre.

Ronald nos hizo pasar a su sala. Se le notaba eufórico. Un ligero tufo a licor atravesó mis narices. Sabrán disculparme, dijo al percatarse que de pronto nos detuvimos cerca de la puerta de entrada, estoy echándole un poco de aguardiente, del bueno. Miguel se adelantó en comentarle que no se incomodara, que sólo estaríamos un rato. El televisor trasmitía un partido de Eliminatorias donde la selección de Perú una vez más perdía. 

Nuestro anfitrión, un tipo robusto y cincuentón nos mostró sus cuadros colgados en la pared de la sala. Una serie de cactus, San Pedros de 7 puntas aparecidos en diversas perspectivas. Son plantas que cuidan los corrales en las chacras, nos cuenta, pero que él los ha personificado en no sólo cactus vigilantes sino también en amorosos tallos.   

Su ebriedad se hizo poco a poco más notoria. Y sí que al parecer ese aguardiente era del bueno, trepador. No sé en qué momento se acercó y dijo que me habían hecho “daño”. Que él podría curarme, ponerme de pie. Que si no me “trataba” moriría en unas semanas. Ya le iba a responder con una broma cuando me percaté del guiño de Miguel. Debía entender que estaba huasca, hacerme el gil.

Sin embargo, no todo quedó allí. Al poco rato el chamán Lozano me lanzaba con su boca, porciones de agua florida y aguardiente. Y no sé de donde sacó una vara de chonta pero el hecho es que comenzó a “limpiarme” mientras cantaba:   

 

Vamos levantando 

Vamos suspendiendo 

en nombre de Stanley Vega

Vamos siguiendo 

por su nombre, por su rastro

Vamos levantando, 

arriba ese corazón

Vamos limpiando...


Yo lo único que deseaba era que se quede dormido. Y que me dejara el camino limpio, sin olores raros ni oscuros vaticinios. Pero el desaforado curandero seguía frotándome las extremidades con esa chonta. Luego, la golpeaba contra su muslo, como queriendo expulsar las malas energías impregnadas dentro de la negra madera. Hasta que ocurrió lo impredecible. La dura vara de chonta se partió en dos.

A Ronald se le pasó la borrachera. Aquella vara le pertenecía al hijo del famoso y desaparecido chamán Santos Vera. Era una valiosa herencia, parte de la gran “mesa” del padre. ¿Qué le diría a su amigo Orlando? Nunca lo supe. 

Lo cierto es que, como verán, hasta hoy sigo vivito. Sin mayores daños en el cuerpo ni en el alma. 

 

Foto de la crónica: Juan Gil

Foto del blog: metereologiaenred

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